La extraña pareja
La carta del director ·
«Lo que se juegan el vicepresidente y su formación, lo que están discutiendo Arrimadas y demás figuras nacionales y locales de Ciudadanos, no es ni mucho menos un modelo de partido, sino cuotas de poder puro y duro»Decía un compañero la semana pasada en una reunión interna del periódico que Francisco Igea, vicepresidente de la Junta, salía por todas partes y casi ... a diario. En El Norte y en todos los medios. El veterano periodista que se fatigaba con ese ultraprotagonismo del político vallisoletano en la agenda del debate político se cuestionaba, a su vez, si de verdad no había otras cosas sobre las que informar. Ante el reproche, ajustado a la realidad pues, ciertamente, ahora Igea es lo que el pilpil al balacao o el chilindrón al cordero, concluí que poco o nada se puede hacer, salvo explicar por qué sucede así. Por qué llevamos meses y meses, ininterrumpidamente, pendientes de alguien que, ni hace un año, solo vislumbraba en su horizonte más optimista repetir de diputado al Congreso.
Sucede así porque, precisamente hace un año, Igea desmontó una operación del aparato de Ciudadanos para aupar a Silvia Clemente, expresidenta de las Cortes, al liderazgo del partido. También porque eso sucedió en el contexto de un pucherazo que demostró las deficiencias en la vida interna y estructuras de control y poder de la organización. Luego vinieron los resultados electorales, la formación del gobierno de coalición, su relevante papel en la portavocía de la Junta, los líos de Sanidad y los consultorios, sus peleítas con el PSOE –con el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, especialmente–, su juicio de faltas y, ya por último, la confrontación directa contra Inés Arrimadas después de la debacle en las elecciones de noviembre y la dimisión fulminante de Albert Rivera. Es verdad que Igea está en todas partes, pero no lo está sin motivo. Su vida política parece a veces una mezcla del camarote de los hermanos Marx y una trepidante persecución de 'Fast & Furious'. Este jueves, sin ir más lejos, atendía a los medios mientras se recuperaba de una intervención quirúrgica menor en el hospital. Por lo demás, las alternativas noticiosas a las andanzas de Igea son escasas. Sin unos presupuestos que traccionen la comunidad, Mañueco sigue con su agenda presidencial, construyéndose un perfil institucional rocoso, lejos de cualquier polémica. Ese trabajo callado, sin altibajos, abonado a la rutina y la serenidad, ofrecerá resultados a largo plazo. Cuando se acerquen las próximas elecciones, y si nada ni nadie perturban el discurrir sereno de este relato de moderación e institucionalidad, lo comprobaremos.
Pero volvamos a Igea. Porque, además de que existen razones periodísticas para atender a sus declaraciones y movimientos, para que estas aparezcan de continuo en todos los medios, hay otras de mayor peso pero menos evidentes. Lo que se juegan el vicepresidente y su formación, lo que están discutiendo Arrimadas y demás figuras nacionales y locales de Ciudadanos, no es ni mucho menos un modelo de partido, sino cuotas de poder puro y duro. Cuotas que les permitirán o no, a unos y otros, conservar un sustento de la política. Esta pugna es por pura supervivencia. Igea, de hecho, sabe que solo si consigue batir a Arrimadas podrá pintar algo en la organización cuando, dentro de tres años, haya que empezar a armar listas y candidaturas. Sean conjuntas con el PP, como las que probablemente se configuren en Cataluña cuando Torra convoque elecciones, o en solitario. Ciudadanos atesora cierto poder territorial y un predominio que puede ser decisivo en Cataluña, toda vez que sus diez escaños nacionales son irrelevantes. Con eso, sobre todo con lo segundo, negociarán lo que puedan con el PP. Y quien lleve el timón, sea Arrimadas o Igea, extraña pareja, podrá seguir ligado a la política, aunque sea boqueando. Podrá incluso convertirse en ministro. Ahí está Alberto Garzón, quien desde una IU esfumada del tablero electoral –con la honrosa excepción de Zamora capital– acaba de quedarse con la cartera de Comercio. Por si fuera poco, en Castilla y León estos líos no quedan circunscritos al contexto de la formación que los experimenta. Si Igea sale debilitado o muerto, sale debilitado o muerto el vicepresidente de la Junta. Si su grupo parlamentario acaba roto o dividido –por muchos abrazos que se den o selfis que se hagan–, queda roto y dividido el partido que sostiene la coalición de gobierno. Por tanto, en Navarra, País Vasco, Galicia, Castilla-La Mancha o Canarias, lo que pase con Ciudadanos importa relativamente. Aquí, significativamente.
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