Europa ante el reto del desengaño global
«La UE ha de identificarse con una idea y realidad de Europa preexistentes. Esa Europa que Putin odia»
Políticos y analistas insisten mucho en que el arma principal de la Unión Europea en esta especie de guerra «por país interpuesto» que está manteniendo ... contra la Rusia de Putin es la extraordinaria unidad que aquélla ha mostrado ante la invasión de Ucrania. Lo que, en ocasiones, no se sabe muy bien si es más un deseo y el intento de autoconvencerse de ello que una auténtica realidad.
De hecho, aún no está muy claro a quiénes puede perjudicar más directamente -a largo plazo- el pulso que se libra entre el presidente ruso y las naciones europeas. Alemania no se muestra nada dispuesta a dejar de recibir el gas de Putin, con lo que se produce la gran paradoja de que sea capital europeo el que enjuga y compensa -sobradamente- las sanciones que la propia UE va imponiendo de forma escalonada a Rusia. Putin lo sabe e ironiza sobre cómo el nivel de vida de sus «enemigos» empieza a resentirse. Y, en Francia, por citar sólo otro ejemplo muy relevante, Europa se jugará –quizá– su destino. Ya que, tras la segunda ronda de las elecciones del pasado domingo, la ultraderecha se quedó a las puertas del Eliseo. Y es sabido que Marine Le Pen propondría –caso de llegar a gobernar– el replanteamiento, si no ruptura, de su país con la UE.
Otro parecer que se reitera también, durante las últimas semanas, en los medios de comunicación es el de identificar gobiernos como el de Putin y otras naciones del ámbito europeo con los totalitarismos de hace casi un siglo. Y, sin embargo, unos y otros distan bastante de resultar por completo coincidentes. Pues puede que presenten algunas similitudes, como la tendencia belicista o la propensión al caudillaje, pero los nacionalismos populistas que –de acuerdo con lo que estamos viendo– se extienden por toda Europa no deben explicarse como mera emulación del pasado. Hay un proceso sin el cual dicho avance de la extrema derecha no podría explicarse y éste no es otro que lo que ciertos autores denominan «capitalismo globalista»: la globalización impuesta en cuanto a una nueva y generalizada forma de expansión capitalista que Beck definió como 'globalismo' y cuyas consecuencias no han hecho sino empezar. Las repercusiones más llamativas han podido evidenciarse durante la pandemia, ya que nunca se había producido una transmisión tan rápida a nivel terráqueo de un virus. Tal situación volvió visibles las carencias de las sociedades supuestamente avanzadas ante semejante catástrofe global, al haberse fiado el suministro de tantos y tantos productos a la importación de los mismos desde otros países, como China. Sin hablar de lo que ya se llama la 'exclusión digital' de sectores numerosos de población, fuera y dentro de aquéllas, así como de los muchos puestos de trabajo u oficios que han desaparecido y los que todavía desaparecerán.
A causa del conjunto de esos nefastos resultados que –en efecto– inciden en el día a día de montones de agricultores, ganaderos y trabajadores del planeta entero, éstos vieron cómo el mundo que conocían cambió vertiginosamente; y, en muchas ocasiones, se desmoronó sin expectativas de algo mejor que viniera a sustituir lo que existía y –mal que bien– estaba funcionando. No ha de considerarse casual que sea –precisamente– la Rusia de Putin la nación que se enfrenta a lo que, desde allí, se entendería como ese mundo neo-capitalista en expansión; puesto que se trata de un país que viene de sufrir la repercusión de ese 'nuevo orden del caos' al derrumbarse la URSS.
Y los problemas que acaban de enumerarse son ciertos, pero lo que debería quedar claro es que la solución jamás será el ultranacionalismo autoritario ejemplificado por Putin y sus amigos o seguidores europeos. Tampoco vendrá de una UE que no acaba de asumir su papel e identidad profundas. Porque la UE ha de identificarse con una idea y realidad de Europa preexistentes. Esa Europa que Putin odia y va más allá de su reconstrucción mediante la UE a partir de la segunda guerra. Europa y la UE tienen que enfrentar el desafío actual e instituirse como la continuación de una herencia humanística indispensable en tanto que compromiso con la humanidad y con su verdadero progreso.
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