Españolito despierto

La ñoñería me ocurrió de camino al colegio, en los tiempos frágiles y lejanos de la adolescencia, al pasar por delante de una librería en cuyo escaparate lucía un gran volumen con el título:'Cuando China despierte, el mundo temblará'. Si iba solo, me paraba unos segundos y lo miraba de frente; si estaba en compañía de algún congénere alterado por la edad, solo echaba un ojo y disimulaba con la tienda siguiente, la de deportes, más propia de nuestras aspiraciones. Porque, claro, como todos, soñaba con dar patadas a un balón ante miles de personas y no con escribir, que menuda pereza hacer un libro para que luego solo te mire un niño, de reojo y avergonzado. Allí estuvo mucho tiempo, en su escaparate; crecí, le perdí la pista y nunca supe su destino, aunque me temo lo peor: que nadie lo comprara y el librero optara por guardarlo en el cajón del olvido.

Años después supe que ese título inquietante era una frase de Napoleón, un tipo de más vista que estatura, porque convendrán conmigo que unos mil doscientos millones de chinos despiertos producen zozobra y temblores en las piernas y en las manos, que quizá por eso el emperador la escondía entre la chaqueta. No imagino perturbación alguna si en el título hubieran sustituido China por España. Ni Napoléon ni yo estaríamos preocupados y ni a él se le hubiese ocurrido la frase ni a mí mirar la librería. Porque si el españolito despierta, se da la vuelta en la cama para soñar con la siesta.