El rey errante
España no acabó de hacerse monárquica la madrugada del 23-F, pero sí juancarlista
El rey Juan Carlos llegó y se va bajo sospecha. En alguna parte ha dicho que los menores de cuarenta años lo recordarán por lo ... de las comisiones y lo del elefante. Los mayores de cuarenta, claro, estamos obligados a recordar otras cosas y a recordárselas al parvulario. Vivimos la Transición lejos del poder y sin ni siquiera derecho a voto en un país en el que la mayoría de edad llegaba a los 21. Pero estábamos en el palco de la juventud y con el ansia de la libertad. Y, sí, sospechábamos del heredero de un dictador. Pero la sospecha se fue diluyendo, porque los pasos hacia la democracia fueron rápidos y, puestos a sospechar, se sospechaba muy fundadamente que Juan Carlos I impulsaba el país hacia las libertades.
La perfección en política no se puede dar, pero la maniobra, con harakiri de las cortes franquistas, unas elecciones libres con el PCE incluido en menos de un año y medio y una constitución democrática sancionada por el pueblo en tres años escasos, empezaron a inclinar la balanza a favor del rey. La noche del 23 de febrero de 1981 esa balanza se dislocó por completo hacia su lado. España no acabó de hacerse monárquica esa madrugada, pero sí juancarlista. Cuando el Gobierno en su totalidad y el Congreso de los Diputados en pleno fueron secuestrados por una compañía de la Guardia Civil y una oscura trama flotaba en el aire, todos nos preguntamos por la cuestión y la persona clave: «¿Y el Rey?». Y el Rey estuvo con nosotros.
¿Y luego? Luego la lenta cuesta abajo. Aquel desencanto del que ya empezó a hablarse en la Transición para referirse a la naturaleza no milagrosa de la democracia, acabó por alcanzar al que se consideró el salvador de la misma. Fue haciendo méritos para ello. La primera parte de su vida –siempre absolutamente recomendable la apasionante biografía de Paul Preston– no fue nada fácil. Incertidumbre, oscuridad, alejamiento de la familia, tensión dinástica y política. Y después del túnel la luz. El reconocimiento, la prosperidad, y la relajación.
Y los graves errores. El abuso de una posición que, por mucho que nos quisieran presentar como la de un ciudadano más, estaba lógicamente revestida de unos privilegios que por degeneración adquirieron categoría de deshonestas bulas y que ahora desembocan en una espantada. Un colofón que enturbia no ya su propia imagen sino la de la institución que representa y sitúa a su hijo en una encrucijada soñada por sus enemigos. No sabemos si el rey emérito será a partir de ahora una especie de holandés errante. Lo que sí deja a su espalda es la estela de un monarca errático. Un náufrago aferrado a un pesado salvavidas de oro.
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