Demasiado tarde se arrepiente Marjorie Taylor Greene de «haber sido parte de la política tóxica». Incluso si fuera sincera, su declaración no bastaría para borrar años turbulentos, en los que la congresista republicana por Georgia inundó las redes con las teorías conspirativas y polarizadoras de la ultraderechista QAnon, secundó el esfuerzo de Donald Trump por impedir el acceso al poder de Joe Biden y se convirtió en emblema de los MAGA, los partidarios del 'Estados Unidos primero'. El segundo mandato del magnate pronto decepcionó la ingenuidad fanática de Greene. Vio traicionada la promesa de publicar los archivos de pedófilo Epstein, asistió a la cada vez mayor implicación en conflictos en el exterior y comprobó que el presidente que llegaba para «limpiar el pantano» se sentía cada vez más cómodo en aguas turbias. Provisto de encuestas que negaban futuro a las aspiraciones de su seguidora, Trump la tachó de «traidora» y le abrió la puerta a la renuncia. En el Estado sureño, donde el presidente ganó en 2024 por estrecho margen, se amontonan empresarios ansiosos por suceder a la parlamentaria que nunca encajó en un 'establishment' conservador rendido a la Casa Blanca.
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