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El año que termina ha visto cómo Elon Musk se colocaba en cabeza de la lista de multimillonarios globales de Forbes. Su enorme inversión de dinero y capacidad mediática al servicio de la elección de Donald Trump se dirige a multiplicar su poder e influencia, después de que el próximo presidente de EE UU le haya encomendado la reinvención de la Administración del país; desde fuera del Gobierno, para sortear formalmente los evidentes conflictos de interés, por ejemplo, como principal contratista de la NASA. El empresario sigue al futuro mandatario como su sombra, a la espera de los efectos y la duración de ese idilio. La agenda que devuelve a Trump a la Casa Blanca tiene puntos de fricción con los objetivos de Musk, y los de otros triunfadores tecnológicos, en capítulos como la inmigración. Sin olvidar los apuros internacionales que puede deparar para Washington el apoyo constante del dueño de X a gobernantes autoritarios y a partidos extremistas. Tampoco su triunfo en los negocios está exento de problemas, como los fallos en el sistema de conducción automática de los Tesla o el amparo en su red social a presuntas estafas que investiga en España la CNMV.
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