La demora
Crónica del manicomio ·
«En casos de dolor, sufrimiento o frustración observamos la rapidez con que el entendimiento busca una causa, descubre una falta o elige un culpable»No hay nada más gozoso que hacer las cosas de inmediato ni más placentero que demorarlas cuanto se pueda. Si uno consigue aunar ambas satisfacciones ... se acerca a la felicidad o al menos la saborea un rato. Lo difícil es compaginarlas, porque su armonía responde al arte del deseo y nos ha sido revelado que el arte es breve y el deseo incierto.
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Pero entre todas las demoras posibles que debemos tramitar hay una que es más difícil de retrasar. Más incluso que la sexual, que pasa por ser una exigencia tiránica y premiosa. Se trata del ejercicio de interpretar. La necesidad de dar sentido a todo cuanto nos sucede, en especial si es algo excepcional o doloroso, enseguida nos aguijonea y nos embarca. Soportamos mal la incertidumbre, al menos algunas incertidumbres que nos incumben profundamente, como la del sinsentido de las cosas, porque otras nos engolosinan y nos ayudan a vivir. Sin embargo, a menudo el ansia de interpretar nos sofoca, pues el conocimiento requiere de la duda y la duda reclama la ayuda del tiempo. Y si el tiempo no perdona a nadie lo que se hace sin contar con él, según una advertencia poética, menos se lo perdona al conocimiento.
Muchos de los males del hombre provienen de su apremio por dar sentido a los acontecimientos. Prisa que es tan generadora de desgracias como lo es, al decir del filósofo de Clermont-Ferrand, la dificultad para quedarse quieto y solo en la habitación, sin meterte en zarandajas. En casos de dolor, sufrimiento o frustración observamos la rapidez con que el entendimiento busca una causa, descubre una falta o elige un culpable. Es inmediato y automático. Desborda cualquier pausa o moderación.
Sin embargo, igual que la seducción amorosa necesita tiempo, trámites y tanteos, el conocimiento necesita dudas, correcciones y suposiciones. Sin esos parámetros no calibramos el interés del otro ni la dirección y contenido de sus gustos. De hecho, cuando enunciamos un sentido de inmediato, sin pensarlo mucho o tras un torpe bricolaje mental, contamos con un fracaso anunciado, con un error casi seguro. La mejor prueba de ello es comprobar que aquellas valoraciones que construimos de modo precipitado, agobiados por el temor y la inseguridad, se convierten con diligencia en piezas de convicción retórica.
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Pronto nos presentamos ante los demás como apóstoles de algo, clérigos o profetas que predican una verdad que en el fondo no nos convence ni respetamos. Cuando la significación creada no nos llena, es frágil o carece de la solidez necesaria, exigimos que todos se adhieran a ella y nos sirvan de apoyo y tapadera del fiasco. Hacemos como el seductor inhábil, que solo encuentra el sostén de sus fracasos en la promiscuidad y los contactos livianos.
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