La democracia y la barbacoa
«Las estadísticas indican que las mujeres comen la mitad de carne roja que los hombres, y la adicción al vegetarianismo se debe a una mayoría aplastante de mujeres enfrentadas al virilismo congénito de los hombres»
En una de sus causticas y más celebradas bufonadas en su vida errante, el humorista francés Michel Coluccci, conocido como 'Coluche', anunció así la generosidad ... francesa para acabar con la hambruna en el mundo durante un mitin de su campaña como candidato a la elección presidencial de 1981: «Quisiera tranquilizar a los pueblos que se mueren de hambre; los franceses comeremos por todos ellos». De los siete pecados capitales, la gula no está en Francia en la lista de vicios que el Vaticano mantiene a pesar de las protestas remitidas por académicos, gastrónomos y cocineros, ignoradas hasta ahora por la Curia romana.
La cultura culinaria nació burda en tiempos de los galos con la glotonería de Óbelix, pero se refinó pronto en los campos de cultivo y caza que suministraban materia prima excelente a las cocinas palaciegas. Desde aquellos siglos hasta los anuarios de estrellas Michelin hay un largo trecho en esa tan loada gastronomía francesa. No es casual que el paradigma universal de la infinita glotonería sea francés, el héroe Pantagruel que dio a la fama hace cinco siglos el humanista François Rabelais.
A pesar de la disparidad entre las monarquías absolutas y las revoluciones, la gastronomía ha tenido siempre en Francia un predicamento político de primer orden. El clérigo Charles M. de Talleyrand, que sirvió con su sabiduría diplomática al rey Luis XVI, a los revolucionarios que lo guillotinaron y a Napoleón, se lamentaba de que «nunca más se comerá en Francia como en tiempos de la monarquía». El cardenal erró en el pronóstico y su añoranza palaciega logró salvar la cocina tradicional francesa, a pesar de las exigencias culinarias de los revolucionarios para aniquilar también los fogones monárquicos, que él consagró con su política haciendo buena la famosa advertencia sandunguera de la reina Marie-Antoinette en favor de la alta cocina: «Si el pueblo no tiene pan, que coma brioche».
En su ardor del regreso a casa tras las vacaciones, los franceses han mantenido esta semana con su entusiasmo tradicional otro vehemente debate político, sin precedentes ni en el fondo ni en la forma, que enciende la mecha en los dos extremos del arco parlamentario: para la izquierda extrema, la carne roja es una de tantas manifestaciones y ataques de los valores machistas, opuestos a la bondad y la sostenibilidad ambiental de la dieta vegana; mientras, la ultraderecha reivindica los valores tradicionales y la potencia viril de la carne.
He aquí la tesis, origen del escándalo, pregonada con los timbales feministas de una nueva cruzada, de la diputada Sandrine Rousseau, ecologista y feminista radical elegida por la alianza de izquierda radical Nupes, una amalgama parlamentaria explosiva entre el ecologismo blando, el feminismo de trinchera y los residuos de la extrema izquierda comunista: «La mentalidad colectiva tiene que cambiar para que un bistec cocinado en una barbacoa deje de ser otro símbolo de virilidad». Así está servido ese debate político-cultural francés, centrado en las cualidades y los efectos de un bistec, entre defensores, los/las feministas, y los detractores, que confiesan no ver ninguna conexión entre ese asunto y la batalla eco-feminista.
Sostienen la diputada Rousseau y su exigua tropa encuadrada en el partido Los Verdes que la moderna sociología demuestra una diferencia profunda entre los sexos, en su relación con el consumo y los efectos de la carne en la alimentación humana. En su libro de reciente publicación 'Más allá del Androceno', denuncia ella la cualidad de esclava de la mujer en el mundo contemporáneo, cuyas reglas están marcadas a favor de los intereses capitalistas a escala planetaria «por las actividades extractivas desbocadas, el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado». Y en este punto preciso salta fulgurante el poder de la barbacoa, oculto durante milenios.
Esta es la tesis de la nueva secta vegana que denuncia otra diferencia de género entre los sexos provocado por el consumo de carne. Las estadísticas indican que las mujeres comen la mitad de carne roja que los hombres, y la adicción al vegetarianismo se debe a una mayoría aplastante de mujeres enfrentadas al virilismo congénito de los hombres que se manifiesta en el rito machista de la barbacoa, símbolo de la dominación de la mujer.
La diputada Rousseau ha sido esta semana con sus sermones ecologistas y veganos la diva de ese debate nacional en Francia cuya bulla ha llenado las páginas de los periódicos y los debates más ruidosos en la televisión. Según ella, salvadora y estrella rutilante de la humanidad en peligro, las mujeres, los negros y los ciudadanos de países colonizados han sido confinados por el patriarcado, la colonización y el racismo que nacen de la superioridad del macho.
A quienes le proponen dejar de mirar a la entrepierna para gozar un menú a la parrilla, buena carne, buen queso y buen vino de la gastronomía francesa, la iluminada líder de ese feminismo extremado aconseja degustar un humilde cuscús. Así concluye por ahora ese debate exacerbado, que esta vez choca sin embargo contra una de las murallas más sólidas de Francia, la bouffe, el condumio, símbolo colectivo tan cardinal como la heroína Juana de Arco o la Marianne del escudo nacional.
El uso placentero y festivo de la barbacoa, arma peligrosa que amenaza el futuro de la humanidad, se ha codificado durante milenios como el recurso supremo de la superioridad física masculina, porque ese convivio colectivo requiere desde el pleistoceno un trabajo viril extenuante para cazar y descuartizar reses, cortar leña y cavar los hoyos de la fogata.
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