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Wuhan, 25 de enero de 2020: una de las primeras imágenes de médicos con ropa protectora para luchar contra el covid. A la derecha, un farmacéutico muestra un test de antígenos, clave actualmente en el autodiagnóstico del virus. AFP/Europa Press

Covid 19, del colapso al 'autocuidado'

La audiocarta del director ·

«Desde el principio surgió un falso dilema entre economía y salud. Digo que es falso por dos razones. Porque la ruina la causó el virus y no las restricciones aplicadas para protegernos de su ataque. Y porque difícilmente puede existir una economía fuerte en un contexto de enfermedad, incredulidad y miedo generalizados e indefinidos»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 2 de enero 2022, 08:22

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Volvamos al principio, cuando comenzó todo. A finales del año 2019, se detectó un nuevo tipo de coronavirus en China que provocaba una enfermedad, la covid 19, con un cuadro clínico respiratorio severo causante de la muerte de un porcentaje de pacientes. En Europa, en España y por supuesto en Castilla y León, comenzamos a especular con la peligrosidad del patógeno. Nos llegaron las imágenes de Wuhan, de los confinamientos, las mascarillas, las cuarentenas… A pesar de ello, enseguida echamos mano de las comparativas que nos convenían. La covid 19 es como una gripe, se dijo. «España no va tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado», aseguraba Fernando Simón. La epidemia fue declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) una «emergencia de salud pública de preocupación internacional» el 30 de enero de 2020. El 11 de marzo, como una pandemia. Tres días después, el Gobierno de España decretaba el confinamiento de toda la población.

¿Por qué sucedió tal cosa? Porque, por ahora, el coronavirus no causa un catarro común, como mucho, sino una enfermedad de carácter contagioso que, en determinados pacientes mayores o especialmente vulnerables, acaba siendo mortal, implica largas secuelas o convalecencias en unidades de críticos. Eso es un hecho, una certeza. Quizás en un futuro la clínica mejore, pero en estos momentos hay individuos asintomáticos que no saben siquiera que han sido hospedadores del virus, y por tanto potenciales contagiadores; otros que lo sufren como un leve resfriado; otros como una especie de gripe; otros como un proceso de semanas en una UCI derivado en resacas patológicas de distinta persistencia. Y otros que mueren. En Castilla y León ya llevamos 12.000 de estos últimos.

Es muy importante recordar esta variabilidad de los riesgos ciertos, contrastados, asociados al virus y el hecho de que sea una especie de ruleta rusa. Porque esa incertidumbre es parte esencial del motivo por el que el mundo entró en una crisis sanitaria internacional tan profunda, una que ha infectado a casi 300 millones de personas y matado a más de cinco millones y medio. En apenas dos años. Si se olvida, se corre el riesgo de decir memeces, como que la pandemia ha pasado o que hay que convivir con el virus. No se crean a nadie que diga tal cosa, al menos hasta que el virus no sea un huésped inofensivo. ¿O es que nos hemos rendido al absurdo de que no podemos obligar a nadie a vacunarse y sí a que todos convivamos con el virus?

Salud y credibilidad

Así pues, tenemos una crisis grave de salud pública planetaria, y de credibilidad de nuestros representantes, con certezas e incertidumbres muy negativas que, lógicamente, provoca miedo en la población. La realidad es que nadie en su sano juicio querría contagiarse. Los sistemas sanitarios y asistenciales colapsaron, se ha necesitado mucho dinero y endeudamiento para sobreponerse al impacto económico. Se detuvo el mundo, prácticamente. Y lo más importante desde un punto de vista meramente humano, la muerte se sigue cebando en la población mayor, la más débil.

Por eso surgió, desde el principio, un falso dilema entre economía y salud. Digo que es falso por dos razones. Porque la ruina la causó el virus y no las restricciones aplicadas para protegernos de su ataque. Y porque difícilmente puede existir una economía fuerte en un contexto de enfermedad, incredulidad y miedo generalizados e indefinidos. En estos días en los que la contagiosidad está escalando a cotas de incidencia altísimas, algo que se viene anticipando desde hace muchas semanas y frente a lo que pocas administraciones han decidido interponer los cortafuegos adecuados, el dilema se ha vuelto a situar en el centro del debate público. De tal suerte que, después de dos años poniendo barreras a la alta contagiosidad del coronavirus, parece que en España nuestros gobernantes, con el Gobierno de Pedro Sánchez como principal exponente y responsable, acusan cierta fatiga y han decidido, como en Madrid o Castilla y León, fiar la gestión de la crisis a lo que denominan «autocuidado». Recordemos que se trata, como bien definió la OMS, una «emergencia de salud pública», por eso se han impuesto desde el principio limitaciones y restricciones de carácter social, desde el confinamiento más rígido al uso de mascarillas, geles o la distancia y ventilación. Por eso también se han administrado vacunas masivamente pagadas por fondos estatales bajo gestión de organismos internacionales como la Unión Europea.

Acuso de fatiga a nuestra dirigencia institucional por no entrar en calificativos más agrios. Lo cierto es que no se comprende que se haya transitado con tanta facilidad de un escenario de controles y restricciones general a otro en el que poco menos que se da a entender que la incidencia es un aspecto casi irrelevante. Y que cada uno es responsable de su salud. La propia Junta está distribuyendo estos días un anuncio cuyo eslogan es 'También depende de ti'. A veces da la sensación de que no es «también», sino «solo o principalmente»…

Y todo porque, con las vacunas, que no son efectivas al 100% ni evitan el contagio ni en algunos tramos de edad llegaron al 80% de las inoculaciones previstas, las unidades de cuidados intensivos o las camas de hospital no han experimentado el nivel de colapso brutal de otras fechas. La comparativa es tramposa porque no se hace con la situación pre pandémica, sino con la de los meses más duros de las tres primeras olas. Como tramposo es atenuar la importancia de los ingresos de no vacunados. ¿Acaso no hay que atenderles igual? La normalidad era otra cosa. Además, nuestro sistema sanitario no es posible reducirlo a su número de camas UCI o ingresos hospitalarios: está la atención primaria, está la especializada, está la suspensión de quirófanos y está el hecho de que el propio personal sanitario, en un contexto de máxima contagiosidad, también acabará mermado por las bajas. ¿Se sometería el sistema educativo a una nueva normalidad de 35 niños por aula y 22 horas lectivas semanales porque en una fase previa extraordinaria llegara a haber clases con 60 u 80? Pues eso es lo que pasa de nuevo en nuestros hospitales.

Obligados a jugar en esta macabra lotería

Hay, en definitiva, varias cosas con las que no parecen contar nuestros gobiernos, muchos de ellos rehenes de un positivismo miope y, en todo caso, egoísta. Que sigue siendo posible morir por coronavirus, pues uno no sabe con seguridad, hasta que se contagia, si es un paciente propenso o no a desarrollar una covid 19 agresiva. Vacunación incluida. Es una lotería a la que nos obligan a jugar y para la que uno no sabe si lleva muchos o pocos números. Tampoco cuentan con que la vacuna da muchas ventajas, pero no nos blinda ni personalmente ni como colectivo de todos los efectos nocivos del virus, no solo de los propios de una trágica muerte. Que, mientras tanto, la población mayor, que se sabe muy vulnerable, se autoconfina atemorizada en un clima de contagiosidad en el que cualquiera diría que se nos fumiga con coronavirus. Que los recursos sanitarios siguen siendo limitados y a mayor presión de la pandemia, menor atención a otras patologías o necesidades. La gente sigue sufriendo otras enfermedades. Que los trabajadores se están dando de baja también masivamente, con perniciosas consecuencias para los presupuestos públicos y aquellas empresas en las que el teletrabajo no es una opción… Y que aumentar la base de contagiados de manera constante y descontrolada como en estos momentos incrementa lógicamente en términos absolutos, aunque sea en menor proporción que durante otras fases de la pandemia, el número de víctimas. Es matemática.

«No es coherente no actuar. No es coherente no asumir responsabilidades públicas ante una emergencia de salud pública. No es coherente adoptar decisiones o no hacerlo como quien apuesta a los dados»

Al final debemos preguntarnos: ¿qué mensaje recibe una sociedad de sus cargos públicos si estos menosprecian o directamente ignoran los contagios, la base de toda epidemia, sin tomar medidas efectivas que los reduzcan, y se refugian en el dato o circunstancia que mejor favorezca en cada momento su interés político? No es coherente no actuar. No es coherente no asumir responsabilidades públicas ante una emergencia de salud pública. No es coherente adoptar decisiones o no hacerlo como quien apuesta a los dados, confiando en que el «autocuidado», por ejemplo, nos salve. Por cierto. ¿Cómo es que no se aplica el autocuidado con las bebidas alcohólicas, el tabaco, en otros ámbitos como los impuestos o el reglamento de circulación…?

En 2022, por favor, autocuídense todo lo que puedan.

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