Contraposiciones
«Caminamos hacia una contraposición clara entre lo global y lo local; en lo más inmediato, la contraposición ya se está dando entre lo colectivo y lo individual»
Contemplando la evolución de los acontecimientos, todo hace indicar que caminamos aceleradamente hacia una etapa de intensas contraposiciones; algunas saltan ya a la vista, otras tendrán más o menos profundidad en función de lo que dure la pandemia, otras se manifestarán precisamente cuando, tras la pandemia, haya que intentar recuperar el destrozo que se haya producido. Por su puesto, llamo contraposiciones a los múltiples asuntos en que habrá eso, posiciones encontradas, que es lo que suele ocurrir cuando los intereses de las partes se enfrentan, generando polarización. Si, en esa situación, hay margen y voluntad para encontrar una solución negociada, estará bien; hasta puede ser buena y positiva la contraposición. Si no es así, la contraposición producirá tensión y terminará por convertirse en confrontación, con final incierto; de la contraposición al encontronazo, que diría un castizo.
Vayamos, pues, enumerando: en lo más alejado, caminamos hacia una contraposición clara entre lo global y lo local; en lo más inmediato, la contraposición ya se está dando entre lo colectivo y lo individual. Luego están las zonas intermedias: Europa frente a los Estados miembros, y los Estados miembros entre sí; el Estado, el nuestro, frente a las Autonomías; los Gobiernos frente a los mercados y las empresas; la Administración frente a los ciudadanos; lo público frente a lo privado; la economía frente a la salud, etc., etc. La lista podría llegar hasta el infinito, o cerca. Habrá contraposiciones institucionales, económicas, sociales, políticas, culturales, morales; y las habrá, las está habiendo ya, que son de todo un poco y a la vez, y con muchas dimensiones.
Baste fijarse en la que mencionaba en primer lugar, y como más alejada: la pandemia que estamos sufriendo dibuja en lo global una reacción ideal y teórica de necesidad de cooperación mutua, pero también muestra en la práctica una peligrosa tendencia a la desconfianza recíproca, a las iniciativas de «sálvese quien pueda», y a las soluciones individualistas o unilaterales. Es posible que los estados de alarma, que son situaciones jurídicas, devengan, cuando pasen, en estados de miedo, que son situaciones sociales que se expresan en el recelo al otro, visto como un riesgo o como un peligro, porque siempre son los otros los que contagian; a medida que esto sucede, como tantas veces se comprobó a lo largo de la historia, el repliegue defensivo a lo local, a lo propio y conocido, se extiende con rapidez, con radicalismo y con virulencia. No se olvide que el miedo y la agresividad se llevan bien con el autoritarismo. Y no se olvide tampoco que ese repunte de los discursos territoriales agraviados, llamando a la «salida parcial» de la crisis en cada pequeña patria, encuentran fácil caldo de cultivo en los colectivos temerosos, donde el ansia lógica de pasar página cuanto antes puede hacer creíble lo que simplemente es deseable en un determinado momento. Me limito a decir que ya lo estamos viendo a diario, aunque sea en distinto grado.
Esa otra que describía como contraposición más inmediata, entre lo colectivo y lo individual, o entre lo común y lo particular, tiene tantas o más dimensiones. Es la que coloca a cada uno frente a su responsabilidad personal, ese territorio donde no llega nadie por mucho que se empeñe. Lo público frente a lo privado, el ciudadano frente al poder. Para la época que vamos a empezar a vivir, todos sabemos que hay un ámbito de decisión propio sumamente importante en la prevención, que consiste en asumir y respetar unas determinadas reglas de comportamiento preventivo. A los poderes públicos, gobiernos y administraciones, podemos y debemos exigirles transparencia, rigor, claridad y seriedad en la fijación y ejecución de las reglas; también flexibilidad cuando sea oportuno. Pero ningún poder público llega a todos los lugares ni en todos los momentos a la vez para garantizar su debida aplicación. Cada uno es dueño de su disciplina particular, y ahí es insustituible; esa es la parte de cultura cívica que cada uno tiene que aprender, porque es notorio que tal lección necesita algún que otro repaso.
En medio, entre lo más alejado y lo más inmediato, está ese complejo entramado donde se sitúan Europa y los países que estamos ahí, los mercados, las empresas, las necesidades de unos y los intereses de otros. Tenemos aún reciente la experiencia de la crisis de 2008 y lo que sucedió entonces, y proclamamos a diario que ahora no será igual, que de ésta no saldremos de la misma forma que de aquélla, por más que sepamos que de aquélla no salimos de la misma forma en que hubiésemos querido salir; como si ese asunto sólo fuera una cuestión de voluntad o de deseo.
A día de hoy debemos saber que con una caída del PIB de más del 5%, cuando esperábamos crecer en más del 2%, se truncan muchas de las expectativas con que contábamos y las previsiones presupuestarias con que las pensábamos financiar y sostener ya no son reales. Vamos a una época de creciente demanda y necesidad de gasto público y social, y, previsiblemente, de ingresos decrecientes por la incidencia que la crisis sanitaria está teniendo sobre la actividad económica. Esta es la realidad, y convendrá que más pronto que tarde seamos conscientes de lo que puede ocurrir. En Europa nos achacan una cierta distorsión: mientras hacíamos alarde de estar creciendo más que la media, nuestro déficit también aumentó, tal vez porque no conteníamos el gasto en la medida conveniente. Y eso nos limita ahora en la capacidad de endeudamiento, al que necesitaremos acudir, y en gran medida. Así que, en este terreno, la contraposición va a ser bastante más que eso; tal vez se convierta en una batalla en la que necesitaríamos mucha más complicidad interna y muchos más aliados externos, porque lo cierto es que no andamos muy sobrados de lo uno ni de lo otro.
Se trata, en fin, de saber quiénes querrán compartir las prioridades, cuando llegue el momento de elegir y postergar, porque no habrá para todo. Y no parece que el ambiente esté muy propicio, ni dentro de la coalición que gobierna, ni en los apoyos que se hicieron imprescindibles, ni en los que se sitúan enfrente. Lo que veo es contraposición, tendente al encontronazo, pura y dura. De manera que, si para lo que tenemos por delante lo peor es la debilidad, habría que ir pensando en qué hacer para afrontarlo con más fortaleza y, además, intentarlo con decisión y con humildad.
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