Compaginar
CRÓNICA DEL MANICOMIO ·
«Hay dos tipos de personas, las que mastican el pasado y las que rumian el futuro. Unas están más preocupadas por saber qué va a ser de sus vidas y otras dan vueltas incansablemente a lo que fueron dejando»Si me rindo a la pasión por clasificar, puedo decir que hay dos tipos de personas, las que mastican el pasado y las que rumian ... el futuro. Así de simple. Unas están más preocupadas por saber qué va a ser de sus vidas y otras dan vueltas incansablemente a lo que fueron dejando. Las primeras se angustian ante el más allá. Se inquietan ante el azar o la fatalidad de las cosas, o se torturan ante la duda sobre si los padres o los amigos les estarán esperando en los Campos Elíseos. Las segundas, en cambio, se revuelcan en el lodo del pasado, sin dejar de preguntarse por qué hicieron o no hicieron aquello y por qué tuvieron buena o mala suerte con la familia, el lugar o el país donde afloraron. Estos navegantes del pasado le dan más vueltas a pensar de dónde venimos, qué éramos o dónde estábamos durante los siglos pasados, que a conocer donde nos alojarán cuando el cuerpo deje de ofrecernos amparo.
Estas alternativas semifilosóficas, que acompañan nuestro diálogo con el tiempo, también se traducen en los gustos cotidianos. Hay quienes dedican una fortuna en comprar una cocina electrónica, llena de automatismos y circuitos cibernéticos, mientras que otros, entre los que hoy podría encontrarme, hipotecarían su vida para volver al infiernillo y la bilbaína. Porque hay quien sueña con el metaverso y la ciencia ficción, y quien sin renunciar a la fantasía querría encender de nuevo las resistencias del hornillo o alimentar con carbón de antracita las llamas del fogón.
Muchas personas, que llamamos dogmáticas o rígidas, se revelan extremistas y se mantienen incólumes en uno de los bordes de la vida, aunque dispuestas siempre a cambiar de orilla. No les importa invertir repentinamente la perspectiva, ya sea guiadas por la fe del converso o por la ligereza más frívola. Ignoran que no hay nada más agradable en la vida que la amalgama y la aleación. Nos ennoblece la posibilidad de compaginar las cosas y poder caminar de colmo a colmo, despacio y entre grises, sin parpadear demasiado ni soltar las bridas.
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Uno de los momentos culminantes de un viaje o de un paseo sucede cuando surge la placentera ocasión de pasar de una tienda electrónica, cargada con las últimas novedades, a un mercadillo 'vintage' lleno de recuerdos. Saltar en pocos metros del progreso a la tradición, de lo desusado a lo inédito, sin sentir cansancio ni desconcierto, es una virtud que nos dignifica y nos ayuda a combatir las tristezas sobrevenidas. Ser simultáneamente capaz de regirse por la austeridad y de abandonarse a la lujuria es uno de los signos principales con que reconocemos a la sabiduría.
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