IBARROLA

Como el pan

CON TILDE ·

Decía Leibniz que en todo libro que caía en sus manos buscaba primeramente lo que podía serle útil

Debemos celebrar las librerías. Los humanos, a pesar de la tecnología y los 'reality show', seguimos gastando esfuerzo, tiempo y dinero en leer desde el ... siglo V a. C., cuando aparecen en Grecia los primeros 'bybliopólai' (los vendedores de libros). Que las tiendas de libros resistan junto a las panaderías demuestra que todavía hay esperanzas para nuestra especie.

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Hay tantos libros como lectores y tantas librerías como libreros. Tienen su propia personalidad. No hay más que recordar a Pepe y su librería Relieve o pasar ahora por Maxtor, Oletvm o Sandoval. Todas cumplen un nobilísimo deber: servir de reducto de ideas y sueños.

Decía Leibniz que en todo libro que caía en sus manos buscaba primeramente lo que podía serle útil. Fetiche, solución o desahogo, da igual lo que los lectores busquen; siempre habrá un librero que les guíe entre los rascacielos de papel y tinta mientras choca con personas de todos los gustos y edades.

Las librerías demuestran que el árbol conserva su utilidad de forma hermosa aun después de vivo. Las librerías vibran, como explica Irene Vallejo en su primera novela, con «el nervio del presente», sin nadie que tire tomate o se pegue a las estanterías.

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Son ese espacio en el que pueden convivir de manera eficaz y amistosa los pensamientos de Santo Tomás de Aquino y Friedrich Nietzsche, la poesía de Antonio Machado y la de Rosalía de Castro, la prosa de Roberto Bolaño y la de Isabel Allende, la estimable obra de Adela Cortina y el último 'bestseller' de Carmen Posadas. Son ese lugar en el que todos ellos esperan expectantes y magnánimos a que alguien los recoja con la sana e íntima libertad del que sale a comprar el pan.

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