Coaliciones y alianzas
Pues no sé qué le diga ·
Hacer compatibles ambos planos, administrando con delicadeza las coincidencias y las discrepancias, exige identificar bien el interés generalQue vivimos tiempos políticamente complicados es evidente. Ocurre que, en un periodo de tiempo que ya se extiende prácticamente por un lustro, se han ... encadenado dos fenómenos que, teniendo distinta naturaleza, se condicionan mutuamente con notable intensidad a la hora de aumentar la complejidad.
Uno es el fraccionamiento de la representación política, que ha colocado en el escenario una pluralidad de agentes competidores nunca conocida hasta ahora. Tal fenómeno, que surgió en el contexto de la aguda crisis socioeconómica, todavía reciente y no del todo superada, presenta, además, algunas peculiaridades un tanto extrañas, porque es curioso que las dos marcas emergentes con pretensiones de configurar alternativa (Podemos y Ciudadanos) hayan ido decayendo desigualmente, que los dos partidos con más trayectoria (PSOE y PP) hayan recuperado espacio, también desigualmente, y que, a la vez, la fragmentación haya llegado a su máximo grado de dispersión, colocando nada menos que 16 representaciones diferentes en el Parlamento nacional. Se trata, pues, de un dato objetivo y medible, que forma parte de la realidad, aunque nadie podría aventurar por cuánto tiempo esa realidad se mantendrá con las mismas características que tiene ahora, vista cómo ha sido su evolución.
El otro fenómeno concurrente es de otro signo, bastante más subjetivo y tiene mucho que ver con la cultura política predominante, bastante distinta de la que conocimos en otros momentos de nuestra historia reciente. En este aspecto no influye tanto la legitimación que otorga el electorado, como en el anterior, sino la voluntad, la disposición y la decisión de los agentes políticos. Y estos, hasta ahora, han cultivado más la tendencia a traducir la pluralidad en bloqueo, que a lo contrario, generando serios problemas de gobernabilidad, como es bien notorio. Se ha colocado como prioridad inmediata la afirmación de cada uno, a veces intentando acaparar sin éxito el espacio ajeno, a veces defendiendo el que se suponía propio frente a una creciente y dura competencia, y eso, junto a las estrategias negativas y las aristas excluyentes en los discursos políticos, ha producido efectos nocivos para la estabilidad, en un clima general de cierta hostilidad recíproca en el modelo de relaciones políticas.
Pues en ese doble contexto toca ahora remar. Y no va a ser fácil; no tenemos experiencia histórica reciente de la práctica de la coalición como técnica instrumental para gestionar la complejidad política, y no será tarea sencilla compensar ese déficit en poco tiempo. Algunos precedentes hay en el ámbito municipal y autonómico, pero ese es otro nivel en el que los intereses son más concretos y más fácilmente compartibles. Nos falta ese plus que tienen, por ejemplo, los alemanes: al ganador le faltan unos pocos escaños para la mayoría, de manera que podría gobernar solo o, como mucho, con un simple acuerdo parlamentario, y, sin embargo, busca y obtiene la coalición en el gobierno, y la otra parte la mantiene incluso sin rédito electoral a corto plazo. O ese sentido del humor que tienen, por ejemplo, los italianos: a falta de mayorías, ensayan fórmulas atrabiliarias o imposibles, y, cuando se gastan, buscan otra, casi como los franceses cuando tienen que aceptar la cohabitación porque su propio sistema institucional se lo impone, y no lo cambian. Aquí somos más tremendistas que unos y otros, aunque no lo parezca, y hasta parece que disfrutamos poniéndolo difícil.
Tal vez lo que ocurre es que, por no haberlo necesitado en el pasado, no hemos aprendido a distinguir dos cosas, las coaliciones y las alianzas, que parecen idénticas pero que no lo son. Y ahora que es necesario o conveniente hacerlo tampoco lo hemos intentado con suficiente afán. Si ambos conceptos se saben combinar razonablemente, ayudan a resolver algunos problemas, especialmente cuando tienes que elegir entre depender de alguien cuyos objetivos no puedes asumir o poner los límites con la misma decisión con que él pone los objetivos, asumiendo entonces el riesgo de no poder coincidir.
A partir de ahí, puede entenderse que la coalición la hagas dentro del bloque, si ves posible la cooperación leal y eficaz con quien tengas la suficiente afinidad. Pero no puedes descuidar las alianzas para lo otro, para la defensa del modelo y la afirmación de los límites; y para eso hace falta transversalidad, y hay que buscarla incluso con quien, no teniendo tanta afinidad, necesitarás tener algo de complicidad. Con la coalición, si te alcanza, puedes aspirar a sacar adelante unos presupuestos, medidas sociales, decisiones económicas, lo que viene a ser un programa de gobierno compartido; para medidas de calado y reformas importantes en lo institucional, en lo territorial, en lo electoral, etc., hacen falta mayorías más cualificadas y, por tanto, alianzas. Hacer compatibles ambos planos, administrando con delicadeza las coincidencias y las discrepancias, exige identificar bien el interés general. Y eso concierne tanto a quien gobierne como a quien esté en la oposición, y especialmente a las dos fuerzas políticas que han tenido, tienen y previsiblemente seguirán teniendo la responsabilidad principal en mantener el Estado constitucional y en reformarlo por vías constitucionales. Eso es lo que creo que nos falta para poder enfocar mejor esta etapa turbulenta que no acabamos de superar. Seguro que ayudaría; especialmente cuando tienes que discutir la gobernabilidad del conjunto del Estado con alguien a quien eso le interesa poco, porque lo que le importa es su posición en una parte del Estado únicamente.
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