Y, entonces, de modo sorpresivo, enhiesto sobre aquel suelo terroso y polvoriento, Liberty Puente, enfundó su pistola. A ambos lados de la única calle de ... aquel solitario y herrumbroso poblacho, los lugareños se miraron entre ellos, extrañados. Frente a tan temido forajido, famoso por su proverbial ligereza con el gatillo, no había nadie. Nadie que le hubiera retado a un duelo, nadie que le hubiera, siquiera de modo insinuado, ofendido. El tiempo que, previamente, había estado apuntando, con el dedo índice acariciando el metal refulgente de su arma, hacia un enemigo inexistente, quizá imaginado, había creado un ambiente de máxima tensión y expectación. Qué sucedería ahora, se preguntaban las decenas de curiosos que se apostaban sobre las barandillas, en la puerta del Saloon y, los más temerosos, tras las cortinas de las ventanas.
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Tiempo después, Liberty explicó lo sucedido. Lo hizo a su grupo de íntimos, entre los que siempre existe alguno con alma de periodista o algo parecido. Gente de poco fiar para las confidencias. En resumidas cuentas, les contó que había montado aquel inexistente duelo para escenificar que perdonaba a su espectral ofensor.
Según cuenta la tradición oral, Liberty simuló aquel perdón ante quien no podía defenderse del mismo. Pues perdonar puede ser un modo de ofender, ojo. Tal disculpa a un tercero crea la siempre confusa y a veces injusta imagen de culpabilidad en su receptor. Es decir, se trata de un diabólico mecanismo que convierte a inocentes en culpables a los ojos de los más incautos, que no reparan en que, quizá, no se trata, este tipo de perdón del supuestamente ofendido, de una actitud franca, sino de una preordenada operación de lavado, blanqueo y centrifugado de quien arrastra sobre sí unos amplios antecedentes como experto pistolero en redes sociales con cargo a quienes no necesitaban ni pidieron tal gracia, pues no reconocían ser los sujetos activos de ofensa alguna.
No anda muy lejos la estrategia del que invita a una ronda, sabedor de que ya está pagada. Una descarrilada actitud, perdonen la insistencia.
Este cercano Oeste en el que el sanchismo va convirtiendo a la sociedad española no necesita el perdón de quien no merece ejercerlo. No debemos dejarnos seducir por las soterradas triquiñuelas de quien, cuando le interesa, simula una integración amistosa entre supuestos ofendidos e imaginarios ofensores. Sobran sicarios ideológicos y falta honestidad en los planteamientos.
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Del mismo modo que México nada debe perdonar a España. Ni siquiera en un texto en un correcto e inteligible español. Perdón, ¿qué perdón?
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