s verdad que la rentrée en Valladolid tiene su tempo, su modo y su coloratura, con esto de las ferias y sus globos aerostáticos, que ... lo ven todo desde arriba, como si la ciudad fuera un hormiguero tomado por un ejército de hormigas parranderas. Pero también es verdad, después de un verano donde el aire ha traído a nuestras casas el humo de la incuria, la dejadez y la desgracia, que en el regreso no podemos evitar comprobar de qué manera lo que dejamos mal cerrado en agosto sigue dándonos guerra en septiembre.
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Hablo de Gaza y de Ucrania. Y hablo sobre todo de Trump, con la coda de sus fracasos como pacificador, que no es otra que la foto del paseíllo de los tres nuevos líderes mundiales (Putin y Kim Jong-un, con Xi Jinping en el centro) haciendo chistes sobre el gallo clueco americano. Eso sí, después de que sus asistentes borraran todo rastro de ADN en las butacas donde estuvieron sentados, para evitar que cualquiera pudiera clonarlos, aprovechando las ventajas de la inteligencia artificial. Una tecnología, por cierto, en la que los chinos, aunque no lo dicen, nos llevan ventaja manifiesta a los que todavía tenemos la osadía de proclamarnos occidentales.
Occidentales nosotros, también los vallisoletanos, en el occidente meridional de la vieja Europa. En esa Castilla y León que ha pasado el verano entre incendios terribles. Y en esa España que, más allá de la ira de los dioses del cambio climático, acaba de inaugurar el curso político con otra fotografía: la de la visita del president Illa al prófugo Puigdemont. Foto tomada en Bruselas, en lo que todavía algunos llaman la embajada de Cataluña ante la UE, sita en el número 1.040 de la rue de la Loi, la calle de la Ley. Sin banderas y sin declaraciones, a excepción de ese veredicto que emitió el propio fugitivo: «No vivimos en una situación de normalidad democrática». Obvio.
Una visita que degradó aún más, si cabe, la imagen del inquilino del palacio de la plaza de Sant Jaume. Un político sobre el que todavía no soy capaz de percibir el aura que mantiene, o mantenía, entre sus correligionarios, sobre todo después del desastre absoluto de su gestión de la pandemia. Illa: el mismo que en su día criticó duramente al antecesor de su antecesor, Quim Torra, por acudir a Waterloo a 'recibir instrucciones' del evadido. En aquella ocasión quizá, pero ahora no terminamos de saber muy claro quién ha recibido instrucciones de quién. Lo que sí sabemos es que la embajada, a falta de un Santos Cerdán, lo que de verdad representa es el propósito de otra visita de mayor envergadura: la que Pedro Sánchez le ha prometido en la Moncloa al fugitivo, sin que al salir necesariamente tenga que ser esposado por el CNP o la benemérita. Cosa harto difícil, y más tras la verdadera apertura del curso, que fueron las declaraciones del mencionado sobre los jueces españoles el lunes.
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Y todo con el ominoso mar de fondo de esos presupuestos que se anuncian ya improrrogables, tras el fin de las ayudas europeas. Y sobre todo del trampantojo de la deuda autonómica: un trenzado financiero que deja pequeño al proyecto de 'austeridad responsable' de Beyrou. Nada que no se pueda explicar, en todo caso, con la impagable sonrisa de cartón de la portavoz Pilar Alegría, la mayor semióloga del mundo a la hora de dar urdimbre de lenguaje lógico a lo que es simple y llanamente disparate. Eso que decía George Bernard Shaw sobre el cinismo, como refugio de aquellos que han dejado de creer en la verdad de los hombres. En fin, que con alegría, a pesar de Alegría, nos disponemos a entregarnos a otro descoloque: el de las fiestas… Y el que llegue el último, que cierre la puerta.
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