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Otro yerro para recordar. ¿Dónde estabas tú a las 12:33 del 28 de abril de 2025? Y los recochineos del Presidente: que si dentro de ... que nada funcionó, todo funcionó a la perfección; que si aunque no sabemos nada de lo que ocurrió, todo lo tenemos bajo control. También el caos. Y en cualquier caso un consuelo: que si es verdad que a estas alturas aún no descartamos ninguna hipótesis, por lo menos la tesis de la chapuza nacional parece que se impone por goleada a los delirios conspiranoicos. En conclusión: que como esto ya les ha pasado antes a los franceses y a los italianos, la presidenta de Red Eléctrica, Beatriz Corredor, no tiene por qué dimitir. Ni siquiera, aunque dimitieran Mazón y Teresa Ribera juntos.
Porque en este caso no hay Mazón que valga para eludir la responsabilidad del Estado. Ahora están tan solo frente a frente el Gobierno y la red eléctrica nacional. Esa Red Eléctrica que funciona con un 20% de capital estatal, a través de la SEPI, y un 80 por ciento de libre cotización en los mercados internacionales. Y a cuya cabeza se sitúa la que fue ministra de Vivienda (todavía se lo agradecemos), en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, Beatriz Corredor. Una alta ejecutiva que recibe por su trabajo una justa remuneración de 546.000 euros brutos anuales. Pura energía.
La misma energía que ha gastado el Presidente en afirmar que, frente a la dana o incluso a la pandemia, esta vez no ha habido que lamentar incidencias graves. Lo mismo que piensan, por poner un ejemplo, esas 35.000 personas que quedaron atrapadas el lunes en los trenes, sin comunicación, sin agua y sin servicios sanitarios durante horas y horas y más horas. Todo con la misma explicación que explica lo inexplicable: esos 15 gigavatios de generación que «se han perdido súbitamente en apenas cinco segundos». Más se perdió en la guerra, les ha faltado decir.
Llevamos años, por no decir decenios, clamando por un plan energético nacional que ni este ni los anteriores gobiernos han conseguido promover con un mínimo consenso en el Parlamento. Al último que le escuchamos decir algo al respecto fue a otro ministro socialista, Miguel Sebastián, antes de que se lo llevara por delante el fiasco de aquel megaproyecto de gas natural frente a las costas de Tarragona y Castellón. Un plan que integre de una vez las energías convencionales y las alternativas, por más que todavía no sepamos (ni seguramente vayamos a saber) qué ha tenido que ver realmente en este 'punto cero' energético el trasvase entre unas y otras.
«España es un país seguro y responsable que saca lo mejor de sí mismo en situaciones como estas», ha dicho el pesidente, asegurando que los servicios esenciales han resistido, pero obviando la degradación y el daño infligido a tantos y tantos ciudadanos. Esos mismos ciudadanos que, de manera incomprensible, le seguirán votando directa o indirectamente para que continúe en el poder. Quizás porque la energía alternativa de lo que tiene enfrente desilusiona, desengancha y hasta desinfla. O tal vez porque, una vez recuperada la electricidad, volvemos a estar de puente. Mientras el BBVA engulle al Sabadell, García Ortiz se solaza en el borrado de sus correos y whatsapps, Trump celebra sus cien días de abuso robándoles a los rusos (y a los europeos) los minerales de Ucrania y la Iglesia sigue dándole vueltas a cómo encontrar a ese 'papa valiente' que quiera transitar los caminos que abrió Francisco…, todos tienen la culpa, menos nuestro presidente. La culpa, le ha faltado decir, citando a Gabinete Caligari, fue solo y únicamente del cha cha chá: «Sí, fue del cha cha chá, / que me volvió un caradura / por la más pura / casualidad». Pues eso, insuperable. Es decir, insufrible.
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