Catenarias y catilinarias
«Nada tampoco, lo de la catenaria, que influya ni siquiera una pulgarada en ese cambio de ciclo que con tanta insistencia cantan las aves del nuevo gay trinar»
Volvió a ocurrir. En realidad, ocurre todos los días. Quien viaja en tren lo sabe. Lo padece y lo somatiza. Lo añade con infinita mansedumbre ... a los suplicios cotidianos de la calorina y la incuria administrativa. Y lo suma en la cuenta (menguante) de su salud mental. Y eso a pesar de fastidios tan excesivos como los de la noche que pasaron 318 pasajeros de alta velocidad, en un lugar de la Sagra de cuyo nombre prefieren no acordarse, en el inicio de esta semana de tormentas. Nada, en todo caso, tan grave como para provocar escarmientos, reformas, reparaciones, enmiendas, indemnizaciones o dimisiones, más allá de repartir culpas entre los trenes de Ouigo, que pasaban por allí, y la catenaria del día. Una imagen precisa, eso sí, de esa carrera de fondo que la Administración, con el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible (¿?) a la cabeza, mantiene para devolvernos al tercermundismo, del que un día creímos salir, antes de que a Felipe González le abrieran expediente en su partido.
Nada tampoco, lo de la catenaria, que influya ni siquiera una pulgarada en ese cambio de ciclo que con tanta insistencia cantan las aves del nuevo gay trinar. Una fantasía que nunca termina de suceder, y que ni siquiera las altas olas de la corrupción política y sistémica de los gobiernos de Pedro Sánchez consiguen propiciar. Como marco a este extraño fin de semana de chubascos, en el que los dos grandes partidos españoles se dan cita para ver de qué modo pueden seguir abundando en el desbarajuste, las encuestas vuelven a ser concluyentes: seis puntos (27 frente a 33) resultan ser el arco máximo que separa al Partido Popular del Partido Socialista. En todos los casos insuficientes para que se produzca otra realidad política que no sea la del sueño de la marmota.
Era difícil pensar en alguien menos adecuado que Miguel Tellado para pulsar la capacidad de resistencia de los socios de la coalición gubernamental al contacto con la corrupción. Junts, que le invita a comentarlo en Waterloo, y el PNV que le dice que prefiere retirarse también este fin de semana, con todo su aparato eléctrico, antes que hablar con él. Qué triste papelón el del viejo partido vasco… Era difícil, pero aún lo resulta más pensar en el mismo Tellado, tan sin nada, para sustituir a Gamarra en la secretaría general del partido. Tantos y tan variados movimientos, de tirios como de troyanos, con un único fin. O mejor, con dos. Uno: hacer todo lo posible para que todo siga como está. Y dos: caso de que algo pueda cambiar, que el cambio venga de parte del engordamiento de Vox. No hay dinero para contratar al analista político que nos pueda decir con certeza qué parte de la progresión de la ultraderecha en España se debe a la incapacidad manifiesta de la derecha y cuál al autoritarismo extremista sin complejos del líder de la presunta izquierda.
Entre tanto, lo único cierto es que en el Congreso ya no oiremos más la voz de Santos Cerdán, que se estrena contando sombras en el trullo. Y que del otro lado escucharemos desde ahora más la de Ester Muñoz, con su cachondeíto leonés, que la del mencionado Tellado, con su molicie de plexiglás. Tramas corruptas que se parecen a las películas de cine negro. Y trenes detenidos en la noche transportando a gente muy resignada y muy obediente… Nos sigue faltando una voz como la de Cicerón, no el de las catenarias, sino el de las catilinarias, que se pregunte de una vez por todas y sin mayores aspavientos: «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?». «¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros? ¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?». Pues eso. Hasta el que pase el último tren.
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