La brújula desquiciada de Europa
«Manipular pregonando alarmas a los votantes hipersensibles y señalar a hipotéticos enemigos provoca ira y rompe el imprescindible consenso político que aniquila a una Europa fuerte y compacta»
Cuenta una leyenda inventada por los amigos de Charles Darwin que dos chicos ingleses vecinos del padre del evolucionismo le gastaron una broma cierto día ... al sabio naturalista. Atraparon una mariposa, un saltamontes, un escarabajo y un ciempiés, y con los trozos agonizantes de esas criaturas campestres compusieron el organismo de un extraño insecto. Tomaron el cuerpo del ciempiés, las alas de la mariposa, las patas del saltamontes y la cabeza del escarabajo, que pegaron con esmero.
Con su nuevo insecto metido en un frasco, llamaron a la puerta de Darwin y le presentaron aquel desatino de la naturaleza con esta maliciosa pregunta: ¿Puede usted decirnos qué tipo de error evolutivo ha engendrado a este bicharraco? El naturalista examinó al insecto, acariciando su barba anglicana, y preguntó a los niños: ¿Zumbó cuando lo atrapasteis? Sí, respondieron ellos escondiendo su sonrisa. «Entonces, este bicho tan grotesco es una patraña», respondió Darwin riendo.
Así nació el primer ser inspirado en las teorías darwinianas manufacturado en laboratorio. A pesar de su prestigio científico, avalado por un éxito secular, el evolucionismo y su regla básica de la selección natural de las especies nunca formó parte de los códigos que rigen la evolución social y las metamorfosis en el ejercicio de la política. Hace seis décadas nació la Comunidad Económica Europea, que acabó con un siglo de guerras en el Viejo Continente y trajo la prosperidad a sus ciudadanos. La Europa de los veintisiete se alzó sobre una magnífica arquitectura ideal, aunque carente de ejes vertebradores para la defensa común, y regida por una burocracia excesiva y lejana.
En el nuevo siglo, Europa se mostró débil y desprevenida ante dramáticas emergencias, aunque guiada por líderes de una nueva generación –Mario Draghi, Emmanuel Macron y Angela Merkel– que lograron frenar las huidas centrífugas y las actitudes críticas de algunos países del Este sobre temas fundamentales como la justicia y la inmigración. Mas la euforia es siempre contagiosa, aunque también efímera. Corren malos tiempos para esos líderes notables que se enfrentaron al 'brexit' y navegan por aguas turbulentas en las emergencias de última hora: la guerra en Ucrania, la pandemia, la migración y la inflación.
Los liderazgos debilitados y en cuarentena confirman la fragilidad del frente occidental. En Francia, el presidente Emmanuel Macron fue reelegido, pero no obtuvo la mayoría en el Parlamento y tiene cinco años difíciles por delante. En Alemania, Olaf Scholz no goza ciertamente de la experiencia y la estatura de Angela Merkel. En España, el socialista Pedro Sánchez se ve por primera vez superado en las encuestas por la derecha conservadora. Y en Italia, el prestigioso Mario Draghi amenaza con salir del avispero romano, antigua escuela del malabarismo político, porque algunos de sus socios amenazan con romper la coalición volátil que sustenta a su gobierno.
Aunque se pensaba que las democracias se volvían sabias a medida que envejecían, la medicina del consenso ha sido retirada del mercado político europeo. Estamos descubriendo en cambio que las sociedades democráticas se han vuelto emocionales. Manipular pregonando alarmas a los votantes hipersensibles y señalar a hipotéticos enemigos provoca ira y rompe el imprescindible consenso político que aniquila a una Europa fuerte y compacta.
Como otro gusarapo darwiniano enquistado en los datos inquietantes de la situación económica mundial, agitada por los intereses particulares de los socios de la Unión Europea asustados ante las amenazas rusas de un invierno apocalíptico y congelado, se alza ahora la debilidad creciente de ese tercer bloque económico europeo a escala mundial, troceado y medroso como un ser agónico.
La política de la Unión Europea navega en esta hora turbulenta sobre el andamiaje bamboleante del miedo colectivo y la falta de liderazgos firmes que, en tiempos no lejanos, elevaron al mayor grado de independencia a esta Europa occidental orgullosa de su historia y segura de sí misma. No fue fácil componer con los viejos retazos de Europa el notable poderío económico de un bloque de antiguos enemigos capaz de curar las heridas de tantas guerras: imperios obsoletos de otro siglo, naciones seculares orgullosas, residuos de dictaduras moribundas y restos del despotismo soviético.
Esa institución de tantos éxitos cruza ahora las horcas caudinas de una ausencia de líderes y un miedo creciente ante las amenazas del Kremlin, más alarmantes que la improbable locura de un castigo nuclear: el estrangulamiento de los suministros de gas y petróleo a la Europa rica en venganza por su apoyo a Ucrania y la anexión de ese país invadido con el argumento de su pertenencia secular a la Santa Rusia.
La primera víctima de tal cataclismo será el mundo de las hambrunas en Asia y África si se cortan los suministros de cereales ucranianos y rusos; y luego, la potencia de Alemania, que recibe de Rusia un tercio de sus importaciones de gas natural, y la factura del combustible como arma de guerra contra el resto de países de la Unión Europea.
Esos son al cabo algunos de los misiles y los trucos con que Vladimir Putin, el gran enemigo de Europa, suelda los fragmentos de su temible y novedoso bichejo darwiniano. Como hizo Hitler hace un siglo en Alemania, el presidente ruso pregona con orgullo sus desenfrenados proyectos nacional-imperialistas. La Unión Europea nunca ha sido tan rica y debe mantener y ajustar sus vínculos con Estados Unidos, pero reivindicando su propia autonomía. De lo contrario, la alianza occidental no será capaz de llevar a cabo su autoproclamada cruzada contra las autocracias y vencer al insecto darwiniano del imperio del mal.
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