En la barca
«La atracción por el río, que hermana el agua y la locura, tiene otro sentido»
Cuando vas en barca por medio del Pisuerga, te sientes un dios. Ocupas el centro del universo y crees que todo gira a tu alrededor. ... Sobre todo si hay niebla baja y apenas percibes la superficie del río. La impresión de ir en una nube se vuelve entonces real y te hace sentirte más poderoso y espiritual.
Luego se te pasa el efecto, eso que llaman el subidón, y empiezas a comprender que, aunque dioses haya muchos, la idea de creerte uno de ellos es sencillamente estrafalaria. Pero bueno, tampoco es tan raro ni tan disparatado sentirse muy alto, como un campeón. Estos entusiasmos no solo discurren desde el hombre a dios, sino también desde los dioses múltiples a un solo Dios. Cuentan que el panteón griego entero estalló en una carcajada cuando uno se declaró el único y verdadero. Por lo que se ve, los dioses antiguos eran muy sabios pero eran ingenuos. Como ha sucedido tantas veces en la historia, lo que empezó siendo una broma acabó en tragedia y duelo. Aún combatimos en múltiples guerras de religión y nos matamos por un quítame allá esas pajas, por creernos siervos de un dios verdadero.
En la época de la reforma psiquiátrica, allá por las décadas de los setenta y ochenta, cuando se inició el cierre de los hospitales psiquiátricos y los locos empezaron a salir a la calle e incorporarse a la vida ordinaria, resultó que los primeros pasos les llevaban inevitablemente al río y a la estación del ferrocarril.
La fascinación del tren es fácil de entender, pues cuando perdemos la razón perdemos con ella el deseo, y no hay mejor metáfora del querer que dos raíles paralelos que se pierden en el horizonte y quién sabe si en el olvido o en el infinito de algún lugar. Una estación es un templo de la nostalgia, donde las personas y las cosas vienen y van. Un espacio hacia el que los locos, huérfanos de deseo, sienten una llamada especial.
Se ha dicho que pocas cosas arrebatan tanto la imaginación y el sentimiento de eternidad como contemplar una noche estrellada, pero hay una que le iguala, y es contemplar los topes hidráulicos que ponen fin a las vías en una estación terminal. Nada es comparable a su verdad. Pocas cosas son físicamente tan vehementes para indicarnos el absurdo, la finitud y la mortalidad.
La atracción por el río, que hermana el agua y la locura, tiene otro sentido. Un valor en principio igual de lírico, pues la asimilación poética del río y el curso de la vida es una constante difícil de evitar. Pero esta es una asociación convencional que emparenta a cuerdos y locos en un mismo destino de dicha y de calamidad.
En cambio, el río entendido como metáfora infinita de la vida y la inmortalidad, se acerca más a los arrebatos de la razón. Esa es la lección que me obligué a asimilar. Todo lo que aprendí en el manicomio me lleva directamente a remar en el río, donde al caer la tarde tengo una cita con la locura a la que no me gusta faltar.
Noticia Relacionada
Comienza la jornada bien informado con nuestra newsletter 'Buenos días'
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión