El ángel de la música
Morricone había alcanzado ese raro equilibrio entre ambición artística y capacidad para llegar al público que está al alcance de pocos
Tanto como nos desmoraliza el triunfo de la injusticia y de la mentira, el reconocimiento de lo justo, lo bello y lo bueno nos devuelve ... la confianza en el mundo. No es fácil, pero a veces se produce el milagro, y lo verdaderamente valioso encuentra la recompensa de un aprecio general y compartido que, a menudo, no nos engañemos, solo se dispensa a lo fácil y a lo simple. El compositor italiano Ennio Morricone, fallecido cuando todavía conservaba muchas balas en la recámara de su talento, disfrutó de tal privilegio en vida, lo que es todavía más infrecuente. Su éxito es motivo de esperanza para quienes creemos que la belleza es un alimento imprescindible para cualquier ser humano que aspire a trascender esa inevitable animalidad que nos acompaña, y de la que no podemos desprendernos.
Allí donde haya alguien que se emociona con las músicas que compuso para Sergio Leone, 'La Misión', 'Cinema Paradiso' o 'Sacco y Vanzetti', habrá alguien que entienda que derribar estatuas, por poner un ejemplo, es una forma tosca de relacionarse con el mundo, más propia de bestias que de seres civilizados. Pero nada garantiza que esa sensibilidad hacia lo bello y justo vaya a estar ahí siempre, de modo que conviene celebrarla mientras se pueda.
A Morricone le apreciaba al tiempo el público y los músicos porque había alcanzado ese raro equilibrio entre ambición musical y capacidad expresiva y comunicativa que está al alcance de pocos. Era un artesano que moldeaba cada partitura como un alfarero. Pero un alfarero muy peculiar, empeñado en hacer, cada vez, una pieza única, distinta y original, que generara esa doble sensación de reconocimiento y sorpresa que describe al mejor arte, el que construye sobre lo conocido para ir en busca de nuevos territorios. El que respeta la tradición para superarla sin destruirla. Morricone, que se formó en las vanguardias musicales más radicales, fue consciente enseguida de los peligros del ensimismamiento del creador que ignora al público y siempre buscó ese equilibrio mágico que pocos consiguen alcanzar.
Por si fuera poco, Morricone logró desplegar la inmensidad de su talento en un arte humilde, como el de las bandas sonoras, donde las propias capacidades deben ponerse al servicio de otro. Pues justo ahí, en territorio ajeno y hostil, logró echar raíces e imponer la contundencia de unas melodías emocionantes y de extraña hermosura tímbrica que han logrado trascender las imágenes a las que acompañaban y que hoy se escuchan, con mucha frecuencia, al margen de ellas. Si hay alguien que merezca el título de ángel de la música ese es Ennio Morricone, el hombre que demostró que la belleza florece en lugares insospechados.
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