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La libertad de los ciudadanos del mundo civilizado depende también de la electricidad y de Internet. Acabamos de comprobarlo con un apagón que ha puesto ... de manifiesto lo vulnerable de la infraestructura de las democracias, aparentemente segura. Casi todo, la alimentación, la vivienda, el trabajo, el transporte, la información, el tiempo de ocio o libre, las interacciones personales, etc. depende ya de la tecnología y de la red eléctrica. Una vez recuperada, la creciente pandemia de bulos, conspiranoias y desinformación sigue dañando nuestra libertad.
La libertad es necesaria, frágil, manipulable, contradictoria, compleja. Ejercerla depende de unas condiciones que, al mismo tiempo, la limitan. Hoy es tema frecuente de debate en esta sociedad tecnológica. Y lo ha sido siempre en todo tiempo y lugar. Cervantes lo trata con belleza en el 'Quijote' (Q.II,58):
«Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y volviéndose a Sancho le dijo:
–La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres». ¡El caballero estaba libre al fin! Libre de las constantes burlas de los Duques y de la ociosa vida palaciega, que terminaron siendo para él una jaula con barrotes de oro. Bastaron unos minutos de respirar en campo abierto, al aire libre, para que a Don Quijote se le renovase todo su ser, lanzando ese espontáneo grito de libertad. Una de las frases más célebres del 'Quijote'. Y también de las más sentidas, porque Cervantes padeció un largo cautiverio de cinco años en Argel. Cuando acabó tuvo la intensa experiencia de recuperar con la libertad su dignidad como persona, el sentimiento más íntimo que nos constituye como seres humanos.
Los lectores actuales suelen hacer una interpretación no religiosa del significado de la famosa frase cervantina. El precioso don sólo es dado por «los cielos» en sentido metafórico, porque en realidad pertenece por derecho propio a cada persona. En las democracias, la libertad es un derecho fundamental recogido en las leyes, Constituciones y declaraciones internacionales de derechos civiles. Pero su ejercicio práctico tiene límites, muchos límites. Lo peor de estar en paro, por ejemplo, no son los escasos bienes materiales que pueden disfrutarse, sino el grave daño que supone para los sentimientos de libertad y dignidad de las personas.
La total ausencia de ataduras, la libertad absoluta, es un ideal platónico inexistente. Cada ser humano está atado a sus propias circunstancias, a sus creencias, ideas, ambiciones, deseos, miedos, simpatías, antipatías, a su salud física y mental, a su economía, a las condiciones laborales de su trabajo, a las normas de la sociedad a que pertenece, al sistema político en que está inmerso, y a las leyes que deba cumplir. Y encima, a la electricidad y a Internet. Las personas estamos sujetas por límites internos y externos. La libertad humana existe, pero en la práctica sus márgenes son a menudo pequeños. Casi una ficción. Lo que nos hace libres al mismo tiempo nos hace dependientes, nos encadena. La jaula de nuestro cautiverio en el siglo XXI no tiene barrotes de hierro, ni de oro, sino invisibles barrotes de electrones, bits y frecuencias de onda. ¡Qué bien cuando logramos respirar unos minutos al aire libre!
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