Rara avis
«Tengo una relación con el estío cercana a la ignorancia mutua. Él se empeña, en claro conchabamiento con el sol y los movimientos de la Tierra, en amargarme los paseos con temperaturas que derriten las farolas, las siestas con cotas térmicas propias de Namibia...»
Un perro verde. Eso dicen de mí. Yo creo que tampoco es una dolencia grave ni para mirarme cuando paso por la calle. Es lo ... que hay. Viene al caso porque en el trabajo (en el otro) todos me ven llegar estos días con cara de haber bebido vino malo, que es algo que no debería estar permitido. El asunto es sencillo y la mayoría sabe la razón: hace calor. Sé que hay gente más famosa que yo que ha escrito en estas y otras páginas sobre su odio al verano. Lo respeto. Yo no llego a ese punto, pero tengo una relación con el estío cercana a la ignorancia mutua. Él se empeña, en claro conchabamiento con el sol y los movimientos de la Tierra, en amargarme los paseos con temperaturas que derriten las farolas, las siestas con cotas térmicas propias de Namibia y las noches impidiendo una brizna de aire que dé un ligera tregua y me permita soñar con mi adorado noviembre. A cambio, yo reniego (con los deditos cruzados) de mi tierra durante esos meses y busco el verano de sudadera y 18° a las ocho de la tarde tan propio del norte. Lo que les decía, tolerancia recíproca.
Por poner las cartas sobre la mesa, les diré lo que me gusta del verano: las vacaciones y la extra. Ya está. El resto de los ingredientes los rechazo como uno aparta las coles de Bruselas de un apetitoso plato de carne. Sobran. Voy a dar varias razones y, como soy raro en este sentido, no me van a entender ni dar el beneficio de la duda. Pero me importa lo mismo que el diálogo a Yolanda Díaz. Me expongo, cuento lo que he venido a decirles y me voy.
A lo que íbamos: los bichos. Empiezo fuerte. Me hablan del ciclo de la vida y que unos sirven de alimentos a otros y… Erradiquen los mosquitos. Ya. Vivimos en una era donde se puede operar de un triple baipás a la gente desde una habitación a veinte metros de distancia manejando un robot… ¿y no pueden exterminar a un bicho que te sorbe la sangre, te deja un ronchón como las medallas de la Champions y va a contaminar la linfa de otros? Fuera, hombre.
Los pantalones piratas. No los bermudas. Los piratas. ¿Por qué? ¿Quién les ha dicho que les quedan bien? ¿No tienen amigos? ¿Van a bailar la cancioncilla esa de Fórmula Abierta? Tendrían que atravesarme los pezones con agujas candentes y ni así pasaría por el aro.
Lo del cine suele ser trágico. Sacan un par de pelis palomiteras en junio para que tengan recorrido hasta bien entrado agosto, aderezan la cartelera con pelis infantiles con un número junto al título y algún que otro truño de los que va a ver porque el aire acondicionado del cine compensa y no va a su factura de la luz. Y, mientras, le colocan varios tráileres de films interesantes junto al mensaje «8 de septiembre, en los mejores cines». Hay que ser mala persona, coño. Te dan ganas de irte.
Las fiestas de los pueblos son maravillosas… cuando tienes veintidós años, el nivel de aguante a tope de gasolina y apiñarte con gente sudada y borracha y beber de un cachi sucio, roto y compartido te afecta lo mismo que las críticas a los pactos cuando estos te garantizan el Consistorio.
Como ven, no he nombrado la palabra calor desde hace quinientas palabras, pero incide directamente en lo de las bebidas templadas. «Pues ponle hielo», dirá su cuñado, el ingeniero de la vida. Y al final resulta que las copas están aguadas, el vino caliente y la cuenta la pagas al mismo precio. Pero el veranito, guay, ¿eh?.
No pretendo convencerles. Y, además, sé que no lo voy a conseguir. Sólo quiero que se apiaden de aquellos que no adoramos esta época. No nos miren así. Luego llega el otoño y semana tras semana vienen con aquello de «estarás contento, ¿no?». Como la madre que riñe a su hijo cuando rompe la vajilla que trajo de Francia la tía Heliodora. Déjennos vivir. Seremos rara avis, qué le vamos a hacer. Me canso de pedir el café solo, que me lo traigan con un iceberg en la taza y que, al devolverlo, se vayan con un rictus como de «ojalá te abrases el gaznate, tarao». ¡Que me gusta así! «Pero es que, haciendo este calor, lo normal…». ¡¡QUE ME GUSTA ASÍ!!
Por concluir: sombrilla, libro, norte, brisa, chapuzón, ducha fría, Frasier, helados de «Bico de xeado», una lista de Spotify de swing para no oír a la chavalada en la playa mientras hago como que me duermo, cenas con amigos y algún lunes sin trabajar. ¿Ven como no soy tan raro?
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