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Aficionados del Real Valladolid en el estadio Zorrilla. Carlos Espeso
Míster Cipriano

Hinchas e hinchas

«En ningún sitio pone que se opte por un bando y se cierren los ojos ante cualquier examen que deje en mal lugar la posición elegida»

Alfonso Niño

Valladolid

Jueves, 17 de julio 2025, 06:59

Tenía pensado escribir sobre la respuesta del populacho a la campaña de abonados del Real Valladolid, de la capacidad de perdón de los aficionados tras ... haber presenciado cómo se arrastraban por un pedregal su nombre y colores durante una temporada. Por otro lado, y dada la acumulación de escándalos con influencia gubernamental, no podía obviar la desastrosa situación actual, el desdoro de las instituciones y la rotunda desconfianza en la clase política que cunde por el país. Así estaba cuando empecé este artículo hablando de 'hinchada' y, al teclearlo, entendí que esa palabra era la clave para unir ambos temas y emerger airoso del trance. A ver qué tal sale.

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Cuando alguien le diga despectivamente que sólo es fútbol o que con la que está cayendo como para prestar atención a lo baladí, ponga en el candelero lo que está sucediendo en esta primera parte de julio con un equipito de provincias. Es una locura insana y magnífica ser del Pucela. En tiempos recientes nos han vendido, mentido y utilizado; hemos sufrido en nuestras carnes morenas el zarandeo a los símbolos del club, chantajes al municipio y burlas infames de trabajadores; también han humillado nuestra camiseta por los estadios hasta convertirnos en la postrera y más severa porquería deportiva jamás vista. Por último, han liquidado, como si estuvieran en el antiguo mercadillo de Cantarranas, todo aquello susceptible de producir un rédito económico, aunque fuera por una limosna y valiera mucho más. Y, ante este cúmulo de catastróficas desdichas, la afición, frente a un cambio de propiedad, un junio de congoja y una presentación con un par de frases motivadoras, responde acercándose a los diez mil abonados en dos semanas.

Cabe aquí detenerse y diferenciar entre aficionado e hincha, y entre hincha y radical. Usted y yo conocemos a muchos hinchas. No suelen darse a razones. Una mano dudosa siempre es penalti si pertenece a un rival y motivo de queja por liviana si es propia. Un hincha no argumenta, reclama. Se va a la cama sin cenar si pierde su equipo. Su familia paga con desaires cada derrota y el contrario jamás de los jamases ha merecido la victoria: o hemos jugado fatal o se lo ha regalado el árbitro. Más allá está la categoría fanática. El radical defiende todo lo anterior, pero con agresividad y violencia. Cree poco en la dialéctica y mucho en el insulto.

Resulta que entre la masa votante de este santo batiburrillo de partidos políticos e intereses podemos observar una clasificación bastante similar. Están los seguidores, electorado que por el motivo que sea, desde un mensaje cautivador hasta un guiño de confianza, decide elegir a un candidato u opción concreta. Sigue el derrotero de su voto, pone mala cara ante los disparates y se congratula cuando resuelven con tino. Acostumbran a sobresalir los hinchas: apasionados, fervientes adeptos de las tesis que sus ídolos promulgan desde pedestales de arcilla. La duda no es una opción, su precepto de cabecera es «si lo han hecho así, por algo será». «Pero es que ellos…» es su segundo sacramento. La jerarquía termina con los radicales, también llamados ultras. Utilizan cualquier excusa para esgrimir la fuerza como factor coercitivo. La ley no vale si no se pliega a sus intereses. Gentuza, vamos.

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A lo que voy con este texto es a que ser hincha en el deporte, depende, pero en la política es de un cazurrismo malsano. El pensamiento crítico es simple: analiza y decide. En ningún sitio pone que se opte por un bando y se cierren los ojos ante cualquier examen que deje en mal lugar la posición elegida. Y si lo hacen, un poco más arriba tienen definido su espacio. Piensen en los aficionados blanquivioletas, que ante una gestión vergonzosa se plantaron, criticaron, discreparon de cada paso indigno e, incluso, abandonaron su templo zorrillense por no verse identificados. Abrazarse a predicadores con ínfulas de Nerón es inmolarse.

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