Cenas de ¿Navidad?
«No está de más, con la que se vive en estos días inciertos, pegarse un homenaje, pero si nos siguen corriendo las fechas vamos a terminar comiendo turrón en septiembre y con el calorcito se nos va a hacer bola»
Efectivamente. Ustedes creen que estoy loco y yo que los que se van de cena navideña a 17 de noviembre también lo están. Lo ... cierto es que sucede porque mucha crisis, mucha subida de precios y mucha cantata dieciochesca, pero no encuentra uno sitio para banquete con cuatro amigos un viernes de diciembre ni pasándole un billete de veinte solapadamente al que se encarga de las reservas en el restaurante. Será que vemos la que nos va a caer en breve y queremos apurar la última juerga, quién sabe.
Supongo que en su trabajo también habrán puesto el típico folio con los entrantes a compartir, el segundo a elegir y el precio por persona. Y seguro que los que se apuntan a regañadientes también habrán señalado lo que ha subido en dos años la pitanza, que no hay demasiada variedad o que, como al menda, le quiten el huevo cocido de la ensalada que es una asquerosidad. Al final, lo importante es entender que este es el único momento del año en el que uno de tal departamento habla sin tensión, estrés ni prisa con la que le tiene que mandarle un documento importantísimo para ayer.
Otra cosa a valorar son las relaciones que se desarrollan en apenas unas horas. Y suelen diferenciarse por rangos de edad. La gente joven de la empresa tiene líos de una noche que pueden convertirse en años de amorío o terminar a las ocho de la mañana con unos churros en Erchus o La Banque. Los de mediana edad se calientan como un batidora vieja montando claras a punto de nieve, piensan que tienen la misma tolerancia a la priva que cuando eran mocitos e iban a El Desván y bailan igual que si se siguiera emitiendo La quinta marcha. Suele concluir la cosa en sensación de ridículo absoluta, taxi providencial a casa y llevar, a la mañana siguiente, a los niños a jugar al baloncesto al patio de Maristas con un dolor de cabeza que ríase usted del que le caerá al presidente cada vez que suena el teléfono y llaman desde Cataluña. Los mayores son más inteligentes: cenan, se despiden discretamente y al amanecer posterior pasean por Miguel Íscar, desayunan en La Pícara y ven volver a casa a algunos de sus compañeros —como dirían Los Panchos— perdidos, sin rumbo y en el lodo.
No está de más, con la que se vive en estos días inciertos, pegarse un homenaje, pero si nos siguen corriendo las fechas vamos a terminar comiendo turrón en septiembre y con el calorcito se nos va a hacer bola. Propongo solemnemente un periodo de quince días carente de celebraciones… y resulta que mi mujer y sus amigas ya están pergeñando una cena de Acción de Gracias. La excusa es reunirse, dicen, pero las gracias nos las tenían que dar a los maridos, que somos los que vamos a cocinar mientras ellas hacen una cata improvisada con un par de botellas que tenían guardadas, las muy ladinas, para una ocasión especial. Aunque, pensándolo bien, lo doy por bien empleado para compensar lo que se hace en otras familias con algún «hombretón» dirigiendo las operaciones desde el sofá. No se lo digan a Montero o a Pam, no sea que se piensen que apoyo sus delirantes tesis y me llamen para ir a una manifa. Solo soy, modestamente, un artista de las quiches y la crema de calabaza al curry –lo soy–.
Por último, y para que vayan preparados al evento prefiestas que nos ocupa, es muy posible que dos o tres graciosos hayan pensado que lo del amigo invisible es una buena idea. No lo es. Te toca regalar a Petra, de contabilidad. Te han puesto de tope dieciseis euros y el rata de la compañía, al que todo le parece mucho excepto si es para él, lleva protestando desde antes de que García Gallardo lo hiciera en la puerta de Ferraz. Por si les sirve, les doy un par de consejos para el presente: 'Lecciones de química' es el libro del año para mí. Lo he regalado ocho veces en estos meses con resultados abrumadores a su favor. También puede optar por alguno de los seis que salen al año contándonos, otra vez, la Guerra Civil desde el mismo punto de vista. Para gustos…
Si prefieren regalar discos, que es una cosa nostálgica y que dudo que hagan porque quedamos cinco que los compramos —y dos somos Paty Varela y un servidor de las monjas—, Los Zigarros. También pueden obsequiar unas entradas y verlos en concierto, que en enero vienen a Pucelandia: son unos tíos embutidos en pitillos, despeinados, que no usan prendas holgadas hasta el extremo y hablan en sus letras de tomarse unos güisquis y de chicas guapas a las que no describen como mesillas de noche o atrezzo para un videoclip con coches tuneados. No me digan que no son premisas para ir y echarse unos bailables, que diría Nachito Lerone.
En fin, hagan lo que quieran, pero empiecen a disfrutar de estas fechas, que preveo un enero con más cuestas, económicas y sociales, que el Tourmalet. Y ya, que con los regalos me he pasado del presupuesto fijado. Pero, qué más da. Es Navidad, ¿no? O casi.
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