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Vive en una casa como no hay otra en la faz de la tierra y sólo en algún arriesgado anochecer ha pisado la calle. Se ... agazapa en su palacio a la sombra de un venenoso aljibe para corromper a quienes le odian y jueguen a buscar sus debilidades. Aunque sólo en algún amanecer menos peligroso ha osado pisar la calle, cruza la puerta dorada con su espíritu a cuestas que le capacita para lo grande. El misántropo Vladimir Putin pertenece al género de la más visionaria literatura y es capaz de capitanear una guerra desde su castillo.
Hace tres años y tres meses comenzó la contienda bélica de Rusia contra Ucrania. En la noche del pasado miércoles el presidente Putin convocó una reunión de muy alto nivel en el Kremlin, una especie de Consejo de Seguridad ruso de los negociadores que partirían hacia Estambul para tratar el final de la guerra que nunca logró desde el primer día de la tragedia un verdadero armisticio. Presionado por Donald Trump, al menos en apariencia, Putin anunció un cara a cara con el presidente ucranio Zelenski en Estambul para negociar un primer alto el fuego. Mas en lugar de cumplir su promesa de asistir al encuentro, Putin envió a una delegación rusa de funcionarios de segunda fila para boicotear la cumbre y, sobre todo, para dar más tiempo a la devastación del ejército ruso en las provincias orientales de Ucrania que él espera conquistar. El sátrapa del Kremlin ha vuelto a demostrar que no quiere la paz: pretende sólo ganar esa larga guerra y, de momento, aumentar el territorio ocupado por sus tropas durante la invasión.
Dos horas escasas tardaron ayer en Estambul los delegados de Moscú y Kiev para presentar sine die en su primera reunión propuestas de alto el fuego y el canje de 2.000 prisioneros. Con ese mezquino acercamiento entre ambos enemigos seculares, Rusia pretende mostrar a Donald Trump su buena voluntad para alcanzar un alto el fuego en esa guerra que ya ha causado quizás casi un millón de víctimas. Los dirigentes rusos creen que ni Estados Unidos ni Turquía, a cuyo presidente turco Erdogan ha puesto Putin en el centro de su juego de intermediación, dejarán que el presidente ucraniano Zelenski dé un portazo, incluso si las cosas no se desarrollan según el escenario deseado por Ucrania y sus partidarios. Nunca ha mostrado Rusia un deseo tan profundo de fagocitar a la vecina Ucrania, porque el nuevo zar Vladimir Putin exige justicia y reparación de los males reales o presuntos sufridos por Rusia en la historia. El retorno de su imperial país al papel de superpotencia que le corresponde en el mundo debe llegar, por las buenas o por las malas. La corrupción, los escándalos y la riqueza que protagonizan y exhiben los burócratas rusos mantienen, gracias al Kremlin, esa imagen de falsa fortaleza que dispone del más grande arsenal nuclear.
La guerra de Ucrania es el inicio de la peor crisis bélica en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Todo lo que sucedió entonces inflamó al planeta y convirtió en papel mojado principios e ideas que se consideraban irrefutables antes de aquel choque bélico entre el Este y el Oeste del Viejo Continente. El autócrata Vladimir Putin aclama cuanto puede a los funerales de Occidente, y sostiene que sus líderes «viven en el pasado, en un mundo ilusorio» porque se niegan a ver los cambios reales. La emergencia de Rusia y China como nuevos polos del común poder mundial, es un referente irrefutable, sostiene Putin, y una nueva deriva de fronteras en la Europa central marca los límites de ese nuevo futuro mundial. La humanidad está regresando siglos hacia atrás, sostiene el presidente ruso, cuando Rusia está ahora buscando refundar un nuevo y poderoso zarismo. Esa realidad alarmante de su propósito y sus arsenales están divisando la perspectiva de una Tercera Guerra Mundial, la misma visión que anunció Albert Einstein hace casi un siglo: la resurrección de la Edad de Piedra.
Las grietas del zar Vladimir Putin acusan al minotauro su soberbia y tal vez su misantropía, quizás también revelan su locura, porque las enojosas y tribales minucias no tienen cabida en su espíritu. Aquella bestia salvaje se llamaba Asterión y es fruto del genio literario de Jorge Luis Borges. El minotauro Vladimir Putin sigue imitando esa peripecia sangrienta, escondido tras los altos muros de su laberinto. Todo está en los libros: La casa de Asterión.
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