Niños palestinos esperan para recoger alimentos en un campo de refugiados en Rafah. AFP

El caos no tiene límites en Gaza

Según los gestores de la ONU, el número de víctimas mortales de la guerra supera las 30.000 víctimas y medio millón de gazatíes corren el riesgo de sufrir una hambruna rigurosa

Agustín Remesal

Valladolid

Sábado, 9 de marzo 2024, 00:27

El parte de guerra en Gaza ha alcanzado su límite más alto de muerte y destrucción. Las imágenes grises y borrosas tomadas por drones israelíes ... muestran un enjambre de cuerpos humanos irreconocibles, en carrera desesperada tras los vehículos que traen ayuda a aquella tierra, ya calcinada por los bombardeos, la exigua ración de víveres destinados a una creciente aglomeración de gentes hambrientas. Los refugiados palestinos salen cada mañana de sus casas derruidas y tiendas miserables, y deambulan por esa Franja desgraciada buscando refugio y comida en esa guerra que está provocando una de las peores tragedias humanitarias en la reciente historia del Oriente Medio. Crece allí en aquella exigua tierra palestina día tras día la espiral del odio mutuo, entre el invasor ejército israelí y esa multitud de palestinos desesperados, agradecidos vasallos de Hamás, generando una escalada de ferocidad y muerte sin precedentes.

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Es esta la quinta guerra entre Israel y los países árabes desde la fundación del Estado judío hace setenta y cinco años, y otra vez el odio palestino está dirigido al pueblo hebreo que hace menos de un siglo estaba casi erradicado. La ambición existencial de Israel se enfrenta otra vez, con un rencor expresado sin ambages, a Irán, Hezbolá, Hamás y al objetivo radical de otros países musulmanes: Israel debe ser aplastado y dejar de existir. Es intolerable para Israel que se intente llevar a cabo el conflicto palestino-israelí a un marco colonialista, olvidando deliberada y obstinadamente que los judíos no tienen otro país.

De los 195 países del planeta, Israel es el único cuya soberanía originaria sobre su tierra es eventual, como si su existencia dependiera de la buena voluntad de las demás naciones del mundo. El escritor y activista judío de la paz David Grossman acaba de publicar otro de sus manifiestos dolientes, destinado a los ciudadanos y a los líderes públicos de Israel, quienes deberían preguntarse qué es lo que provoca ese odio secular contra Israel. Otra vez advierte Grossman desde su soledad que los israelíes «nos preguntamos a nosotros mismos en qué se ha convertido la historia de nuestra identidad y nuestro destino, mientras los terroristas de Hamás invadieron nuestros hogares, asesinaron a unas 1.200 personas, violaron y secuestraron, saquearon e incendiaron nuestras casas». Durante aquellas horas de pesadilla, los israelíes vislumbraron y sintieron un terror profundo, como si Israel no existiera.

Cinco meses después de aquella masacre, es así aún cómo se siente Israel: miedo, conmoción, furia, dolor, humillación y venganza. Israel es el único país del mundo cuya eliminación se exige más abiertamente. Ese salario del miedo ha prendido también en la disputada tierra palestina, resume David Grossman en su alegato político, y esta pregunta acompañará a Israel durante años: ¿cuántos israelíes quieren vivir sus vidas y criar a sus hijos en este filo de la navaja? «Los árabes moderados existen también, créanme», sostiene el poeta y político Mahmud Darwish , quien redactó la Declaración de Independencia Palestina. Para Darwish, la Nakba palestina de 1948 fue una segunda caída de la humanidad, pero él convocó a los intelectuales árabes para tomar en serio el aviso de Grossman y la «humanización del enemigo», para entablar un diálogo que fue amordazado por la ambición política israelí y el infranqueable odio islamista. Raramente la paz es un asunto de poetas, aunque el palestino Mahmud Darwish diera su lugar a sus víctimas: «Cadáveres anónimos: /Ningún olvido os reúne, /Ningún recuerdo os separa».

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El Ramadán que comenzará este domingo es el tiempo religioso durante el que el Islam impone el ayuno riguroso al creyente y reúne cada noche a decenas de miles de creyentes que oran en la mezquita de Al Aqsa. Los callejones de los bazares palestinos de la Ciudad Vieja de Jerusalén han estado desiertos desde hace cinco meses, y la festividad dará quizás un respiro también en Gaza o una explosión violenta. La Franja, devastada y reducida a escombros, está fuera de control. Según los gestores de la ONU, el número de víctimas mortales de la guerra supera las 30.000 víctimas y medio millón de gazatíes corren el riesgo de sufrir una hambruna rigurosa si no se aprueba el armisticio. Nadie garantiza la llegada de alimentos a la población, y los yihadistas amenazan con saquear los almacenes. La advertencia del poeta Mahmud Darwish está servida: «Una víctima no mata a otra. /En esta historia hay un asesino / y una víctima... Eran niños». Tan lejos, tan cerca.

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