El ansiado puente entre Sicilia y Europa
El sueño de unir la isla de Sicilia con la península italiana estuvo ya en el imaginario colectivo desde la antigüedad, aunque se resistía a hacerse realidad por la complejidad de la construcción y por su alto coste
Con la solemnidad de las grandes decisiones, la primera ministra italiana Giorgia Meloni anunció emocionada la aprobación de la obra pública más costosa de la ... historia italiana: el puente que unirá dentro de cuatro años la isla de Sicilia y el sur de Italia: «Será un símbolo de ingeniería a escala mundial –dijo emocionada. – Una demostración de la fuerza de voluntad y la experiencia técnica de Italia, inigualable en el mundo». El ministro de Transportes e Infraestructuras Matteo Salvini prometió que la obra colosal, cuyo coste supera los 13.300 millones de euros, entrará en servicio dentro de cuatro años. «Estaremos atentos a los contratos frente a la Mafia, la Camorra o la 'Ndrangheta. Ni siquiera pueden ya construir escuelas ni hospitales». La extrema derecha italiana se dispone a bautizar con el nombre de Silvio Berlusconi al puente del Estrecho de Messina, cuyas características son éstas: Longitud de la plancha única: 3.300 metros de longitud colgando de dos torretas a 300 metros sobre el mar. Seis carriles para vehículos y dos vías de ferrocarril. Vida útil: 200 años.
Ninguna otra obra de túneles y puentes ha merecido tanta crónica. Hace más de dos siglos, el corso Napoleón Bonaparte ordenó a sus ingenieros militares concebir un proyecto insólito para la construcción de un puente con hierros y madera desde la costa de Sicilia hasta la Calabria, donde sus tropas libraron una guerra para cerrar allí sus victorias en Italia.
El sueño de unir la isla de Sicilia con la península italiana estuvo ya en el imaginario colectivo desde la antigüedad, aunque se resistía a hacerse realidad por la complejidad de la construcción y por su alto coste. Hace veintiséis siglos el poeta Homero ya había intuido la estrategia de aquellas latitudes para seguir navegando desde Atenas hacia el poniente desconocido del mar Mediterráneo. En su 'Odisea', el aedo dejó el aviso del estrecho entre Sicilia y el continente habitado por dos monstruos ubicados en lados opuestos de un estrecho canal: la ninfa grotesca Escila que devoraba con sus tres filas de dientes a los marineros cuando pasaban cerca; y el monstruo Caribdis, que tragaba enormes cantidades de agua tres veces al día creando así un peligroso remolino que hundía a los barcos. La frase «entre Escila y Caribdis» se ha hecho uso para describir una situación en la que hay que elegir entre dos males. Hoy los ingenieros saben que ese angosto paso naval, el estrecho de Messina, se asienta en una grieta terrestre que provoca profundos terremotos.
Las crónicas romanas relatan que el año 251 antes de Cristo, el cónsul romano Lucio Cecilio Metelo construyó un puente con barcas alineadas entre Mesina y Reggio Calabria, una larga plataforma de barcos atados unos a otro, cubiertos con tablas y tierra para permitir el paso hacia el continente con mercancías y elefantes capturados a los cartagineses. La idea moderna de conectar Sicilia con el continente se remonta al año 1840, cuando el monarca Fernando II de las Dos Sicilias, nieto del rey Carlos IV de España, encargó a un grupo de ingenieros que le aportaran ideas para la construcción allí de un puente. Las dificultades técnicas y el excesivo coste de la obra no permitieron llevar a cabo el proyecto. El catastrófico terremoto de Messina en 1908, después del que sacudió el año 1783 a la costa sur de la Calabria, dejó el aviso del poder descomunal de esos temblores terrestres que anularon al fin la esperada construcción de un túnel bajo las aguas.
Así es Sicilia, admirable y remota. En un viaje inolvidable hace cuatro décadas, tuve el honor y la suerte de vivir y hablar una jornada en Sicilia con el escritor siciliano y maestro Leonardo Sciascia. Me mostró su casa natal en Racalmuto y luego paseamos largamente por el Valle de los Templos, en Agrigento. Siete templos griegos monumentales nos miraban desde las colinas y él contemplaba aquellas piedras con un fervor tan sublime como si acabaran de haber llegado. Su gozo resplandeció en ironía ante el brillo del sol al atardecer huyendo hacia el mar del oeste, porque allí, me dijo, huye su andadura mirando hacia el lado negro insular del estrecho de Messina. Brilló luego también un mar color de vino, hasta que el sol se hundió en las aguas de ese pigmento mediterráneo con el que Sciascia escribía sus historias sicilianas y maldecía a los políticos y a la mafia. No es probable que se alegrara hoy con el perfil del Puente de Messina.
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