La agonía del campo: Entre el miserabilismo y el populismo
«Y es lástima que un necesario y gran debate sobre el futuro y sostenibilidad de las actividades agrarias y ganaderas se reduzca a eso: fotos cansinas delante de las vacas y declaraciones al aire libre en contextos más o menos bucólicos»
Del penoso debate televisado sobre las elecciones en Castilla y León, mejor no hablar. No fue bronco, es verdad, fue peor; pues nada puede haber ... más lamentable institucionalmente –y cara a la imagen que la Comunidad proyecta al exterior– que la trifulca constante y ante las cámaras de quienes habían venido gobernando aquí hasta hace bien poco tiempo. Respuestas a los problemas de los ciudadanos no hubo: ni siquiera el planteamiento de asuntos tan cruciales en esta región como la cultura, la identidad o la organización del territorio; y preguntas que quedaran en el aire, demasiadas. Pero menos mal que hubo un debate que pudiera contemplar toda España, porque eso es lo que hay y es bueno que se conozca: «Castilla y León existe».
Muchos tendrían la sensación hasta entonces, por otra parte, de que se encontraban frente a unas elecciones fantasmales, que apenas comenzadas ya estarían terminando. Cicateramente visibilizadas. Casi escamoteadas para la mayoría. Y concebidas desde el partido en el poder según un 'ayusismo' de nuevo cuño, escasamente creíble: contra el gobierno central y a favor, no de la 'barra libre' que tanto le funcionó a aquélla, sino de una confusa 'liberación o redención' del campo. Porque los últimos días de campaña de los partidos respecto a las elecciones autonómicas del 13 de este mes se ven marcados por curiosas novedades. De un lado, lo que se espera sea el alza de partidos provincialistas como 'Soria ¡ya!'; de otro, el aparente e inesperado auge que ha tomado la discusión a propósito de las llamadas 'macrogranjas', 'chuletón ardiente' al que se han agarrado algunos –como si fuera ascua de su sardina– para obtener propios y jugosos réditos.
Y es lástima que un necesario y gran debate sobre el futuro y sostenibilidad de las actividades agrarias y ganaderas se reduzca a eso: fotos cansinas delante de las vacas y declaraciones al aire libre en contextos más o menos bucólicos. Pues los problemas del campo en Castilla y León vienen de muy atrás: no son imputables a un gobierno o un partido concretos, pero sí a todos los que han tenido la responsabilidad de gobernar. Y podría decirse que la culpa de los errores que se vienen cometiendo en las políticas sobre este terreno en nuestra comunidad deben repartirse: la mitad se han cometido en nombre de la tradición o de las tradiciones y la otra mitad en nombre del progreso o –más exactamente– de una concepción insostenible del desarrollo.
Ya desde el siglo XIX, estas actitudes determinaron, en un caso, que el caciquismo más retrógrado secuestrara en su beneficio las decisiones que hubiera habido que tomar para la reforma y modernización del campo; pero también que, en otro, se llevaran a cabo unas desamortizaciones que –como la de Mendizábal y especialmente la de Madoz– tuvieron sobre aquél, a pesar de su pretendido progresismo, repercusiones nefastas. Ahí empezó, con la venta y apropiación por unas élites urbanas de bienes que habían sido usados como 'comunes', lo que ciertos autores empiezan a considerar un 'campesinicidio' en España y –particularmente– en Castilla y León.
Con todo, tales estrategias equivocadas y, al fin, perniciosas para los habitantes del agro, no hubieran sido del todo posibles sin un caldo de cultivo adecuado en el que bebían y –en ocasiones– se 'han ahogado' políticos e intelectuales de este país a lo largo de dos siglos. Si se permite y hasta jalea públicamente que opinadores o líderes se atrevan a decir lindezas como que hay que 'abolir el campo' o que éste constituye un 'jardín que se come' y nada más, es por algo: porque se asume que el campo equivale al atraso y sólo sirve de proveedor de materias o retrete de eyecciones de las ciudades, de patio sombrío para un sistema erróneo. Lo cual se explicaría desde las posiciones que los sociólogos Passeron y Grignon identificaron respectivamente con el 'miserabilismo' o el 'populismo'. Por ejemplo, la denigración estereotipada del poblador del medio rural como palurdo (miserabilismo); o la manipulación esencialista de lo campesino (populismo), iniciada con la 'retradicionalización franquista' de su cultura, que aún –hoy–, perdura.
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