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Dos jóvenes hongkoneses intentan asaltar el Parlamento. afp

Batalla campal en el Parlamento de Hong Kong

La ocupación de la sede del Legislativo por activistas radicales revienta el aniversario de la devolución de la excolonia a Pekín

Zigor Aldama

Shanghái

Lunes, 1 de julio 2019, 11:22

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El 22 aniversario de la devolución de Hong Kong a China será recordado durante mucho tiempo. Porque nunca antes había sido tan violento. Armados con las vallas que la Policía había dispuesto para proteger la sede del Legislativo, y protegidos por máscaras de gas y escudos caseros, grupos de manifestantes que exigían la dimisión de la jefa del Ejecutivo local, Carrie Lam, lograron destrozar las persianas metálicas y las puertas de cristal del edificio y asaltaron el Parlamento de la excolonia británica ante la inesperada -e inexplicable- batida en retirada del numeroso contingente de Policía que había impedido su acceso durante horas.

Una vez dentro, cientos de jóvenes accedieron al hemiciclo y destrozaron los símbolos de esta Región Administrativa Especial de China. Al escudo de Hong Kong le borraron los caracteres en los que se especifica que es parte de la República Popular, e hicieron lo propio con documentos y todo tipo de objetos oficiales. Al retrato de Lam le arrancaron la cara, y se ensañaron todavía más con el del presidente, Xi Jinping. Destrozaron cámaras de seguridad y despachos, escribieron con espray negro consignas contra China y contra el Gobierno local en los escaños de los diputados proPekín, y colocaron una bandera colonial británica en la presidencia de la Cámara.

Imagen principal - Batalla campal en el Parlamento de Hong Kong
Imagen secundaria 1 - Batalla campal en el Parlamento de Hong Kong
Imagen secundaria 2 - Batalla campal en el Parlamento de Hong Kong

Un numeroso grupo se hizo fuerte en el interior, parapetado tras barricadas creadas con vallas, pero la mayoría de los manifestantes no tenía claro cuál era su objetivo y abandonó el edificio. Al ser un movimiento horizontal que se vanagloria de carecer de líderes, la anarquía se hizo evidente en el momento en el que la muchedumbre logró acceder al Parlamento. Fue entonces cuando la paz que había reinado incluso durante las manifestaciones que llegaron a reunir a más de un millón de personas en las calles de Hong Kong mutó en vandalismo.

La ocupación del edificio duró varias horas, hasta que la noticia de que contingentes de la Policía se dirigían hacia él desde varios frentes convenció a los activistas más resistentes de que había llegado el momento del desalojo. En su avance, los agentes lanzaron gases lacrimógenos contra los manifestantes que permanecían en el exterior y disolvieron así la protesta en las calles que rodean el Parlamento. Ya era madrugada en Hong Kong cuando la Policía recuperó el control de la sede del Legislativo.

El diputado prodemocracia Fernando Cheung, como muchos otros analistas, considera que la violencia de hoy es, precisamente, lo que va a deslegitimar las protestas contra el proyecto de la Ley de Extradición. «Los manifestantes han mordido el anzuelo del Gobierno y han caído en la trampa de una violencia que hasta ahora era patrimonio exclusivo de la Policía», dijo Cheung dentro del hemiciclo en referencia a las brutales cargas que protagonizaron los antidisturbios durante las protestas pacíficas, y que provocaron una condena unánime. Reino Unido incluso decidió detener la exportación de material destinado a la Policía de Hong Kong.

El también diputado prodemocracia Eddie Chu se sumó al bando de quienes están preocupados por una posible reacción violenta de la Policía o incluso del Ejército chino. Y otros especularon con la posibilidad de que la retirada inicial de los agentes que permitió la toma del Parlamento fuese una estrategia de los uniformados para protestar contra las críticas recibidas y demostrar lo que sucede cuando no se actúa.

En cualquier caso, los asaltantes del Parlamento aprovecharon para añadir el sufragio universal en las elecciones al jefe del Ejecutivo a las exigencias que enumeraron en la Cámara, y que fueron la culminación de una jornada que ya se esperaba caliente. Por la mañana miles de manifestantes se dieron cita en los aledaños del Centro de Convenciones, escenario de las celebraciones por el retorno de Hong Kong a China, y lograron que, por primera vez, se trasladasen de la plaza del exterior del edificio a su interior.

A puñetazos

Cuando los helicópteros hicieron volar las enseñas de China y de Hong Kong sobre la Bahía Victoria, la multitud no los recibió con una ovación sino con el dedo corazón bien erguido. Poco después, los manifestantes lograron izar la enseña de Hong Kong sobre fondo negro -en contraposición al rojo oficial-, un acto de rebeldía que supuso el pistoletazo de salida de una nueva jornada de protestas que no tardó en derivar en porrazos. Trece policías resultaron heridos tras haber sido rociados con un líquido no identificado.

Afortunadamente, la marcha anual que sirve para mostrar el descontento de los hongkoneses con China congregó de forma pacífica a 550.000 personas -según los organizadores- que desfilaron sin sobresaltos por las principales arterias de la ciudad.

No sucedió lo mismo el domingo, cuando las concentraciones que organizaron grupos de prochinos se saldaron con encontronazos graves. Comenzaron profiriendo insultos contra quienes exigen que China no continúe erosionando las libertades que Hong Kong mantiene gracias al modelo 'un país, dos sistemas'; continuaron con la profanación del memorial que se había levantado de forma espontánea para recordar al manifestante que murió durante las protestas del mes pasado; y acabaron a puñetazos, una forma cada vez más habitual para dirimir disputas en la excolonia británica.

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