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La expedición baja el cuerpo de Jesús Redondo, el 18 de mayo de 1957.

Sesenta años sin Los Faquires

Tres montañeros palentinos fallecieron en la pared nordeste del Curavacas en un accidente del que el domingo se cumple el sexagésimo aniversario

Esther Bengoechea

Jueves, 13 de abril 2017, 07:47

«Vinieron a charlar y a decirme que iban a la montaña. ¿Y no lleváis una cámara?, les pregunté. Si queréis llevar una, yo os la dejo», relataba la fotógrafa Piedad Isla. La máquina, intacta, aún envuelta en el plástico, fue encontrada días más tarde al lado del cuerpo de Luis Ángel, el primero de Los Faquires rescatados.

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Un faquir busca purificar el espíritu negando placeres materiales como la comida o la bebida. «Cuando fuimos a los Picos de Europa, volvimos más de 50 kilómetros andando sin comer. Cogíamos moras, desenterrábamos patatas y cosas así», rememora Alejandro Diez Riol, con nostalgia. «Pasábamos mucho hambre cuando íbamos por ahí de escalada, por eso nos denominé Los Faquires», añade. Luis Ángel Puertas -16 años-, Paulino de la Torre -17 años- y Jesús Redondo-31 años- junto con Alejandro Diez Riol-24 años- eran realmente 'La cordada de los faquires', denominándose cordada a la unión de los montañeros durante las expediciones con una cuerda. Les unía una pasión, la montaña y juntos practicaban escalada en cuanto tenían ocasión.

«Me lo prometieron»

En el verano anterior al accidente ascendieron al Curavacas por la pared nordeste y se propusieron llevar a cabo esa proeza en plena época invernal. Pero la estación más fría del año pasó y no tuvieron ocasión de intentarlo. Poco antes de Semana Santa, salieron de escalada -todos menos Riol, que viajó de Polentinos a Palencia para ver a Josefina, hoy en día su esposa-. «Les dije que, por favor, no fueran hasta que no estuviera yo presente y me prometieron que no lo harían», explica Riol, el montañero más experimentado de Los Faquires, que se sacó el título en Gredos junto con Benito Iglesias, quien formaría parte del rescate.

En una hoja de papel -con letra de Redondo- aparecieron dos itinerarios. Peña Labra-Hoyo Muerto-Polentinos y Cardaño-Espigüete-Triollo. Pero, a última hora, cambiaron de destino. El 16 de abril de 1957, después de haber hecho noche en el Chozo Cimero del Hospital, comenzaron el ascenso. Una calma engañosa dio paso a una tormenta de nieve mortal para los tres montañeros. «Los vientos silbarían horizontales con el viento creando una verdadera asfixia. Las ropas flexibles y húmedas se volverían una coraza de hielo», argumenta Riol.

Los días corrían sin noticias de los montañeros, por lo que decidieron realizar una expedición en su búsqueda. «El jueves comencé a preocuparme, sabía que algo malo les había ocurrido. El lunes, con la ayuda del gobernador, comenzó la expedición», afirma Riol.

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Puertas fue el primer cuerpo que encontraron, con las botas -en realidad solo apareció una- que le había prestado su amigo Benito y la cámara de fotos de Piedad Isla. Un día más tarde, descubrieron el cuerpo de De la Torre. Los montañeros madrileños que ayudaron durante el rescate encontraron una cuerda, cerca de donde fue hallado el cuerpo de Luis Ángel. Tirando de ella, dieron con el segundo de Los Faquires fallecido, Paulino.

«Aquel año cayó mucha nieve», asegura Riol. Por este motivo, tuvieron que suspender la búsqueda de Jesús Redondo, el mayor de los tres montañeros fallecidos, hasta que la nieve se deshizo. Así, el 18 de mayo de 1957 retornó la expedición palentina al Curavacas, acompañada de un grupo burgalés y de un equipo de socorro de Madrid. Riol se metió por dentro del canal por donde bajó Paulino y encontró el cuerpo del tercer faquir. «Eran la una y veinticinco del mediodía y llamé a gritos a mis compañeros», narra, como si hubiera ocurrido ayer. Por fin, la familia de Redondo pudo poner punto y final a las historias fantasiosas y sensacionalistas sobre el paradero de Jesús.

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«El triste accidente truncó el montañismo en Palencia durante más de diez años», recuerda Riol. «La gente dejó de acercarse a este deporte que por aquel momento pasaba por ser una cosa de locos», explica. Siete años después del fatal desenlace, nació la formación Espigüete, un colectivo que promociona las actividades de montaña. Miguel Ruiz Ausín, que participó en los rescates, fue uno de los socios fundadores.

Los amigos -y amantes de la montaña- de los tres fallecidos decidieron homenajear a los suyos con una cruz de hierro y una placa en el Curavacas. «La subimos dividida en cuatro trozos. Solo éramos ocho y tuvimos que subir y bajar varias veces», recuerda Ausín. «También llevamos agua, cemento y las tiendas donde dormir porque estuvimos arriba dos días», concluye, con pesar.

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