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Agapito Ojosnegros
Viernes, 16 de enero 2015, 09:57
«Si hubieses ido hace cien años, te lo hubieses encontrado igual. Allá donde pares, aparece alguien, incluso en medio de la nada. La pregunta es: ¿qué hace este hombre junto un árbol o sentado en un hito de la carretera y de noche?». Marruecos no ha dejado indiferentes a Rubén Arranz y Ramón Hernando, dos agricultores de Campaspero que hace unas cuantas fechas culminaron el último de sus viajes por el país magrebí. Esta experiencia no la han vivido solos, les acompañaron Rafael Arranz (electricista), de Canalejas de Peñafiel; el palentino Jaime Alonso (enfermero) y el vallisoletano Jorge Arranz (policía nacional). Sobre sus motos de trail partieron antes de comenzar el crudo invierno hacia el reino alauí para recorrer 4.000 kilómetros.
Con lo imprescindible en las maletas (vestimenta, herramientas y repuestos), destacan que el ritmo con el que discurre la vida se ralentiza a medida que el ferry se acerca a las costas africanas. «Prisa mata», es la máxima marroquí que repiten Rubén y Ramón. A resguardo de una liviana lluvia, comparada con el incesante aguacero que convirtió su último viaje por Marruecos en un desafío, sentados cómodamente en una de las mesas del bar de la Plaza Mayor de Campaspero, a Rubén y Ramón se les nota la emoción cuando hablan de ese viaje en el tiempo hasta la ciudad de Ouarzazate, «población que limita con el desierto y con las montañas del Atlas; lo inhóspito, con lo habitable», indica Ramón, donde surge «la ruta de las Mil Kasbahs y donde se han rodado películas como Ben-Hur o Gladiator».
Es la primera vez que estos integrantes del club Resabios Adventureros se desplazan a finales del otoño a Marruecos las otras ocasiones lo hicieron en primavera. Cambiaron las pistas de tierra por carreteras y comenzaron la marcha con la suerte de cara, pues el mismo día de la partida de Campaspero alcanzaron el último barco que salía de Algeciras hacia Tánger, a pesar de que la moto de Rubén se quedó sin gasolina a cuatro kilómetros de puerto. Bucólico fue el desplazamiento paralelo al Atlántico, por buena carretera y con unas inmejorables vistas del océano.
Diluvio y caos
Fue a partir del tercer día cuando las cosas se torcieron, al llegar a Marrakech, desde donde acometieron la travesía por el Atlas para llegar a Ouarzazate. Las lluvias les sorprendieron por su violencia y por los daños que causaron. Carreteras cortadas y puentes que se vinieron abajo fueron algunos de los obstáculos que pusieron a prueba su temple y su destreza sobre la moto (lo peor de las inundaciones de las que fueron testigos fue el número de fallecidos). De uno de los puentes que atravesaron apenas quedaba un hilo de asfalto por el que cabía una moto o el borrico de un lugareño. Cruzando el Atlas («esas montañas donde es fácil entrar pero muy difícil salir»), varios elementos que combinados hacen del viaje en moto el más difícil todavía salieron a su paso. Lo que pretende ser una carretera, de pronto se vio invadida por caudalosas torrenteras, por nieve y por frío, mucho frío. A ello se sumó la noche y el estar en mitad de la nada, teniendo que desmontar por momentos para seguir «siempre adelante», hasta que, conteniendo el aliento y sujetando los nervios con la misma fuerza que la moto, se obró el milagro y en el gélido horizonte se perfiló Agoudal, una población de 200 almas que viven de una arcaica agricultura y que en pleno invierno, con el puerto cerrado durante cuatro meses, dejan pasar la vida, sin más. Allí, saco de dormir al suelo y a descansar, compartiendo estancia y estufa con los dueños de una hospedería.
Tres días para dejar atrás el Atlas, pero también para atesorar lo más valorado: lo inesperado, lo más duro pero lo más disfrutado. «El viaje tiene un componente más humano que otra cosa, la moto solo es un medio para llegar». Marruecos es un país de grandes contrastes donde «el norte es Europa y a partir del Atlas es África». En el sur, «te puedes encontrar a un señor montado en un burro hablando por el móvil. Es sorprendente», indica Ramón. Es un sitio acogedor, donde las distancias se miden en tiempo, no en kilómetros, reconocen; muy seguro para viajar «con paisajes fascinantes». Recomiendan ir «con humildad, a desaprender lo aprendido», reflexiona Rubén, y añade: «Aquí hemos llegado a un punto de desarrollo que se escapa a nuestro control, algo que se nota en estos viajes donde valoras el contraste del tipo de vida. Hay que ir y a la vuelta pensar en lo que has visto».
«Marruecos engancha», interviene Daniel Arranz, primo de Rubén. Daniel participó en una aventura anterior, de la cual le queda un recuerdo imborrable: «Al vivir con otros estándares de vida distintos a los nuestros, menos encorsetados, la sensación de libertad es mucho mayor».
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