La Vuelta en Valladolid
La crono vista con el peto de voluntarioMuchos de los colaboradores de la prueba no supieron cuál era su función hasta primera hora de la mañana por el recorte del circuito
J. C. Cristóbal
Jueves, 11 de septiembre 2025, 19:37
No hay teatro sin tramoyistas; y estos, cuando hablamos de una competición deportiva, son los voluntarios, que se ponen a disposición de la organización y de las fuerzas de seguridad para desempeñar las tareas, tan básicas como necesarias, que aseguran que la función siga los puntos del guion antes, durante y después.
Los que rellenaron el formulario para participar en la contrarreloj de la Vuelta a España vivieron la jornada anterior a la carrera con la zozobra que sacude al pelotón durante los últimos días: las protestas contra la masacre de Israel en Gaza.
Los 27 kilómetros de la crono de Valladolid eran un caramelo para las manifestaciones en favor de Palestina, y la dirección de la Vuelta decidió recortar el circuito de los 27,2 kilómetros previstos a los 12,2 oficiales, todos dentro del casco urbano de la ciudad, con lo que se evitaba el desamparo que tendrían los corredores en las rectas de ida y vuelta en el Pinar de Antequera. La lástima es que, además de comerse quince kilómetros, se perdían dos de los puntos más vistosos del circuito: las lentejas que había que saltar en la entrada a Parquesol y al final de la Cañada Real.
Muchos voluntarios durmieron el miércoles sin saber cuál sería su punto de refuerzo en el recorrido del jueves. Los que tenían asignado uno que entraba dentro de los doce del trazado marcado, mantenían sus posiciones; los que tenían el suyo dentro de los quince suprimidos, tuvieron que esperar. La Fundación Municipal de Deportes tuvo que trabajar a destajo para recolocar a docenas de voluntarios y, a primera hora de la mañana, mandaron un correo citándolos en Huerta del Rey, entre las 10:00 y 10:30 horas, para recoger el material y recibir destino. El cronista de esta página, que tenía su puesto inicial en Padre Llanos, se trasladó al paso de peatones que comunica el Teatro Calderón con la iglesia de las Angustias, uno de los puntos calientes de la jornada.
Durante las primeras horas había que coordinar el tránsito de los peatones, de camino a los trabajos, de compras, o también de paseo, por lo que, en ocasiones, hubo que ejercer de guía turístico para informar a los visitantes dónde estaba el Campo Grande, la estación de trenes o la Plaza de Toros. En coordinación con Policía Municipal y Protección Civil, procedimos a filtrar el paso en cuanto lo indicó la tropa de motoristas que salía de San Pablo para tomar posiciones.
A partir de ese momento los ciclistas fueron calentando piernas o tomando notas de las trampas que podrían esperarles en ruta, y una de ellas podría ser la curva cerrada que comunica Angustias con Echegaray, donde hace unas semanas se empotró un coche contra las vallas de obra de un edificio en rehabilitación. No tardó la Vuelta en enviar a unos operarios para reforzar las señales de precaución.
Los ciudadanos se mostraban pacientes y asumían la pérdida de tiempo con calma, salvo aquellos que siempre tienen prisa, para los que lo suyo tiene más importancia que lo de los demás, sin faltar los que reclamaban que se llevaran estas cosas al campo. Un clásico.
A medida que se acercaba la hora de salida del primer corredor, fueron asomándose las primeras banderas palestinas, las primeras kufiyas, se vio pasar de largo a Pablo Fernández, portavoz de Podemos, con una chaqueta de colores rojo, negro, blanco y verde; los que se quedaron junto al Teatro Calderón guardaron sus posiciones detrás de las vallas con orden, agitaron banderas, mostraron pancartas y gritaron 'no es una guerra, es un genocidio', 'boicot a Israel', 'Israel asesina, la Vuelta patrocina' o 'Desde el río hasta el mar, Palestina vencerá' cuando empezó el desfile de motos, bicis y coches de minuto en minuto. La llegada de un corredor del equipo Israel-Premier Tech se anunciaba porque el volumen de las protestas subía con más fuerza desde lo alto de la calle Angustias.
Los que se quedaron junto al Teatro Calderón guardaron sus posiciones detrás de las vallas con orden, agitando banderas y mostrando pancartas
En esa zona no se produjo ningún incidente. Algún paseante manifestaba, en voz baja, que les daría 'pico y pala' a los de las banderas, alguno subió el tono de la queja y hubo un amago de rifirrafe que acabó en nada, con los contendientes agarrando una punta de la kufiya en son de paz, que por algo estamos en fiestas. Los de un bar de la zona, quizá pasados de lorencitos, hicieron la gracia de poner el himno de España con la idea de provocar a los manifestantes, y lo único que despertaron fue las burlas de todos, así que no tardaron en quitarlo y seguir a otra cosa.
El paso de la caravana transcurría con la rutina que arrastra la normalidad. El calor empezaba a sacudir con fuerza, y las botellas de agua pasaban de mano en mano; no cesaron las protestas, sí menguaron un poco porque era la hora de comer, y los voluntarios sacaron de su mochila los bocadillos de chorizo y jamón, que no hubieran pasado el examen ni en la caseta más cutre de la Feria de Día, la manzana y la botella de agua. El paseo seguía abriéndose para los peatones de minuto en minuto, una vez que pasaba el ciclista y su séquito, primero los de una acera, luego los de la otra, con el orden y la educación que caracteriza hasta que pasó el último cura de la procesión, un danés vestido de rojo y de nombre Jonas Vingegaard. La contrarreloj de Valladolid está salvada. La Vuelta respira. Las protestas contra la masacre seguirán.
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