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Estados Unidos celebra su triunfo en la final.
Vuelven los gritos de «¡Orenga, dimisión!»
Baloncesto | Mundial

Vuelven los gritos de «¡Orenga, dimisión!»

Con la afición frustrada y, chafada por una final sin color, parte de la afición reclamó otra vez la renuncia del seleccionador español sentenciado

Amador Gómez

Domingo, 14 de septiembre 2014, 23:04

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Los gritos de ¡Orenga, dimisión! volvieron a escucharse este domingo en el Palacio de los Deportes. Sin embargo, en esta ocasión no fueron proferidos por la mayoría de la afición, como ocurrió la noche del miércoles tras el histórico fracaso de España en su Mundial, sino por parte de un grupo de seguidores que, ya que no hubo partido, al filo del descanso y, a tres minutos del final (120-85), cuando contagió a muchos otros, aprovecharon para reclamar la renuncia del seleccionador que continúa al frente de España aunque no por mucho tiempo, porque está sentenciado.

Fueron unos breves momentos de animación desde la grada entre tanta frialdad y oscuridad, porque los americanos, con un juego arrollador, se encargaron demasiado pronto de silenciar el Palacio, frustrado por no ver a España en la lucha por el oro. Más chafados se quedaron aún los aficionados que confiaban en que la batalla llegase al menos con vida al descanso, cuando Estados Unidos empezó su despegue en el primer cuarto. Sí es verdad que se llenó el pabellón para presenciar la final, pero sin España la diferencia fue abismal. En la cancha y en la grada.

Ni una pancarta, apenas una bandera española, un par de enseñas serbias... y los ánimos del público, que el equipo de Sasha Djordjevic encendió en el inicio con un baloncesto de tú a tú, apagados prácticamente de forma definitiva cuando se acababa el primer parcial. Los pitos, escasos, dirigidos al himno estadounidense en los prolegómenos, también se oyeron en alguna ocasión cuando los americanos se fueron a la línea de tiros libres. El público español, lógicamente, iba con Serbia, pero entre tantísimo desequilibrio, no quedó otra que renunciar a apoyar a los balcánicos de rojo y aceptar la cruda realidad. Sólo hubo algo de diversión ante los contraataques de los americanos, sus mates, y su enorme pegada desde los 6,75. Poco más, porque aquello estaba muerto casi nada más nacer.

De vez en cuando retumbaba algún grito de ¡Serbia, Serbia!, respondido, con timidez, por otros de ¡USA, USA!. Los americanos no precisaban ser empujados desde un graderío plagado de españoles que todavía estaban rumiando la dolorosa derrota de la selección ante Francia y tenían la cabeza en otro sitio, porque en el parquet no había color con una campeona mundial tan poderosa y voraz. También, poco antes de disparar a voces contra Orenga, desde el otro fondo del Palacio los canarios se lanzaron con el tradicional ¡Pio, pío!. Los serbios ya hacía mucho tiempo que habían dejado de piar ante los americanos, igual que la afición les había abandonado. Ya ni siquiera se aplaudían las escasas canastas de los exyugoslavos ante diferencia tan abismal. Las de los americanos, en cambio, pese a varios abucheos, acrecentados con el pitido final, sí merecieron reconocimiento, aunque no se disfrutase como se hubiese querido. Sin España, el Palacio se quedó huérfano.

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