El disputado voto
Leguineche dijo que Delibes dirigía El Norte de Castilla como Von Karajan, con esa distinción
Truena la megafonía parlamentaria, la política se ha hecho hiel y la ciudadanía anda con sensación de intemperie. Precariedad, derrumbe. Los padres de la patria ... se comportan como cuñados pasados de vueltas. Parece que lo único que quieren de nosotros es la papeleta electoral y en su esfuerzo desmedido por conseguirla desbarran y se empecinan en el error. Son como aquellos personajes de Delibes que iban al campo en busca del voto del campesino y cada palabra los alejaba más del objetivo. En horas como estas se nota más que nunca la orfandad de Delibes y unos cuantos como él.
Mañana se cumplen cien años de su nacimiento. Buen momento para reivindicar su figura. Para recuperar, además de su valor literario, su peso ético. Esa forma de estar en el mundo. Una forma que no fue precisamente la de huir de la tormenta, sino la de atravesarla con pulso firme y sosiego. Miguel Delibes no fue esa especie de santo laico con el que algunos quieren revestirlo de purpurina. Supo imponer su criterio y por mucho que quisiera permanecer en Valladolid no perdió nunca de vista, con el rabo del ojo, qué estaba ocurriendo en Madrid ni qué se cocía en los pasillos editoriales de Barcelona. No podía ser de otro modo. Y no podía dirigirse de otra forma un periódico más que afrontando los nubarrones. Sin buscar nunca el sombrajo improvisado ni la marquesina de un escaparate de baratijas.
El «ventriloquismo», esa facultad que le adjudicara en su día Francisco Umbral, lo usaba Delibes para darle vida a sus personajes, una vida real, de carne y hueso, una vida alejada del cartón piedra con el que otros construyen sus héroes novelescos. Pero nunca usó Delibes esa capacidad de ventrílocuo para moverse por el mundo. Demasiado elegante, demasiado escéptico, demasiado digno como para hacer de marioneta. Manu Leguineche dejó dicho que Delibes dirigía 'El Norte de Castilla' como Von Karajan, con esa distinción. Solo así se explica que bajo su batuta hubiera solistas de la categoría de los citados Umbral y Leguineche o de Jiménez Lozano. Música de organillo, batutas de aspaventados directores es lo que uno tiene sensación de oír hoy en boca de una clase política desquiciada y que está perdiendo el compás del baile con la calle, pisándonos el pie en cada giro y pendientes únicamente de que al final del baile le demos un beso, un voto, para seguir ellos moviéndose por la pista de baile, alumbrándose con nuestros focos, enseñoreándose con nuestra salud y nuestro bolsillo. Haciendo de cada uno de nosotros un don Cayo, un paleto al que despreciar hasta que empiece la siguiente canción.
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