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Una de las escenas de la obra del Circo del Sol.
Regreso a la esencia circense

Regreso a la esencia circense

El Circo del Sol estrena en Madrid 'Kooza', en cartel hasta el 5 de enero

David Felipe Arranz

Valladolid

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Viernes, 25 de octubre 2019, 08:58

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En medio de un panorama político más que revuelto, el Circo del Sol, formado por un grupo canadiense que reinventó el arte circense en 1984 y que hoy aglutina 1.500 artistas, ha instalado su carpa en la madrileña Puerta del Ángel. Volatineros, malabaristas, equilibristas, acróbatas, trapecistas, funambulistas y gentes maravillosas ya caminan sobre el alambre, en mitad de la melé capitalina, otoñal y prenavideña.

'Kooza', su nuevo espectáculo, ha itinerado por más de veinte países. En sus orígenes está la cultura callejera de Montreal: su fundador, el francocanadiense Guy Laliberté, jugador de póquer y miembro de Les Échassiers, invita al espectador, sombrero en mano, a adherirse a su viaje. Hasta un vallisoletano, el actor Miguel Berlanga, se ha unido a la troupe, fascinado por esta mezcla de artes plásticas, referencias cinéfilas, teatro, música –espectacular banda dirigida por Frederick Kraai– y semidioses venidos de los cinco continentes. Las cantantes Joanie Goyette y Mary Pier Guibault son pura energía para estos magos, que evolucionan en escena, jugándose la vida. Estos seres de oro, como los Charivari –sonrientes menestrales de la libertad, cubiertos de pan de oro y venidos de Rusia, Moldavia, Mongolia y Taiwán–, parecen escapados de 'El mago de Oz', ataviados como los monos voladores de la malvada Bruja del Oeste y proclamando el triunfo de la ilusión por encima de la prosa de la vida. Bellísimas Circes que nos enamoran esculpiendo el aire con sus cuerpos.

El imperio de la imaginación volante alcanza su cénit con 'La rueda de la muerte', una fantasía que protagonizan dos superhombres gato –acaso dos hombres murciélago– que sobrevuelan nuestras cabezas, agarrados al único soporte de sendos aros gigantes. Se trata de los colombianos Ángelo Rodríguez y Ronald Solís, que acumulan el capital súper-heroico de la vida jugándosela para que nos olvidemos del escenario realista de nuestra cotidianidad. Hemos creído ver hechos encarnadura aquellos tebeos de Vértice y DC Cómics que leíamos en la infancia, al contemplar a estos dos superhombres saltando del suelo al cielo y sin red. Más de un grito ahogado se ha dejado escuchar entre el respetable. La vieja-nueva empresa del circo, con las contorsionistas mongolas –acaso gemelas–, entrelazando sus torsos felinos, el hombre del aro gigante, el dúo de enamorados en monocicleta; la media docena de espadachines españoles y colombianos en la cumbre, batiéndose en duelo en zapatillas y sobre una maroma; el pequeño 'buda' chino Deng Bo Yao, que construye una torre de sillas sobre la que se alza exultante sostenido en una sola mano… Hay veces en que el método más perfecto para alcanzar las nubes sin abandonar la tierra es entrar en el espectáculo con el corazón limpio, dialogar con lo sobrehumano, con los atletas, con los deportistas que un día quisieron adornarse de plumas y brillantina, pintarse la cara del payaso y abandonar la competitividad olímpica e individualista para hacer de sus proezas una pieza artística.

Dos momentos de 'Kooza'.
Imagen secundaria 1 - Dos momentos de 'Kooza'.
Imagen secundaria 2 - Dos momentos de 'Kooza'.

Con guiños al maestro Tim Burton invade de pronto el graderío una legión de esqueletos sexis, que se contonean entre las butacas: Sara Montiel, Saritísima, lo hacía con los señores, sentándose en sus rodillas, pero en 'Kooza' uno puede sorprenderse con una Muerte que nos seduce, que nos acaricia y que nos recuerda que esto siempre ha sido así: que entre el jolgorio, la visita de la Parca no perdona. Esta 'Danza de la Muerte' le da continuidad emocional, porque nos lleva una y otra vez al 'memento mori' festivo: sí, los artistas pueden caerse de los mástiles en cualquier momento. Como en la vida, donde todo es coyuntural y mágico, donde todo ocurre por casualidad y hay que aprovechar al máximo cada instante. El taiwanés Wei-Liang, que es capaz de hacer bailar hasta varios diábolos simultáneamente, desde su poder de demiurgo oriental, nos invita a conocer a estos 'diablos' creados en China durante la dinastía Han (206 a. C. 220). Porque en este Circo del Sol, donde la fantasía siempre se hace tangible, Laliberté ha querido volver a las esencias. En la capilla laica del circo recuperamos la fe en aquella edad de oro; cuando hace ya mucho, mucho tiempo, una vez fuimos niños.

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