Frits, un marinero en tierra que echa de menos la paz de la navegación a vela.

El catador de silencios

Frederik Driessen, violonchelista de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Lunes, 23 de febrero 2015, 12:01

L os hay de redonda, de blanca, de negra, de corchea... de montaña, de mar, de meseta. Los silencios, tan indispensables como las notas hasta el punto de que cada figura musical tiene uno de su idéntica duración, son un misterio para Frits, por eso los cata y los colecciona. «De pequeño pensaba que un silencio musical servía solo para rellenar el compás ¡qué equivocación! Es importantísimo, puede acentuar el ritmo, por ejemplo, y provocar mucha expectación».

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Ahora el silencio es terapéutico para Frederik Driessen, un abismo deseable. Lo tiene en su pueblo, enmarcado a veces por el canto de un pájaro. Lo busca en los Picos de Europa y en el mar. Nacido en Dordrecht «entre Breda y Rotterdam», navegaba desde pequeño en su ciudad rodeada de ríos. «Identifico el silencio con la tranquilidad de estar en un barco de vela, pensar solo en la dirección del viento, oír el chapoteo de la quilla, dejar que todo fluya», recuerda quien consuela el gusanillo de vez en el Atlántico o el Mediterráneo. En 1991 Frits eligió un puerto seco en el mar de Castilla tras aprobar una audición con Bragado.

Gerona le cambió la vida a este holandés errante capaz de hacer 2.000 kilómetros tras un profesor tan desconocido como anhelado. «Vine a España por casualidad. Aún estaba estudiando y me dijeron que había un curso. Allí me presenté. No sabía el sitio exacto, así que me aposté y pensé cuando vea a alguien con funda de instrumento le sigo. Y así fue. Encontrarme con Herre Jan Stegenga (también holandés) transformó todo. Hice los dos últimos cursos con él». Y entre las alumnas de Gerona, la española por la que vino después a Madrid, a «conocer a mis presuegros. En ese momento me dijeron que había pruebas en Valladolid. Me había traído el chelo por si acaso. Hice la audición y pasé».

Sedimento calvinista

Quien comenzaba su vida profesional en España a la vez que la Orquesta Sinfónica de Castilla y León sonríe al recordar su particular choque de culturas. «Al principio podíamos ir a un concierto y no tener ni atril, ni silla porque nadie se había ocupado de ello. Yo flipaba, en Holanda eso era inconcebible, todo era más rígido. Con el tiempo me gusta más esta forma de tomarse las cosas, no hay un formulario para la vida». El sedimento calvinista, la obediencia al deber, es una referencia en su formación, como lo son las Pasiones de Bach cada Semana Santa es un ateo con mucha música sacra en su atril o la rectitud respecto a la blasfemia tan fácil de diluir para los católicos en una confesión. «Entre los protestantes está muy mal visto blasfemar».

El Frits escolar comenzó a trastear con su primer chelo a los tres años. «Según mi madre, a esa edad ya me quedaba pegado cuando había conciertos en la tele». Su progenitora tocaba el piano, pero «a mi padre le prohibieron entrar en el coro del colegio». La enseñanza musical en Holanda transcurre libremente hasta el grado profesional, no existe el grado elemental y medio.«Fue a los 16 años cuando decidí que quería dedicarme a esto. No me veía estudiando teorías, quería algo práctico y me encantaba la música. Hice la prueba de ingreso y estudié en Rotterdam (a 30 kilómetros de su familia). En Holanda te vas enseguida de casa, coges una habitación y te independizas».

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A pesar de formarse en uno de los focos de la música históricamente informada, esa que demanda un sonido propio para Händel o Bach distinto de Beethoven o Mahler como diferentes eran sus instrumentos «la cara opuesta de la industria Karajan», Frits gustaba de la orquesta sinfónica. «Siempre me gustó la idea de hacer algo juntos, mucha gente». También se ha integrado en la troupe de la OSCyL que ha iniciado una travesía por aquella forma de afrontar el repertorio barroco, acercándose a los instrumentos originales de la mano de los colegas de Il Giardino Armonico. «Me encanta esa música. Convertí uno de mis chelos en uno barroco: le quite al pica, cambié las cuerdas de tripa y el arco. Te obliga a tener la espalda más recta. En el chelo moderno siempre tiendes a inclinarte sobre él.El chelo posterior sube el puente, alarga el mástil para tensar más las cuerdas, buscando ampliar el sonido». Ha hecho sus pinitos con la viola de gamba, «parecía que sería sencillo porque tocaba la guitarra, las seis cuerdas, pero es complicada. Se coger el arco al revés».

Este catador de silencios vacía su memoria sonora en las montañas. «Vengo de un país tan pequeño y plano que había que buscarlas en otro lugar. La verdad es que cuando vives fuera lo ves con otros ojos, he aprendido a apreciarlo cuando estaba lejos. Es muy recomendable». La suya es tierra de intérpretes y pintores más que de compositores. «Será a causa de la luz, del cielo tan característico. Es llamativa la cantidad de pintores holandeses de gran influencia. Sus obras sirven para imaginarse el ambiente en el que trabajaban los compositores. Combinadas con libros de historia, biografías, cartas, te sacan del mundo real. De los antiguos, me encanta el simbolismo de El Bosco y Vermeer». Entre sus montañas preferidas, Picos de Europa, el valle de Valdeaniezo, aunque «cualquier sitio de los Alpes, Dolomitas o Pirineos me vale».

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De la cocina neerlandesa no salva nada, «solo lo que hemos tomado de otros lugares con los que hemos tenido relación como Indonesia, India o Francia». En uno de estos días fríos se tomaría un erwtensope, «la sopa que todo el mundo bebe cuando hace una parada patinando, como aquí un carajillo».

Los últimos viajes de papel le han llevado a Afganistán. «He terminado hace poco El jardín del ciego, no es tan dulzón como Cometas en el cielo, de Hosseini. Refleja la situación de Pakistán y de cómo puede llegar a radicalizarse alguien normal». Lee en el silencio de su casa, ese que distrae apenas una hoja o un gorrión, siempre que no esté estudiando la pianista o el chelista.

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