Una buena idea que necesita un buen repaso
Un director errático no logra concertar a la OSCyL y al Orfeón Burgalés con las voces de Mercé y María Mezcle ante el público que llenó el Delibes
emiliano allende
Domingo, 4 de enero 2015, 17:35
El Concierto de Año Nuevo se presentaba como un intento de programar algo español en medio de tanta repetición de la tradición vienesa. El público, que llenó una vez más el auditorio Miguel Delibes, esperaba con expectación este espectáculo, sobre todo porque el cartel lo encabezaba José Mercé. El cantaor gaditano es en este momento, a nivel mediático, el representante de esa corriente de aire nuevo que trajeron algunos de sus antecesores al cante flamenco. Es un camino que no está exento de riesgos. Es necesario además del conocimiento profundo de los cantes grandes, Mercé lo tiene, el talento suficiente que va más allá de lo escrito y de la materia prima que Mercé también posee a raudales.
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A Mercé, en el muchos han puesto sus expectativas renovadoras, se le espera con la ilusión unos y el convencimiento otros, para ocupar esa plaza que recientemente ha dejado Enrique Morente. Por eso el concierto de ayer era una muestra de hacia dónde podrían ir algunas de las nuevas tendencias.
Todo fueron sorpresas. En primer lugar porque antes de que la obra anunciada tuviera lugar, aparecieron en el escenario José Mercé y María Mezcle, acompañados por el guitarrista Antonio Higuero, para interpretar al más puro estilo tradicional cuatro piezas, que al final y paradójicamente, vinieron a demostrar que además de un relleno, fueron, con mucho, lo mejor del concierto. Las alegrías, la soleá y, muy en la cumbre, las bulerías, fueron un ejemplo de lo que significan los palos de los cantes grandes a la hora de marcar las pautas fundamentales de este estilo universal.
El concierto tenía su centro de gravedad en Misterios: La pasión perpetua, obra compuesta por José Miguel Évora, a medio camino según su autor, entre lo profano y lo sagrado. La obra fue estrenada en 1998 y desde entonces no se ha vuelto a interpretar. José Mercé, en declaraciones a este periódico, hablaba de darle una vuelta y una revisión, antes de iniciar un recorrido por toda España. Creo que a Mercé no le falta razón, después de asistir al concierto. Évora, además de componer la obra, fue también el encargado de dirigir la orquesta de Castilla y León junto al Orfeón Burgalés y los dos cantantes. Desde el principio nos dimos cuenta que hilvanar aquello iba a resultar una tarea poco menos que imposible. Évora estuvo demasiado pendiente de la partitura, algo extraño si se tiene en cuenta que él debe conocerla muy bien. Esto perjudicó la concertación ya que apenas marcó una sola entrada. El coro, sin referencias escritas, bastante hizo con entrar a tiempo, aunque fue ahogado por la orquesta en numerosas ocasiones. Yo creo que los problemas, en buena medida, nacen en la concepción de la obra.
Es muy difícil ponerle compás al flamenco cuando, en vez de una guitarra y unas palmas, hay una orquesta en busca de nuevos empastes tímbricos, por cierto conseguidos en algunos pasajes, y una armonía tan atrevida como imposible de afinar con los cantantes. Solo al final, Mercé puesto en pie, dirigiéndose al coro, fue capaz de reunir a todos. Pasión apenas hubo, solo en los pasajes en los que Mercé y María cantaron solos. Sí hubo, en cambio, un calvario, marcado por la percusión y un martirio en la afinación. Mercé tiene razón. Esta obra necesita un buen repaso.
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