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Cementerio de la Chacarita (Buenos Aires), donde descansan los restos mortales de Miguel de Molina y Celia Gámez. R.C.

Miguel de Molina y Celia Gámez, en la paz del cementerio

Ocupan dos nichos muy cercanos en Buenos Aires. Militaron en bandos enfrentados. Un documental repasa sus vidas

Antonio Paniagua

Martes, 27 de noviembre 2018, 19:01

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En el cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, hay dos nichos muy cercanos, los que acogen los féretros del tonadillero Miguel de Molina y el de la vedete Celia Gámez. Ambos artistas descansan en el panteón de la Asociación Argentina de Actores. Uno tuvo que huir de la España franquista, mientras que la otra era partidaria del Caudillo. Al principio de su carrera, a él le llamaban 'La Miguela'. Era un homosexual declarado que se percató de sus gustos cuando despreció el ofrecimiento de una prostituta. Sobre Celia Gámez circulaban murmuraciones sobre su lesbianismo, una maledicencia que nunca llegó a ser confirmada. El cantante y bailarín se exilió en Argentina después de recibir una paliza propinada por los guardianes de la decencia. La 'starlett' castiza hizo el recorrido inverso: desde la ciudad rioplatense desembarcó en Madrid y encarnó como nadie el erotismo picante de los años veinte. Pese a sus diferencias, ambos eran empedernidos jugadores, gozaron del favor del público de su época y sus contratos alcanzaban cifras exorbitantes. Un documental sobre el asunto, encargado por la televisión pública argentina, se acaba de estrenar en Madrid, dentro del Festival Internacional de Cine por la Memoria Democrática (Fescimed).

'Caminos opuestos' es un trabajo dirigido por Jesús R. Delgado y repleto de testimonios de expertos y gentes que conocieron a los dos cantantes, quienes, a pesar de sus trayectorias divergentes, tenían algunos puntos en común. Los dos eran derrochadores, estrafalarios y extremadamente cuidadosos a la hora de levantar el andamiaje de sus espectáculos.

Miguel de Molina vio la luz en una casa miserable de Málaga, lo cual le obligó con apenas 13 años a errar por la carretera con un hatillo al hombro para ganarse el sustento. Con el fin de sortear los apuros económicos hizo de repartidor de telegramas y de chico de los recados en el burdel de Pepa 'La Limpia'. Pronto se sintió atraído por el cante, el baile y el teatro, aunque su aprendizaje fue autodidacta, adquirido en tablaos, tabernas y garitos de pésima reputación. Su precaria formación no fue óbice para que se codeara con García Lorca, Rafael de León y Manuel de Falla.

Recuperación

La perdición de Miguel de Molina era el juego. Si en la ciudad en que cantaba había un casino, allí se presentaba indefectiblemente. En una ocasión apostó su teatro y lo perdió. Con el tiempo se recuperó.

La estrella del género frívolo logró atraer a un público al que sedujo con sus chotis, pasodobles y piezas sicalípticas, sobre todo a una audiencia masculina deseosa de ver su cuerpo. Por algo la llamaban Nuestra Señora de los Buenos Muslos, encantos que ponderaba el rey Alfonso XIII, de quien se dice que fue su amante. No sería nada extraño a la vista de la devoción que tenía el monarca por las actrices. En los años 20 y durante la II República estaba permitido el desnudo casi integral: las modelos de revista podían enseñar sus pechos, mientras que las coristas y vedetes, aun siendo más recatadas, mostraban mucho en comparación con la represión sexual que vendría después.

Préstamo de Carmen Polo

A Celia Gámez le encantaba jugar en los casinos de Portugal. Una vez tuvo un mal día. Se dice que se arruinó y que Carmen Polo abogó para que se le concediera un crédito ventajoso.

Divididos en dos frentes

Si el cantante de 'Ojos verdes' era celebérrimo antes del estallido de la Guerra Civil, no lo era menos la Gámez, que con la revista 'Las leandras' popularizó temas que aún hoy perduran como 'El Pichi', 'El beso' o 'Los nardos'.

La guerra lo trastocó todo. Miguel cantó para las tropas republicanas y se pronunció contra la sublevación. Celia Gámez tomó partido por los nacionales y con la caída de Madrid grabó para los vencedores 'Ya hemos pasao', un chotis que se mofaba de la consigna del 'No pasarán', símbolo de resistencia de los republicanos.

El régimen fascista prohibió al rey de la copla subirse a un escenario, lo que le encaminó al exilio de Buenos Aires. Eva Perón intercedió por el artista español para que no le volvieran a molestar los secuaces de Franco. El maestro de la copla se lo agradeció de por vida.

Durante la contienda, Celia regresó a su país, pero pronto se dio cuenta de que en Buenos Aires no era nadie. Cuando retornó a España en 1938 se encontró con que sus joyas habían desaparecido, su coche estaba confiscado y todo su dinero se había desvanecido.

Los dos fueron desgraciados en amores. Ella se casó en 1944 con el odontólogo José Manuel Goenaga en una ceremonia multitudinaria, con José Millán Astray como padrino. El casamiento fue tan tumultuoso que ella tuvo que entrar en la sacristía porque tenía las medias rotas por el alboroto que se había montado. Y el militar tuvo que gritar su célebre '¡A mí la Legión!' para que sus hombres aplacaran a la muchedumbre. El enlace no prosperó. ¿Qué hacía un respetable dentista casado con una cómica?

La llegada de la democracia arrumbó al cuarto de los trastos viejos a Celia Gámez. «No pienso que la democracia pasara factura a Celia Gámez. Por entonces ya había dado todo lo que podía dar», dice en el documental el actor José Sacristán. Después de participar en un espectáculo con Sara Montiel y Olga Guillot en Madrid, volvió a Argentina, con el forro del abrigo repleto de billetes. Murió en 1992 en una residencia, con la mente extraviada por el alzhéimer.

Miguel de Molina regresó fugazmente a España en 1957. El cantante, que lo guardaba todo, tenía fotos dedicadas de Celia Gámez, una de ellas de cuando actuó en la sala de fiestas Florida Park. Después no volvió jamás a su país, ni siquiera para recoger la medalla de Caballero de la Orden de Isabel la Católica, que le fue entregada en Buenos Aires. Murió a los 86 años, en 1993. Un amigo se barruntó su muerte cuando, pasados dos días, se dio cuenta de que nadie había recogido la botella de leche que todos los días le dejaba en su casa.

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