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La imaginó muy alta para la época, rubia nórdica, tan distinta, tan falta de escrúpulos, que Antonia Monterroso, su criatura, rechazó sestear entre otros libros ... para seguir comiéndose el mundo de 1918. César Pérez Gellida (Valladolid, 1974) se dejó seducir, como el resto de hombres de 'Bajo tierra seca', y la sostuvo en 'Nada bueno germina' (Destino), continuación de la novela que le valió el Premio Nadal de 2024. De 'thriller' rural, a novela policiaca, con su sello de acción, autopsias en vivo y catálogo de buscavidas. La temida viuda negra y su amante, Sebastián Costa, dejan atrás la Extremadura donde se conocieron e inician la huida atracando bancos de Jaén, Córdoba, Ciudad Real. El guion eclosiona en Valladolid, donde transcurre el último tercio de las 528 páginas, eso que el novelista está orgulloso de haber aprendido a «decir más con menos palabras».
«Los personajes mandan, me dejé llevar. Antonia es el germen de las dos novelas. Pero hay que saber interpretar a los personajes, que no te intoxiquen», dice quien alumbró a mantis religiosa coleccionista de maridos y que arrastra ahora a otro hombre por una pasión de la que Gellida nos hurta cualquier viso romántico para centrarse en la sangre.
«Cuando presenté 'Bajo tierra seca' al Nadal, no digo que fuera con el freno de mano puesto pero si quería llegar en condiciones, lo literario debía ser lo principal. En 'Nada bueno germina' toda esa parte no existe y me he dejado llevar por el ritmo de secuencia y acción, lo que me susurraban los personajes. Antonia y Sebastián me iban contando lo que me parecía el desarrollo de la trama». En cuanto al reservado de la pareja, «tienen que descubrir los lectores por qué se comportan así, por qué surgen tantos secundarios y toman más importancia personajes como Rosario y Esteve».
Rosario es otra rescatada, «representa la luz en este universo oscuro. Es el único personaje que sale del mundo de sombra. Es interesante su evolución, parte de la nada y llega a un lugar mejor gracias a su decisión». La hostilidad es el medio en el que se desarrollan esas vidas y a la apuntada en la primera novela se une la amenaza de la gripe española en la segunda. «En 1918, se da la primera oleada importante de gripe española. No fue algo que buscara sino una pincelada más».
A Gellida se le queda pequeña la venganza como leitmotiv. «Es la coraza de esta novela, el motor inicial, la chispa de ignición pero hay otros elementos como la lealtad, la ambición, que van entreverándose en la trama y al final no es una historia de venganza clásica, tiene derivaciones complejas».
Aunque no tenía pensado volver literariamente a su ciudad, «creo que traer el desenlace al Valladolid de 1918 es una de las mejores decisiones que he tomado. Documentarme me ha reconfortado mucho. Han sucedido muchas historias que otros han contado antes de que yo naciera. Me sentí cómodo recorriendo las calles de principios de siglo. He tenido la suerte de contar con la hemeroteca de El Norte de Castilla, así que fue impregnándome de la historia de la ciudad».
Los personajes de la última novela de Gellida pasean por la calle Santiago, donde estaba el café Royalty, por la Plaza Mayor, con parada en El Norte, por el Duque de la Victoria, arriba en la sede de este diario que narrará los sucesos y abajo, más adelante el Círculo de Recreo, donde el joyero sefardita Simón de Castellanos trafica con ópalos. En los Almacenes Catalanes se engalana Antonia Monterroso, que se hospeda en El Imperial. El Hospital de Santa María de Esgueva acoge a las primeras decenas de infectados de gripe española así como a los heridos en los tiroteos. La huida de los protagonistas estaba pensada por el Puente Mayor. La pasión del autor por su tierra le lleva a atribuir un reconocimiento demasiado temprano a los caldos de Peñafiel. Quizá sean estos los hitos de la próxima ruta de peregrinos tras las huellas de Gellida.
Entre engaños, secuestros y escabechinas, Gellida propone digresiones que nos llevan a conocer el Hospital de Santa María de Esgueva, el tráfico de piedras preciosas, el incipiente consumo de la conocían como en la anterior fue de opio. «Son componentes de la realidad. A los lectores puede sorprenderles que hubiera adictos al opio en ese momento y que existiera el consumo de cocaína para algunas capas de sociedad. Ahora estamos habituados a noticias relacionadas con el asunto pero en aquel momento nada se sabía de las consecuencias de opiáceos, no existía la palabra droga para etiquetar estas sustancias. Llevaban a comportamientos diferentes que estaban de moda en esa época».
Si la anterior novela fue confeccionada como un puzzle de presentes y 'flash-backs', en 'Nada bueno germina', Pérez Gellida tira de tres acciones paralelas. Una de ellas descansa en los clanes gitanos. «Entonces tenían más influencia que ahora. Como prestidigitador de un 'thriller', me interesa distraer al lector con acción, disparos, muertos, para tapar otras cosas que tiene que descubrir. Ese es el papel de los gitanos». Sin embargo, en la nota final al lector, el escritor desvela algunas claves de las decisiones tomadas. «Está bien contar parte del truco de este oficio, el lector no percibe lo que hay detrás de una novela. Como lector me gustaría que Tolstoi, Dostoiveski o Joyce me contaran los mimbres de sus novelas, las razones de sus decisiones».
De momento la que él ha tomado tras el esfuerzo de ambientación histórica es volver a la contemporaneidad en la que está escribiendo ahora, «otra deuda pendiente» que también publicará con Destino así como la siguiente. A la espera de cómo sea recibida 'Nada bueno germina', de cómo resulte la idea global del público sobre el 'pack 'que ya está en las librerías, César Pérez espera para tomar una decisión sobre las dos vías para trasladarlas al lenguaje audiovisual que tiene sobre la mesa. No llega a pronunciar la palabra serie.
En la solapa de este nuevo tomo Gellida retoma su apariencia más informal y recupera la mirada de malote, «si no llevo gorra la gente se va a pensar que soy calvo», bromea. En la ganadora del Nadal aparece con americana y testa descubierta. «Me sentí impostado, impostor. Había como una conformidad, pero hace tiempo que no soy así».
Tantos viajes por la España interior, tantas hipótesis de comportamiento, tantos giros mareantes y Gellida considera que «he llevado las riendas, creo que en esta novela he ganado yo», dice ante la sombra de Antonia, esa mujer que hace bueno el refrán citado por Martín Gallardo y Esteve al comienzo de la novela: «Más tiran dos nalgas en lecho que bueyes en barbecho».
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