
Alejandro Palomas, escritor
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Alejandro Palomas, escritor
«En esta vida la fiesta somos nosotros mientras podemos disfrutar de los nuestros»Escritor, traductor y filólogo, Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) inició en 2014 con 'Una madre' una saga inspirada en su entorno más cercano: sus dos hermanas y su madre, que decide divorciarse a los 65 años provocando una catarsis vital que tendría continuidad literaria en 'Un ... perro' (2016) y 'Un amor', con la que ganó el Premio Nadal en 2018. Cierra ahora esta tetralogía con 'Una vida'. El martes, 4 de febrero (19:00 horas), presentará en conversación con la periodista Eva Moreno en la librería Oletvm esta novela, nacida de la mirada a la última etapa vital de su progenitora. Un viaje emocional al universo familiar con crudeza y humor cuando los hijos se convierten en cuidadores de quienes cuidaron de ellos.
–¿Qué le ha llevado a perseverar con el personaje de su madre y lo que mueve alrededor?
–Es algo que llevo preguntándome diez años después. No lo he descubierto, pero ahora que lo veo con perspectiva creo que fue muy natural, porque coincide con el momento que se divorció. Y de repente descubrimos a una mujer que a sus 65 años se encuentra en la calle con 180 euros de pensión y que se descubre a sí misma diciendo 'Uau, ¿esto es el mundo?, pues yo quiero'. Y en vez desesperarse y encontrarse huérfana y victimizarse apareció una mujer que conocíamos pero no habíamos reconocido hasta ese momento. A mí me impactó mucho ver esa nueva cara de mi madre, con muchas ganas de vivir, con una forma de mirar el mundo generosa y bondadosa a pesar de lo que había pasado.
–Le sorprendió tanto como para convertirla en el personaje literario de Amalia.
–Me trastocó mucho a nivel inconsciente y me ayudó a dejar de mirar fuera y a mirarnos a nosotros, a investigarnos. Empecé a estar más cómodo conmigo mismo, con mi lugar en el mundo. Entendí que mi familia era mi lugar en el mundo. Con su cambio de actitud tuvimos que cambiar también todos. Mi madre se quedó en la calle, tuvimos que agruparnos para rehacer su vida a nivel material y vimos cómo reaccionaba ella, que no se dejó llevar por la desesperación. Lo que activó esta historia y este universo fue el paso de ser una familia a ser un equipo. Pequeño pero equipo.
–En la novela cada uno de los tres hijos arrastra sus propios conflictos, diluidos en la filosofía vitalista materna.
–Al inicio del libro escribo que dedicamos gran parte de nuestra vida a esperar, ignorando que la fiesta está aquí, que somos nosotros. Que recordar es llegar. Esa es la columna vertebral de la filosofía de esta familia, que la fiesta somos nosotros mientras estamos y podemos disfrutar de nosotros. Cada vez que nos detenemos a esperar la llegada de cosas que no existen nos estamos perdiendo la fiesta. Es la sabiduría de Amalia de revalorizar las cosas pequeñitas, cercanas, a lo que casi nunca damos importancia porque las damos por hecho. Como la figura de la madre, a la que siempre damos por sentado y cuando desaparece te das cuenta demasiado tarde de que era no solo una vértebra, sino toda tu columna vertebral.
–Lleva diez años tratando con estos personajes. ¿Cómo ha resultado la convivencia?
–Maravillosa. Tanto que no se va a acabar; finaliza este formato pero eso no quiere decir que esta familia desaparezca ni que yo deje de crear con ellos. En abril saldrán en cómic los mismos personajes. El proyecto es que vayamos sacando diferentes volúmenes, una especie de Mafalda de una mujer de 80 años.
–Los cuidados de los hijos a los padres en la última etapa de la vida tienen cada vez más engarce literario.
–Tiene que ver también con el tipo de sociedad mediterránea. Esto no lo encuentras en Estados Unidos ni en Inglaterra ni en ninguna otra parte. Lo encuentras en Latinoamérica, Grecia, Italia y nosotros. Se alarga la vida pero eso tiene una cara B, llega la enfermedad y no tenemos las infraestructuras para atenderlas, con lo cual los cuidadores somos los hijos, los que tenemos que ejercer de padres o madres de nuestros propios padres. Nadie nos prepara ni nos previene para eso, nos lo encontramos de golpe y eso pone a prueba a las familias, sobre todo a los hermanos. Con esto pasa igual que con las herencias, siempre es motivo de discusión, refriega, reproches..., hay unos que no quieren, otros que no quieren pero hacen..., ahí es donde queda muy patente el tipo de sociedad machista en la que estamos porque se da por sentado que las mujeres normalmente se ocupan de esto. A esta edad o cuidas o te dueles porque ya se han ido.
–En su libro queda también retratada una generación.
–Es el reflejo de la sociedad que hemos construido nuestra generación porque no hemos previsto esta última partida. Y llega el agotamiento del cuidador. No hay nada más agotador que cuidar de alguien a quien quieres y de quien te sientes responsable. Y lo es cuando está más o menos bien de salud, pero cuando ya está enfermo es terrible.
–¿Leyó su madre sus libros?
–Sí. Era muy peculiar, muy parecida a Amalia. En cuanto al arquetipo y la mirada del personaje y la que tenía sobre el mundo. Era tan surrealista que creaba un mundo paralelo. Nos unían muchísimas cosas, pero el hilo que unía a estos tres hijos y ella era el sentido del humor, nos reíamos tanto, de todo, incluso de las peores cosas que nos estaban pasando. Yo tenía miedo de que mi sentido del humor fuera muy microscópico y no se entendiera. Y ha resultado que es el humor lo que más ha llegado y tocado de esta saga.
–Su madre falleció hace cuatro años, cuando tenía 79. ¿Cómo sobrellevó esa pérdida conviviendo con la escritura?
–Ha sido una gran sorpresa porque yo tenía miedo. No sabía si iba a ser capaz de escribir con la misma alegría y seguir participando de ese humor sobre todas las cosas, de esa capacidad de reírnos de nosotros y celebrar todo lo que pasa aunque aparentemente no sea bueno. Y ocurrió que descubrí que tuve siempre una lectora cero, imaginaria, que era mi madre, escribía pensando en cómo me leería ella. Y en el momento que desapareció y me tocó escribir esta novela, me di cuenta de que había pasado de escribir para ella a escribir con ella, un poco a cuatro manos. Es una experiencia que jamás habría imaginado.
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