Enrique Murillo, en el bar La Principal, de Barcelona. Jesús Marimon
Enrique Murillo Editor, traductor, escritor

«Premios literarios con la editorial organizadora en el jurado fracasarían en otros países»

La lectura ha sido su vida y la industria editorial, una madrastra a la que retrata en 'Personaje secundario', que presenta este viernes en Valladolid

Victoria M. Niño

Valladolid

Jueves, 2 de octubre 2025, 07:20

Ha escrito unas memorias profesionales que se leen como una novela. Enrique Murillo, traductor, editor, escritor, periodista y, sobre todo, lector, es ese 'Personaje secundario' ( ... Trama) que a través de 540 páginas dibuja 'la oscura trastienda de la edición' española. Ha sido 'colaborador' (falso autónomo) durante años para Anagrama, El País, Planeta y Alfaguara. Gozó de contrato en Plaza & Janés y 'El Europeo'. Aspiró a sacudir el realismo de posguerra y la «verborrea celiana» para que pudiera emerger la 'nueva narrativa española' que ayudó a impulsar. Defendió la literatura y encandiló, sin prejuicios de géneros, a los que podían hacer crecer los sellos en los que trabajaba, con un ojo puesto en el negocio. Así se lo enseña a sus alumnos del máster de edición de la UAB. Este viernes presenta su libro en la librería Margen a las 19:00h.

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–Periodista, lector, traductor, editor, acompañante de autores ¿y casi siempre sin la red de un contrato?

–Sobre todo durante los casi diez años en Anagrama, yo tenía que ejercer varios oficios, el que más traductor, para llegar a fin de mes. La precariedad empezó en nuestro sector como mínimo en los años ochenta. La verdad es que sorprende: cuarenta traducciones en diez años. Eso solo ya es una monstruosidad laboral. Pero es que de forma creciente de año en año a partir de comienzos del decenio, solo traducía por las mañanas (y el día entero los fines de semana) y además iba a la oficina a leer y a llevar la prensa, a tratar con autores, etcétera, por las tardes. Es incomprensible que resistiera.

–A Barral, santón de la edición ¿le perdió el romanticismo?

–Era romántico, y era un pícaro, a su manera. Y luego fue un santo cuando puso en marcha la elaboración de la primera ley española de propiedad intelectual, que trató de limitar los abusos de los editores respecto de los autores, cosa que él conoció bien. Es importante entender que la edición tiene que ver con la literatura y el pensamiento (también con el entretenimiento), pero que no por esa razón deja de ser un 'negocio'. Hay que generar con las ventas el dinero que te permite pagar la imprenta y los royalties de los siguientes libros. Para que eso funcione bien, debes entender el país donde publicas. Y ahí estuvo el fallo de Carlos Barral. No asomar la cabeza por la ventana, no haber ido nunca en metro. Cuando ya no había apenas lectores para el ensayo humanístico, Barral editores siguió publicando sobre todo ese género. Eso hundió la empresa. Es un ejemplo trágico de la norma que dicto a mis alumnos en el máster de edición: los editores han de ser intuitivos, artistas si se quiere, pero también comprender el negocio y su país.

–Anagrama, Tusquets, Lumen ¿tuvieron el don de la oportunidad?

–Vieron lo que hacían sus colegas en Francia, que es el idioma extranjero que conocían. Si ellos publican sin desdoro novela, ¿por qué en España no podemos seguir su ejemplo? Al fin y al cabo, la novela estaba vendiendo en Francia más que el ensayo.

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–El oscurantismo de tiradas y ventas, esa 'omertá' de la que habla ¿solo tiene motivación económica? ¿es por los agentes?

–Decía Jorge Herralde que el fenómeno Balcells, una agente que cobraba enormes fortunas como anticipo, surgió por culpa de cierto pasado en el que había desconfianza de los autores en relación con la verdad o no de las ventas que les liquidaban los editores. Hoy en día no sé qué ocurre. Puede que se paguen bien los royalties. El problema es que aquella desconfianza no se ha borrado del todo. En 1992, tiempo de informática contable, yo tuve en mis manos los datos de venta de unos seis años de Plaza & Janés, y las ventas estaban reflejadas, a mano, con dos cifras, una de ellas mucho más alta que la otra...

–Que los premios como forma de márketing editorial sigan funcionando ¿qué nos dice?

–Responderé con lo que me decían los editores del resto del mundo: ¿Cómo es posible que nadie, ni la prensa ni los lectores, se de cuenta en España de que un premio, sea comercial o literario, con presencia en el jurado de su director editorial y algún que otro empleado, no puede ser neutro, sino que se concederá de acuerdo con los intereses comerciales o literarios de la empresa que lo organiza, lo paga y selecciona finalistas y, en último término, puede decidir el ganador? No hace falta añadir nada más. Un premio así en otros países, fracasaría. Solo conozco una excepción, el que da Fitzcarraldo en UK. Que no funciona demasiado. Si la prensa se traga eso, ¿qué van a hacer los lectores? Recuerdo que el premio Planeta que ganó Sonsoles Onega (tal vez, ¿por ser presentadora estrella de un programa de Antena3TV...?) tuvo una crítica furibundamente negativa de Jordi Gracia en 'El País'. Tuvo ventas récord como no parece haberlas tenido ese premio en muchos años.

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–El organigrama de Seix Barral se vació unas cuantas veces, sin embargo «el inefable Gimferrer» permanece.

–Solo me telefoneó una vez estando yo en el Grupo Planeta. Le llegó el rumor de que Ymelda Navajo me nombraba director editorial de Seix Barral. Ese día tuvimos una de esas clásicas llamadas sempiternas del poeta Gimferrer. Me tuvo hora y media escuchándole decirme que bien, que yo sería el gerente, y él sería el director editorial. Estaba asustado de verdad. Como a Ymelda ya la había apartado la familia Lara de su puesto de directora general, ese nombramiento, que no llegué a aceptar, no tenía sentido alguno.

–¿Se flagela con el 'junco' de Irene Vallejo, con Vila-Matas o Carver a los que no quiso publicar?

–Lo he intentado varias veces con Carver, sin éxito. Disfruto de los libros de Vila-Matas, con quien me une una gran amistad. Comemos juntos cuando su salud lo permite, y charlamos infinitamente de la cosa literaria. Irene Vallejo, cuyo talento solo percibí levemente, tiene una virtud extraordinaria: narra muy bien. Extraordinariamente bien para un país sin narradores. Y, sin proponerse eso en absoluto, su libro tiene una virtud comercial que me parece clara: permite hablar de los clásicos sin tomarse la molestia de leerlos. 'El infinito en un junco' es un libro muy bueno, muy serio, muy bien documentado, con traducciones de fragmentos que superan las sosas traducciones habituales en España. Me alegró mucho de su éxito mundial.

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–¿Lleva la cuenta de los informes, traducciones y libros?

–Imposible. Pedí hace unos años acceso a mis informes para Anagrama, y no me dieron permiso. Un ex alumno me dijo que un amigo suyo le preguntó: «¿Sabes quién es un tal Enrique Murillo? Es que la mayor parte de informes que estoy escaneando para los archivos de la editorial, como becario, llevan su nombre. La inmensa mayoría...»

–La edición española está concentrado en dos grupos y, sin embargo, no dejan de nacer pequeños sellos. ¿Es optimista?

–Soy pesimista como no frene alguien el exceso de novedades que publican sobre todo, pero no únicamente, los dos grandes grupos que hacen más del 50% de la facturación de libros en España. Soy pesimista por el enorme peso que tienen en las novedades los libros bobos, las novelas de mero entretenimiento, los libros de autoayuda, los ensayos escritos por chiflados. Los libros serios son cada día más minoritarios. Pero los libros de los buenos escritores jóvenes, los que no siguen modas ni nada más que el criterio personal del autor, solo tienen un verdadero y último refugio: el de las nuevas y antiguas editoriales pequeñas que no tienen como norte la codicia sino la buena literatura, el buen ensayo. Sellos que, me consta, pagan bien a los autores, traductores, correctores... Y son la gran reserva del futuro editorial.

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–¿Cómo mantiene la curiosidad para leer desprejuiciado, para no sucumbir al 'todo está dicho' y de brillantes maneras?

–Es muy sencillo. Lo que te llama la atención cuando lees a un autor nuevo es su capacidad para ver el mundo de una forma que ilumina nuevos aspectos del ser humano, individual y colectivamente. Si lees dejándote ganar por lo que lees, por raro que al principio quizás te resulte, el talento, la visión, la prosa eficaz... me conquistan como lector.

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