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Cada vez que Laura Asensio pasea por la calle Montero Calvo, siente una punzada de nostalgia, de rabia, de tristeza, también de indignación. Su mirada ... aún lo busca, pero desde febrero de 2020 ya no queda rastro de aquel rótulo de letras rojas y aires orientales que anunciaba la mítica mercería Kioto. «De la noche a la mañana, desapareció».
De aquel luminoso tan solo queda hoy el recuerdo que aún atesoran miles de vallisoletanos y una fotografía que forma parte –junto a cerca de 300 más– de 'Valladolid con carácter', un libro que recopila, analiza y reivindica el patrimonio gráfico de los rótulos de la capital.
«Es la primera vez que se aborda en Valladolid una iniciativa editorial de esta materia», asegura Asensio, diseñadora gráfica y creativa publicitaria, quien junto a los fotógrafos Miriam Chacón y José Ignacio Gil y con la asesoría de Carlos de Miguel, ha peinado los barrios de Valladolid para recopilar todos aquellos carteles de negocios que, por su tipografía y valor artístico, forman parte del patrimonio cultural y sentimental de la ciudad.
«Son pequeñas joyas del paisaje urbano que muchas veces pasan desapercibidas»,cuenta Chacón, quien recuerda que este proyecto nació hace seis años, que cristalizó en una exposición en 2018 (en el Patio Herreriano) y que ahora, de la mano del servicio de publicaciones del Ayuntamiento, llega a las librerías (desde el viernes, por 25 euros).
«Este libro es un primer paso para la recuperación de este patrimonio», cuenta Asensio. Los rótulos pueden desaparecer de las paredes y frontales de los negocios, pero su memoria al menos permenece fijada en estas páginas de papel y en la web valladolidconcaracter.es (donde hay más de 700 imágenes georreferenciadas).
En algunas ciudades se han dado pasos más decididos para su protección. «Lo ideal sería que permanecieran en las calles, pero en Jaén, por ejemplo, se ha habilitado un almacén para guardarlos cuando van a ser retirados». El cierre de un negocio, su traspaso o reforma suelen ser los principales motivos por los que muchos de estos carteles acaban desmantelados y en la basura.
«Son propiedad privada y es muy difícil tomar medidas cuando un comerciante decide retirarlos», explica la concejala Ana Redondo, quien este martes participó en la presentación del libro, en la Casa Revilla. Sin embargo, abre la puerta a que algunos, los más emblemáticos, puedan ser indultados. «Estamos a punto de abrir un centro de recuperación del patrimonio de la ciudad y podría ser un espacio para conservar aquellos que así lo decidiera una comisión de valoración. No podemos asumir todas las donaciones que se puedan hacer y hay que analizar muy bien estos y otros tipos de bienes», indica Redondo.
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Pero, lo ideal, aseguran las autoras del libro, sería que estos rótulos permanecieran en la calle, ya que contribuyen a dibujar su personalidad y a definir el carácter de la ciudad. «Son una gran fuente de recuerdos y de información que, por desgracia, se pierde en un rápido proceso de desertización comercial», donde muchos negocios locales son sustituidos por franquicias o cadenas calcadas de una ciudad a otra. «Mientras que los rótulos tradicionales enriquecían el paisaje urbano aportando singularidad, la estandatización diluye su personalidad».
En la Casa Revilla estuvieron presentes además responsables de las empresas (algunas con casi un siglo de historia) que se encargaban del diseño y colocación de estos carteles, como Luminosos SMA, Luce, Tesedo o Garcés.
El libro reúne la imagen tipográfica de bares y barberías, detiendas de muebles y cafeterías, imprentas y de comercios de ropa. Desde las líneas geométricas y de las vanguardias que imperaban hace un siglo a las letras que imitan la escritura manual que se popularizaron entre los años 50 y 60. O la psicodelia que conquistó los negocios abiertos en los 70.
Agrupados por barrios, puede apreciarse también la distinta calidad de los materiales (de los azulejos y la cerámica al neón), en un volumen que propone una ruta fotográfica y tipográfica por la memoria comercial de Valladolid. La distribución geográfica influye. Por ejemplo, los letreros de los polígonos suelen ser más grandes (para que se puedan ver bien desde el coche) y los rótulos de los barrios suelen ser más pequeños (porque también lo es el tamaño de sus locales).
Si los autores tuvieran que destacar alguno de estos rótulos, dudan, pero al final eligen. Laura Asensio se queda con el cartel del Bar Suizo. «Lo elijo por el ritmo que tienen las letras, muy enérgicas, dinámicas. Parecen captar el bullir de la publicidad propia de los años 50. Me gusta ese trazo tan enérgico».
Carlos de Miguel se queda con el letrero de la Imprenta Lozano, en Macías Picavea. Fueron colocadas hace un siglo, en 1922, y De Miguel destaca las letras «vanguaridstas», con los rasgos montados de la erre o la a. «Son un ejemplo de modernidad y vanguardia en Valladolid».
La fotógrafa Miriam Chacón se queda con el luminoso de la cafetería Bus Stop, en la estaciónd e autobuses. «Cuando fuimos a hacer de nuevo la foto para el libro coincidió con la entrada en vigor de las medidas de ahorro energético, que obligan a apagar estos carteles a las 22:00 horas», explica Chacón. En el bar, decidieron no encender el letrero. «Pero me hicieron el favor de encenderlo para hacer la foto en un momento muy concreto, cuando caía la luz del sol y se hacía de noche. A partir de ese día, he visto que lo han vuelto a encender, conscientes del valor simbólico que tiene ese neón», asegura la fotógrafa.
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