La España de Carlos II, más allá de sus debilidades
Luis Ribot muestra una monarquía resiliente con aciertos económicos y nuevas alianzas pese a El Hechizado, el último Austria, en una exhaustiva monografía
Lleva medio siglo escrutando la decadencia de la monarquía española. La carrera académica de Luis Ribot (Valladolid, 1951) comenzó con una tesis sobre la revuelta ... antiespañola en Mesina (1674-1678) y no quería cerrarla sin aventar los mitos que pesan sobre el reinado del conocido como 'El Hechizado'. Hace cinco años comenzó a trabajar en la monografía que está ya en las librerías 'El final de la España de los Austrias (1665-1700). Carlos II' (Marcial Pons).
«Desde los años setenta el interés por esta época y por este reinado, que se creía el punto culmen del declive de la monarquía hispánica, no ha hecho más que crecer», explica el profesor emérito de la UNED destacando la mirada de los historiadores foráneos como uno de los motores de esta revisión. «Luego se ha demostrado que no todo fue tan negativo, pero es que antes se saltaba de Felipe IV a la guerra de sucesión, como si no hubiera existido Carlos II».
Le interesaba más la época que el personaje «pero hablar de un reinado en el Antiguo Régimen pasa por hablar del rey, que tenía poder absoluto». Empezó a desbrozar prejuicios para acercarse a la realidad. «Carlos II ha sido un rey historiográficamente olvidado, maltratado, despreciado. La visión despectiva era la predominante. He tratado de averiguar la verdad que no es ni negativa ni rosa. No ha sido el mejor rey pero tampoco el peor», reconoce quien ha bebido de los testimonios de embajadores y diplomáticos que pasaron por la corte.
'Carlos II'
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Luis Ribot. Marcial Pons. 580 páginas. 34,20 euros.
«No eran súbditos, no estaban condicionados por su relación con el rey. Cuando escriben a los responsables de sus reinos lo hacen sin fingir. Casi todos destacan el carácter dubitativo de Carlos II, su escasa dedicación al gobierno. Sin embargo, si se mira el número de audiencias, la cantidad de servicios religiosos a los que acude, las entrevistas con embajadores y la toma de decisiones, no es tan poco», aclara Ribot, miembro de la Real Academia de la Historia.
Sentido de la corona
«El sucesor de Felipe IV es uno de los reyes peor considerados, no solo de la historia de España, sino del conjunto de los reinos y monarquías del pasado», escribe. Y recorre las descripciones que identifican su apariencia con su debilidad psíquica y física. La endogamia de los Austrias servía para explicar tanto la fealdad como su falta de carácter o la convergencia de enfermedades.
En el XIX Carlos II es tildado de «imbécil e impotente» sin ambages. Gabriel Maura marca la línea interpretativa que han seguido las últimas investigaciones. En su libro de 1942 «le caracteriza como un ser débil de cuerpo y carácter, pero dotado de una evidente rectitud moral y un innato sentimiento de la realeza», sintetiza el modernista.
Carlos II tiene cuatro años cuando muere Felipe IV, su padre, quien había engendrado siete hijos con su primera mujer, de los cuales solo María Teresa llega a edad adulta, y cinco con la segunda, sobreviviendo solo dos. Sus primeros años de reinado sucederán bajo la regencia de su madre, Mariana de Austria (1665-1677). Ella lidiará con la Junta de Gobierno, con el hermano bastardo Juan de Austria –instigador de la 'guerra de plumas', primera campaña para manipular la opinión pública–, con una Castilla agotada y unos territorios en precario equilibrio. Su hijose casó dos veces, en Burgos y en Valladolid, viajes excepcionales junto a las salidas de caza en una vida ligada a Madrid.
«Tenía una gran falta de confianza en sí mismo y era intermitente en su trabajo. Tenía un alto concepto de su misión procedente del compromiso ético debido al virtuosismo cristiano. Hay que recordar que el rey estaba puesto por Dios», explica Luis Ribot.
Su piedad, su dependencia de confesores y su creencia en las supersticiones le valió un sobrenombre injusto para Ribot: «Lo de llamarle 'El Hechizado' fue al final de su reinado y es una exageración. Entonces todo el mundo creía en los hechizos. No era un tonto ni un loco». Ese hombre dubitativo estuvo al frente de la corona española hasta 1700. «No era la monarquía más importante de momento, la hegemonía la detenta Francia. Pero era la que más territorios tenía en cuatro continentes», contextualiza el estudioso.
Política exterior aconfensional
Precisamente el hecho de mantener e incluso aumentar la estructura territorial contradice la «historiografía del declive» que le ha perseguido. «En política internacional se hacen avances importantes. Se mantiene la política de alianzas, esa estructura forjada por Felipe IV, pero no con la rama católica, con Viena, sino con los 'herejes', con Países Bajos y con Inglaterra. Se convoca una junta de teólogos en la Corte para discutir si era lícito establecer estas alianzas y determinan que sí, que lo importante es defenderse frente a Luis XIV. Hay un avance de la política internacional aconfesional». También «mejoran las relaciones de la Corte con los territorios. En los años 40 con Felipe IV estuvieron a punto de estallar revueltas en Cataluña, Portugal, Nápoles, Sicilia. Ahora los territorios crecen en autonomía y a la vez se reimplanta el poder español».
La recuperación de la economía de Castilla «esquilmada por las guerras», la creación de una Junta de Comercio para promocionar la economía y las medidas para frenar la inflación del vellón muestran «una preocupación por sanear las finanzas». Aunque se ha llegado a decir que «faltaban cabezas» en la España de Carlos II, Ribot señala personajes como el duque de Montealto, el marqués del Carpio, el marqués de Mondéjar o los 'novatores' que «fueron válidos, cultos, buenos políticos que lo demostraron en los virreinatos».
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