Las dos españolas que desafiaron a Enrique VIII con su amistad
'Los fuegos de Kimbolton', de la vallisoletana Patricia Rodríguez, cuenta el final de Catalina de Aragón y el tesón de María de Salinas para acompañarla en prisión real
Catalina de Aragón fue Katherine por un matrimonio político alimentado después con amor para terminar en un volcánico repudio por parte de Enrique VIII. El monarca inglés, obsesionado con un descendiente varón, quiso que ella renunciara al título de reina y la negativa de la española le costó el cautiverio y su total aislamiento. En sus últimos días y en la amistad con María de Salinas, Lady Willoughby, encontró Patricia Rodríguez el aliento narrativo para escribir 'Los fuegos de Kimbolton' (El Desvelo Ediciones). La cuarta novela de la vallisoletana retrata la intimidad de dos mujeres que desafiaron el poder en el siglo XVI.
Patricia Rodríguez reside desde hace tres décadas en Londres. La cuestión de la identidad y de la pertenencia está presente en su vida, como lo estuvo en la de Catalina. «En aquel momento no había ortografía fijada, de tal manera que Catalina aparece de muchas formas distintas que señalo al comienzo. Elijo las versiones más usadas pero es un guiño al tema de la identidad. Su historia me tocó personalmente, llevo toda mi vida adulta en Gran Bretaña, tengo doble pasaporte. Te sientes aceptada, integrada pero desde el Brexit algo cambió. De repente te levantas una mañana y cosas que dabas por hecho se ponen en tela de juicio. Un día estás entre amigos y al siguiente no lo son tanto. Te lleva a preguntarte quién eres y quién eras antes de irte», explica Patricia.
Descubrió al personaje en la pandemia y «encontré que al final de su vida todo estaba muy tensionado y, sin embargo, su amiga se enfrenta al rey para ir a verla, algo que podía costarle la vida a ella y su familia». María de Salinas también era española, acudió a Inglaterra tras el casamiento de su hermana, primera dama de la reina, ocupando su lugar. Se convirtió en la confidente de Catalina de Aragón. «Es la única que está con la reina hasta el final a pesar del riesgo que conllevaba. El rey tenía aislada a Catalina y nadie podía entrar en Kimbolton sin su permiso. María envió cartas a Cromwell y a todo el mundo, pero se lo denegaron». Decidió presentarse allí y logró entrar.
«No quería hacer un libro divulgativo de historia al uso sino un acercamiento íntimo, construir la historia desde un punto de vista más experiencial. Debía tener la suficiente información para poder hilar la historia pero, a la vez, estaba interesada en reflejar ese mundo de mujeres en un arco temporal muy corto de apenas un mes. El caballo de Troya era reflejar visiones, sensaciones, atmósferas, un mundo más cercano a la poesía», cuenta la autora de 'Pinar, piscina, plenilunio'.
Los archivos británicos y vieneses han sido su gran fuente de información para documentar los sucesivos destierros de 'La reina viuda', como exigió Enrique VIII que le llamaran refiriéndose a la muerte de su hermano, primer marido de Catalina. La progresiva humillación, tanto material como protocolaria, a la que le sometió alcanza su mayor crueldad con la prohibición de contacto alguno con su hija María. El control del correo y el total aislamiento de amigos y familiares agudizan la tortura.
Sin embargo, Enrique VIII no logró que Catalina renunciara al matrimonio que no quería anular el Papa. 'The great matter', el gran asunto o la cuestión real, se resolvió con la escisión de Roma.
Risiliencia y honor
«La religión era una manera de entender el mundo, más que dogmático era existencial. No había alternativa a la fe. Intenté entender cómo una sociedad asume de la noche a la mañana el cambio de la fe católica de golpe», cuenta Rodríguez. «Al final ella se culpa del conflicto en sus conversaciones con el embajador imperial, Eustace Chapuys. No fue la causante pero sí el detonante de una herejía que venia gestándose. Ahí hay otra tesis del libro, no me interesaba la labor detectivesca pero en algunas cartas se sugiere que la suya no fue una muerte natural sino un asesinato». Precisamente las correspondencias le han proporcionado a Patricia los mimbres para recrear los caracteres.
«Cuanto mas leía sobre Catalina más se desvanecía la imagen de mojigata. Fue una mujer muy fuerte y batalladora. Cuando su esposo está en Francia, el ejército inglés gana a los escoceses y ella pide la cabeza del vencido para enviársela a Enrique. Le convencen para enviar la espada», rememora esta escritora.
Inglaterra, «el reino más apartado de Roma», se aleja aún más del Vaticano. «Siempre hay relaciones, idas y venidas. El rey encomienda al cardenal Thomas Wolsey, su amigo personal, que interceda en Roma por la nulidad matrimonial, algo que era imposible de inmediato. Como no lo consigue, el rey le aparta de la Corte». Enrique VIII, obsesionado por la legitimidad de la dinastía Tudor, «fue el Trump original», el que decidía lo que existía y lo que no, cómo nombrarlo y cómo silenciarlo. «Seguramente le viene de la inseguridad de la coronación de su padre, que llegó por el derecho de conquista, es decir, se autoproclamó rey. Sintió siempre que tenía que legitimar su reinado, por eso la obsesión por el heredero varón, curiosamente sus dos hijas llegaron a reinar».
Catalina, la hija de los Reyes Católicos, ayudó a fortalecer su status político, a diluir la sombra. «Fue un matrimonio bien avenido durante dos décadas y luego él, por la necesidad de tener un hijo, se distanció de ella y la sometió a un proceso de deshumanización, la veía como una entidad de resistencia».
Cada vez más enferma, más delgada –«el aire atraviesa su cuerpo con excesiva facilidad, sin resistencia»–, acompañada por María de Salinas y por Eustace Chapuys, se apaga la reina resiliente y estoica en las navidades de 1535. «¿Qué es morir sin honor? Morir veces infinitas», afirma. Ni siquiera se respetaron las indicaciones que dejó para su enterramiento. La agonía de Catalina termina el 7 de enero de 1536. Muere al mediodía, en los brazos de su amiga.