Magalí Etchebarne, Premio Ribera del Duero
«El trabajo de editora me hizo perder miedo al objeto que es el libro»La escritora argentina ganó la octava edición del galardón con 'La vida por delante', cuatro cuentos de personajes «que tramitan distintos dolores»
De 'La vida por delante' el jurado destacó «su frescura e inteligencia. Encuentra humor en la tragedia y sabe de la tristeza con rabia y ... ternura. No hay postura ni solemnidad en su escritura». Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 1983) ganó el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve con cuatros historias protagonizadas por personajes que «tramitan distintos dolores» y que llega a las librerías el día 8. Por primera vez los cinco finalistas los firmaban cinco mujeres.
–¿Es cuentista de continuo, planea los libros?
–Los cuentos parten de una escena que vi, una conversación que escuché, ese tipo de cosas son la semilla, la masa madre que luego hago crecer. Construyo el relato a partir de ahí y los reúno según responden a un mismo espíritu. Dejo fuera los que por tema, universo o personajes no pertenecen al mismo clima. Mi primer libro, 'Los mejores días', eran ideas a las que llevaba años dando vueltas y una amiga me animó armarlos como un libro. El libro es una motivación posterior. El proceso creativo es algo íntimo, la idea de darlo a conocer es posterior.
–Desde su trabajo como editora ¿no le abrumó la idea de publicar algo propio?
–Hace diez años que trabajo para Penguin. La idea de publicar algo mío me intimidaba pero fue precisamente el trabajo de editora lo que me hizo perder miedo al objeto. Pensé, si publico algo ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿que no pase nada? ¿que lo lean mis amigos y lo critiquen? Pues no es mala idea. Así que mi trabajo acabó por servirme de aliento. Un editor es un lector que lee antes que los demás. Ese ejercicio me ha formado también.
–¿Eligió esa medida tan similar para las cuatro narraciones?
–En el primero me extendí más de lo previsto, y empecé a acortar.Quería que fueran cuatro cuentos, un capricho de número, y que entre ellos hubiera cierta conversación. Es evidente, entre el primero y el tercero que comparten narradora. En el primero, 'Piedras que usan las mujeres', la narradora habla con la madre vida y en el tercero, 'Temporada de cenizas', cuando ya ha muerto. Los personajes de todo el libro están tramitando su dolor; el duelo, la enfermedad, la tensión de una pareja desgastada por la vida.
–La mayor parte de sus protagonistas son mujeres ¿por qué?
–Las voces femeninas me son más próximas, las escucho, es un universo que conozco, soy una traficante de esas vidas. De la primera narradora me interesaba el vínculo con esa madre intensa, a la que le pasan muchas cosas y que opera como un monstruo de emitir sentencias.Quería explorar esas figuras que nos comen la vida, mirar a la madre desde abajo, acompañarla y padecerla. Tenía un texto desde el punto de vista del padre, pero lo deseché, quizá para el siguiente libro.
–¿Fue importante su madre en su escritura?
–Fue la quien me mostró los libros, era un ama de casa que me llevó a la lectura porque ella leía mucho e incentivó mi escritura. Me apuntó a un concurso del barrio y estimulaba a escribir. Siempre hay alguien iluminador de este camino, ella fue el mío.
–Arranca con un cliché, el de la madre abandonada por una mujer más joven. ¿Se mantiene en el tiempo ese arquetipo?
–Sí es un cliché doloroso. Me interesaba ver cómo se padece, cómo esa madre se enfrenta a un divorcio no buscado, siente el dolor de ser dejada y el dolor de que lo hagan por una mujer más joven. Es algo que siempre les ocurre a las mujeres. Como la pérdida de al belleza; ven a una actriz madura y dicen «era hermosa» mientras a un hombre le seguimos viendo guapo. Quise llevar el cliché hacia lo gracioso, a ese club de mujeres resentidas, odiadoras, ex combatientes entre resentidas, ofuscadas y rabiosas, dispuestas a disparar.
–«Una madre vieja es un hijo a contramano», dice la narradora del tercer cuento, que aborda el deterioro de la vejez y esas otras versiones de la madre.
–Somos como matrioscas que tenemos un tiempo metido en otro. La vejez funciona como una matriosca que guarda todas nuestras versiones dentro. Acabamos asistiendo a quien nos lavó y nos cuidó de pequeños. La vida revierte estos roles y quería explorar cómo querer a esa mujer y lo que produce su cuidado, ese cansancio mental y físico. Y como la cuidadora se reencuentra con el mundo tras asistir al proceso natural, al final de quien te cuidó. El cuidado, la asistencia, es algo que se nos atribuye a las mujeres.
–Algunas de sus protagonistas merodean en torno a la maternidad ¿tema insoslayable?
–Por eso comienzo con esa cita de Adélia Prado: «El cielo está brumoso, hace frío y estoy fea, acabo de recibir un beso por correo. Cuarenta años: no quiero cuchillo ni queso. Quiero el hambre». Mis personajes son mujeres adultas, en torno a los cuarenta. Yla pregunta de por qué tienes o no tienes hijos aguijonea y se convierte en punzante. Acá en Argentina es una pregunta común '¿por qué no sos madre?', te dicen con toda naturalidad. En cambio nadie te pregunta '¿por qué no te enamoraste?'. Como si fuera fácil responder. Es una exigencia que sobrevuela, lo hicieras o no, determina quien sós.
–El cuento 'Un amor como el nuestro' nos presenta a una peculiar pareja, la de Julia y Leslie, en Iguazú.
–Parte de un viaje que hice con mi madre y mi hermana a Iguazú y allí me enteré de que iba gente a suicidarse en un lugar tan espectacular, majestuoso y peligroso. En ese claroscuro puse a esta pareja de mujeres, que tienen un lazo profesional pero no se conocen demasiado y propiciar su descubrimiento. Hay una marcado por el dolor de su pasado, quise entender la razón de su tristeza. Era una forma de viudez que no consistía en perder una pareja sino en tener la juventud trabada por un accidente.
–El suicido y la obsidiana, piedra superviviente en el crematorio, tienen su pincelada cómica.
–Trabajé un tiempo en la editorial con textos de autoayuda y me crucé con terapias esotéricas como la de las piedras que me producen escalofríos. Pero luego constaté que varias amigas utilizaban. Me parecía increíble.
–En el último cuento, 'Casi siempre desesperados, asoma el único protagonista masculino, el paranoico Ramiro ¿la mitad de una pareja en ruinas?
–Es una pareja instalada en el conflicto, a poco de escribirlo vi la película 'Anatomía de una caída' que es una discusión gigante. En el cuento adquiere tintes tragicómicos. La discusión de las parejas permite una riqueza lingüística increíble, se dicen cosas muy ingeniosas. Esa discusión, esa batalla de pareja que vive en eterno conflicto me interesaba.
–Entre sus dos libros de cuentos, hubo uno de poesía ¿es poeta también?
–El libro de poesía se coló en medio porque comencé un diario tras la muerte de mis padres y leí un libro de Annie Ernaux, 'No he salido de mi noche', y se me ocurrió hacer algo similar. Encontré en la poesía un lenguaje no tan transparente para contar lo que quería decir pero no me defino como poeta. Me sirvió en ese momento pero de lo que tomo notas y tengo borradores es de material para cuentos.
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