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Fermín Herrero
Sábado, 10 de mayo 2025, 10:09
Desde que lo leí por vez primera, tengo siempre muy presente la escena del canto VI de 'La Iliada', cuando el troyano Glauco, hijo de ... Hipóloco, en respuesta al aqueo Diomedes, hijo de Tideo, en pleno furor bélico, compara nuestro linaje con la hojarasca de los árboles: «cual la generación de las hojas, así también la de los hombres». La épica occidental vuelve una y otra vez al motivo homérico, veamos por ejemplo en tres muestras novelísticas de ahora mismo.
Empezamos con 'Lo que permanece' (Seix Barral), de Margarita Leoz, la reputada narradora –aunque se estrenó como poeta y no hace un año que vio la luz 'Caer' (La Isla de Siltolá), su segundo libro de poemas– que se fogueó como cuentista y debutó como novelista con 'Punta Albatros', también recomendada en este rincón lector. De entrada, en virtud de la poética narrativa de su trayectoria previa, apegada a la inventiva clásica, muy afinada, sorprende sobremanera que este nuevo libro sea confesional, de no ficción, en esencia un homenaje y evocación de su padre, con lo emotivo a flor de página, que murió repentinamente, si bien arrastraba problemas cardíacos, justamente el día de San Fermín de 2016. Esta apuesta por la autoficción tal vez tenga que ver con el influjo de la obra de la Nobel Annie Ernaux, a la que se cita hacia el final del texto.
Margarita Leoz. Seix Barral. 176 páginas. 18,50 euros.
El cambio de desencadenante argumental no supone alteración en la forma, la novelista pamplonica mantiene una escritura sobria, contenida, bien temperada –como cautelosa la ha calificado el sagaz crítico Juan Marqués–, precisa en cuanto trabajada con esmero y finura para dotarla de una apariencia sencilla. Si a ello añadimos la habitual sensibilidad de su prosa, con atisbos irónicos, aquí menos por el asunto, se comprende el valor del testimonio filial. Su padre, como decíamos, murió en el día grande de los sanfermines. Leoz, ajena al festejo y la algarabía, en medio de la rutina del metesaca estresante con sus dos bebés de pecho mellizos, recibe la llamada fatal de su madre, discreta en extremo.
Los primeros capítulos son de un realismo minucioso, casi notarial, como reacción autómata al shock, parecen un documental de lo cotidiano hecho trizas, pero como ajeno, con sus quehaceres continuos y pequeñas calamidades. Después, a modo de flashback demorado, se reconstruye la figura paternal, un hombre campechano, echado para adelante, laborioso, incansable en sus obligaciones, aficionado al parloteo y las peroratas. Por último, se abordan la aflicción y el duelo, sueños y visiones incluidos, los sucesivos aniversarios hasta que todo se disuelve en el olvido.
Román Piña Valls. Ediciones del Viento. 276 páginas. 20 euros.
El periodo matrimonial, sobre todo, da pie al retrato coral de aquellos nacidos en la inmediata, alta posguerra, en contraste con su descendencia, por caso la autora, hija única, perteneciente a la primera hornada de españoles nacidos en democracia, que ha contado con muchas más oportunidades de todo tipo.
Román Piña Valls formaría parte de la generación intermedia entre la de Leoz y la de su padre, la de los sesenta, que se conoce como la del 'baby-boom'. En 'Pisábamos los charcos' (Ediciones del Viento), galardonada con el fidedigno premio Ciudad de Salamanca, también con apariencia autoficticia, aunque en este caso no sé hasta qué punto el protagonista mallorquín, Cristian, es alter ego del autor, al tratarse de una 'bildungsroman', una novela de formación, traza en analepsis, desde los días de la pandemia, un fresco de la segunda mitad de los ochenta, «de la década libertina, cuando todo el año era carnaval y nevaba cocaína». Él se muestra, sin embargo, «impermeable al ambiente» y a aquella vocación suicida, con la peste de la heroína y el sida de por medio, recordemos a víctimas como la hija de Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio, su novio, hijo de Carlos Castilla del Pino, Eduardo Haro Ibars o Aníbal Núñez. Se hace referencia a la película 'El pico', como atmósfera de la época del desencanto, por acudir al título de otra película icónica, por lo culto de los Panero. Hace poco, Juan Trejo ha dejado un testimonio estremecedor sobre el destino trágico de su hermana, a finales de los setenta, en la novela 'Nela'.
Mercedes Duque Espiau. Tusquets. 208 páginas. 18,90 euros.
El novelista narrador, en su madurez, cree que le ha llegado «la hora del desprendimiento, de ir abandonando el afecto de las cosas», que proporcionan «solamente el regusto acre de su posesión y nos inoculan el miedo a lo efímero», así que se dispone a rememorar, bajo la forma de memorias, su periodo estudiantil, con sus huelgas universitarias, en Valencia, cuando afrontó su lucha en sociedad en siete lugares distintos: un colegio mayor del Opus del que salió escopeteado, dos pensiones más propias de los sesenta o setenta, y varios pisos compartidos. Por tanto, se novela la «cronología de la amistad» con colegas de estudios, sus ritos de paso iniciáticos, ligues frustrados, flechazos platónicos, arrebatos pasionales, primeras citas, entre versos de Jaime Gil de Biedma (hace una aparición episódica, casi una sombra afilada, Juan Gil-Albert, el poeta borrado del 27) y con banda sonora preferentemente de Golpes Bajos, en la voz de Germán Coppini (de una de las letras del grupo gallego procede el título), pero también a ritmo de los Kinks, The Cure, Queen, Radio Futura, Paco Ibáñez o Luis Eduardo Aute.
Por último, comentamos otra novela de aprendizaje, más intimista, apoyada en la amistad y con carga autobiográfica, no sé cuánta. La joven y prometedora Mercedes Duque Espiau, como Leoz adiestrada en el relato, se apunta a la narración larga con 'Animales pequeños' (Tusquets). Sitúa la novela, que se abre con citas muy indicativas de Lorrie Moore y Ali Smith, en Londres, «reptil enorme y venenoso», con su lluvia diagonal, los pubs atestados y los buses de dos pisos, ciudad donde se licenció en Sociología y Antropología, si bien la despepitada protagonista ha estudiado periodismo y subsiste trabajando de camarera.
Desde el explosivo comienzo, un polvo por detrás, en el váter inundado de un garito de rastas con música ska, hasta el terrible desenlace, con sabor a fracaso y corazón roto, Duque Espiau novela, con un pulso firme, punzante, acre, muy corporal, la estancia londinense del trío principal de personajes: la narradora, Margarita, Rita, Rivera, quizá trasunto de la novelista, su hermana mayor, Eva, y su compañera del alma y de piso Lis, inseparable desde la escuela, «como dos mapaches cómplices». En mayor o menor medida, las tres, entre desengaños e ilusiones truncadas, sexo frío y ansiolíticos, sin equilibrio emocional, caen presas de la neurastenia, la ansiedad y el desánimo mientras se tragan, arrumbadas en el sofá, episodios de 'House' o 'Girls'. Lo que parece característica generalizada tanto de los 'millennials' como de los 'zoomers' o posmileniales, la generación Z, nativos digitales formados en la globalización
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