Heroísmo gris
Asghar Farhadi plantea un dilema moral lleno de matices en la sencilla y magistral 'Un héroe' (2021)
Eduardo Roldán
Sábado, 7 de junio 2025, 09:04
La moral descansa naturalmente en el sentimiento, escribió Anatole France, y los sentimientos son ambivalentes, porosos, con frecuencia velados para quien los experimenta. También lo ... es, por tanto, la moral; cosa que abrumadoramente hoy el cine parece no entender, saturado como está por personajes blancos blanquísimos o negros negrísimos, sin matices. El héroe no tiene fallas, no tiene dudas, es impecablemente monolítico; el villano igual, solo que en sentido contrario (nos basta ver quién enciende un cigarrillo para saber que es el villano). Por suerte nos queda Asghar Farhadi. En las películas del cineasta iraní —'About Elly', 'Nader y Simin, una separación', 'El cliente'— las motivaciones de los personajes no están delineadas con escuadra y cartabón, pueden cambiar de opinión según las circunstancias, a veces ellos mismos se ven sorprendidos por la acción que han tomado. Son así personajes más ricos y reales (a la contra de lo que recomiendan los manuales de guion); riqueza que acaso se dé en mayor grado que en cualquier otro título de su filmografía en 'Un héroe'.
El héroe del título es Rahim (Amir Jadidi), convicto por una deuda al que conceden un permiso de dos días. Farkhondeh (Sahar Goldoost), amante y próxima esposa, encuentra un bolso con monedas de oro. Para intentar reducir la condena de Rahim, y tal vez incluso anularla, llevan el bolso a un tasador, pero el montante no alcanza para pagar al acreedor por completo. Es la hermana de Rahim, en cuya vivienda se aloja estos dos días, quien descubre el bolso y le interroga por él. Impulsado por su hermana, Rahim acude a la policía para encontrar a la propietaria y entregárselo. Cuando esto ocurre, es celebrado como un héroe, y la televisión lo entrevista, y las redes sociales viralizan su gesta, y así hasta le prometen un trabajo que, en poco tiempo, saldaría su deuda y le concedería la libertad… Pero como dice el personaje del acreedor, que sospecha del relato de Rahim –dijo que encontró el bolso en una parada de autobús–: ¿por qué un héroe, si solo ha hecho lo debido?
Es la pregunta central de la fábula. Desde una perspectiva utilitarista, Rahim actúo moralmente, pues el resultado fue el mismo –la propietaria recibió el dinero que había perdido, tras entregárselo Rahim a la policía–, pero desde una kantiana o deontológica, no –pues Rahim mintió, y su intención inicial había sido quedarse con las monedas–. ¿A qué le concedemos más valor? No es el único dilema moral que plantea la cinta; hay, por ejemplo, otro fundamental que atañe a la instrumentalización del hijo (tartamudo) de Rahim, y tampoco el único que recae sobre el protagonista. Uno de los mayores logros del filme es lo bien que están dibujados los personajes, aun los secundarios con apenas una o dos frases, dibujo que se apoya en dos pilares fundamentales: un guion maravillosamente dosificado, en el que siempre se da la información justa, sin subrayados ni reiteraciones, y un elenco no menos maravillosamente elegido, en el que deslumbra la interpretación de Amir Jadidi. No es lo que por lo común se entiende por un gran papel. Tendemos a ensalzar a los actores que encarnan a psicópatas, asesinos, alguien con alguna tara, o a personajes históricos; pero hacer de hombre corriente no tiene menos mérito, de hecho es muy probable que tenga más. La de Jadidi es una interpretación llena de matices –imprescindibles para transmitir ese espectro moral de grises de que hemos hablado–, en apariencia muy simple, como lo es el estilo de la película.
Cuyo naturalismo no ha de hacer creer en una facilidad comodona. Como ocurre con el guion, el uso del fuera de campo o de la cámara en mano, la fotografía, el tiempo de los planos y de las escenas –algunas se prolongan cuando pensamos que iban a terminar, pero la prolongación no es un añadido inútil, sino coherente con lo mostrado–, todo está cuidado al milímetro, y el resultado naturalista solo prueba lo bien engrasados que están los distintos elementos. Asimismo, como suele, Farhadi no orilla algunos de los asuntos más espinosos de la sociedad iraní (la pena de muerte, la sumisión obligada de la mujer), pero tampoco lo enfatiza, haciendo así la denuncia mucho más potente.
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