La cuarta pirámide es de alabastro
El Gran Museo Egipcio prepara su inauguración oficial tras una obra faraónica de más de 20 años
Itxaso Elorduy
Sábado, 21 de junio 2025, 08:42
Un muro translúcido de alabastro egipcio da forma a la fachada principal del mayor museo arqueológico del mundo, consagrado a una única civilización. Inspirado en ... el aspecto, las tonalidades y la magnificencia de sus vecinas Keops, Kefrén y Micerino, el GEM, denominado la cuarta pirámide, custodia 100.000 piezas del Antiguo Egipto, incluidos los tesoros de Tutankamón y el barco solar de 43 metros de Keops, que se presentarán en la inauguración oficial el 3 de julio. Es un proyecto de ambición y dimensiones faraónicas: más de veinte años de obras y un presupuesto que supera los cien millones de euros con una notable aportación de Japón, que viene demostrando un especial interés en esta cultura. La complicada ejecución de los trabajos, la primavera árabe y la pandemia impidieron que el museo se inaugurara en 2022, una fecha doblemente simbólica para la egiptología. Se cumplían doscientos años del desciframiento de la escritura egipcia por parte de Jean-François Champollion gracias a la piedra de Rosetta y el centenario del hallazgo de la tumba de Tutankamón por la expedición arqueológica de Howard Carter.
Se han depositado muchas esperanzas en el moderno edificio diseñado por el estudio irlandés Heneghan Peng Architects, llamado a dar un nuevo impulso al turismo. Se calcula que este imán atraerá a unas 15.000 personas al día. En el atrio recibe al visitante la colosal estatua de 83 toneladas y 10 metros de altura de Ramsés II, como anticipo de una enorme riqueza preservada de manera natural. «Tuvimos suerte, el clima seco extremo ha propiciado este extraordinario grado de conservación», explica el historiador Khaled Toema al iniciar el recorrido por el museo. La estatua de Ramsés II, tocado con la doble corona que lo identifica como señor del Alto y Bajo Egipto y con el nemes o pañuelo ceremonial, fue traída del templo de Menfis y data de 1.200 a.C.

A pocos pasos, en la explanada del museo, un obelisco colgante único en su género, suspendido sobre columnas, guarda en su interior el raro cartucho del rey Ramsés II, oculto durante más de 3.500 años. «Las civilizaciones se han movido gracias a la propaganda. Un obelisco era una especie de placa conmemorativa de una gran hazaña y, a nivel esotérico, es un símbolo fálico», indica el historiador. La fachada del museo está cubierta de jeroglíficos que mencionan a todos los reyes del país y el nombre de Egipto en diferentes lenguas; incluido el término Kemet o tierras negras, como se denominaba al país en la antigüedad para ensalzar la fertilidad de la zona bañada por el Nilo, en oposición a la aridez del desierto limítrofe.
100.000 metros cuadrados acogen la colección que hasta ahora estaba hacinada en el viejo museo de la plaza de Tahrir. Situado a las afueras de El Cairo, está estratégicamente ubicado en el extremo oeste de la ciudad, a la entrada de la carretera Cairo-Alejandría, en la meseta de Giza, el área de las míticas pirámides. «Pensar que las construcciones se realizaron durante 3.600 años con látigo, produciendo arte de buen nivel, es imposible. Por el contrario se cree que había un sistema social y administrativo que permitía formar a artistas anónimos extraordinarios, porque la gloria se le atribuía, al cliente, no al creador», argumenta el historiador. «Colocaban estatuas y organizaban sus tumbas como una especie de maleta de viaje individual. Cada uno llevaba sus utensilios cotidianos, sus joyas, su carro... Empezaron a rendir culto a la naturaleza, el sol (Ra), la luna (Jonsu), y a fenómenos naturales, como la crecida del Nilo, porque asociaban el agua con la vida. Después observaron que algunos animales tienen cualidades que no posee el ser humano, que no es tan rápido como el halcón o el cocodrilo, el guardián del Nilo, y extendieron el culto. Más tarde combinaron los seres humanos con los animales y finalmente la humanidad dio forma de hombre a Dios, pensando que el ser humano se parece físicamente a él».

La posición social de la mujer
La mujer egipcia está representada como diosa, reina, jefa, sabia, o sacerdotisa; sus rasgos físicos, porte y vestimenta son un reflejo de ese estatus y existen muchas esculturas de pareja en las que se aprecia el equilibrio entre ambos sexos en el Antiguo Egipto. Son mujeres que agarran a su pareja con decisión, «ellas llevan la iniciativa», explica el historiador Khaled Toema.
Hatshepsut fue la primera reina faraón y para poder ascender al trono en el momento de su coronación estaba disfrazada de hombre. Gobernó entre 1490 y 1468 a.C. y al parecer fue una de las monarcas más maduras, inteligentes y ambiciosas que pasaron por Egipto. No estaba sola. Senenmut, además del arquitecto real, fue su gran apoyo (además de probablemente amante).
Y la más conocida de todas ellas fue la bella Cleopatra, última gobernante de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto, que tuvo el desafortunado honor de ser recordada porque a su muerte Egipto se convirtió en provincia del Imperio Romano. «El arte es un reflejo de la realidad social, en qué situación social se encontraba la mujer en el Antiguo Egipto, algo que hoy en día ha cambiado muchísimo», incide Toema.
El gran museo ocupa tres alas organizadas por temas: la vida cotidiana, los cultos y la realeza y piezas de diferentes épocas históricas: imperio antiguo, medio, nuevo y grecorromano. En total abarca más de 3.500 años, desde la unificación del Alto y Bajo Egipto hasta la conquista romana en el 31 a.C.
Por primera vez se exhibirá la colección completa de Tutankamón, el tesoro que descansará en paz en estas dependencias. Incluye la máscara funeraria del faraón niño fallecido a los 19 años y más de 5.000 piezas entre su ajuar, carros, armas y objetos cotidianos. Es el principal atractivo del museo junto al barco solar (funerario) de 43,4 metros de eslora encargado por el faraón Keops para desafiar el paso de los siglos, que ocupa toda una imponente sala. Construido en madera de cedro y descubierto en 1954, está provisto de todos sus aparejos, remos, cuerdas y cabina y fue desmontado en 1.224 piezas para su traslado. Trece años dedicaron a ensamblar el ingenio, con un 95% de las tablas originales en perfecto estado.
Estatuas idealizadas
El GEM empezó a revelar sus secretos con la apertura de algunas instalaciones a partir de 2023. A lo largo de la escalinata de los ancestros hay una colección de estatuas de los principales faraones, además de cincuenta y cinco artefactos que representan el viaje hacia la eternidad. «Tenían conocimientos médicos porque sabían cómo era el cuerpo por dentro gracias a la momificación, en la que solo dejaban el corazón y los riñones. Era su forma de resucitar al difunto, así lo conservaban. Esta idea fue el motor de la ciencia de la historia antigua», precisa Khaled Toema.
Hay dos tipos de estatuas: las idealizadas, del rey o la reina, que representaban a hombres y mujeres jóvenes, de entre 30 y 35 años aunque en realidad tuvieran 90, con un cuerpo proporcionado, musculoso, atlético, y los llamados modelos, en los que bajaba el nivel de la piedra. No son tan bellas y retratan con realismo, lo que da una idea de las características físicas de los egipcios de la época. Es la fotografía del momento.

Tuvieron contacto con el África negra, de donde trajeron animales, incienso, piel o cuero. Conocieron el oro, consiguieron trabajarlo en láminas finas y descubrieron cuarenta zonas de donde extraerlo en enormes cantidades, tanto en Nubia como en el desierto oriental, entre el Nilo y el Mar Rojo. Observaron que no cambia de color ni de aspecto y lo empezaron a utilizar como mineral funerario porque era duradero, no tanto por su belleza. En el Antiguo Egipto era más valiosa la plata que el oro.

Colocando láminas de oro sobre la madera conseguían piezas más resistentes. Las piedras preciosas, como el lapislázuli, la coralina o el ágata, las utilizaban para los amuletos y para dar realismo a algunas estatuas, con enigmáticos y valiosos ojos. Hicieron estatuas en cinco posiciones: un rey sentado encima del trono, con una pierna adelantada, de rodillas dando ofrendas, momificado, con los brazos cruzados y la que llamamos esfinge, con cuerpo de león y cabeza humana. Todas son rectilíneas, no tienen movimiento, a diferencia de las estatuas griegas. Las esculturas egipcias están construidas para verse frontalmente y son compactas, porque buscaban la eternidad. Trabajaban la piedra con martillo y cincel, en bloque, para asegurar la durabilidad de la escultura, por ello nos han legado más piezas y más completas que en el caso del arte griego o romano. «Son construcciones realizadas por una población que adoraba a sus faraones», recalca Toema.
Tuvieron la oportunidad de disfrutar de los placeres de la vida y crearon instrumentos musicales, lo que da una idea clara de su alto nivel educativo y social. «Las sociedades más desarrolladas se cuidan porque quieren vivir más años, en mejores condiciones, lo que denota un estándar de vida alto, igual que sucedía en la etapa faraónica». El culto por la estética incluía el descubrimiento del maquillaje, utilizado por hombres y mujeres.
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