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Fernando herrero
Jueves, 9 de mayo 2019
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Coincide la publicación del libro sobre Javier Martínez, 'Vida y Teatro', la pronta iniciación de la 20ª edición del Festival de Teatro y Artes de Calle (TAC) y, al mismo tiempo, la necesidad de recuperar la memoria. La ciudad ha sido siempre la ciudad del teatro. Desde mucho antes los festivales y las programaciones se han sucedido con algunos espectáculos de primerísima calidad. Primero fue el llamado Festival de Teatro Nuevo que dirigió Carmelo Romero, después la creación del Aula de Teatro de la Universidad, que asumió Juan Antonio Quintana, la Muestra Internacional de Teatro, en dos etapas, que sumieron Juan Gonzáles Posada y Mario Pérez Tapanes y, a continuación la creación de la Escuela Provincial de Teatro y el TAC. Son muchos años los que fueron proyectando la imagen del teatro en la ciudad. Al tiempo se recuperaron locales, como el Teatro Calderón o el Zorrilla y se construyó el LAVA de nueva planta. La situación actual es conocida y positiva.
Vayamos por partes. El libro de Julio Martínez sobre su hermano, trata, fundamentalmente, de la vida de Javier, aunque existen páginas sobre su obra como gestor teatral. Sobre todo la del futuro del festival es importante. El TAC está ya consolidado, y no sólo es festival de artes de la calle sino que ha ampliado, con acierto, su programación a espectáculos en local cerrado. El teatro admite toda clase de espacios, todo clase de temas, toda clase de propuestas de pequeño y de gran formato, de teatro dramático o de danza, de circo o de performance, ese mundo global no se acaba nunca.
En el libro surge la figura de Javier como un personaje insólito, independiente, que luchó contra toda clase de perjuicios y que, desde su labor como gestor cultural del Ayuntamiento completó lo que se hacía de otra forma dando paso a ese teatro pequeño pero interesante y creador que nos ha hecho conocer algunos de los espectáculos más llamativos de este tiempo. Tenía antecedentes, como hemos dicho y, por ello, vamos a pararnos un poco en lo que ha significado la vida escénica en Valladolid. Carmelo Romero fue, primero secretario y luego delegado de Información y Turismo en los tiempos de la dictadura. A pesar de ello, su aportación a la cultura vallisoletana fue esencial. Nadie podrá olvidar la presencia del Piccolo Teatro de Milano con su inolvidable 'Arlequín servidor de dos amos' ni tampoco la del Living Theatre, en aquella sesión única del Teatro Carrión con 'Antígona'. Creo, sinceramente, que muchas de las vocaciones teatrales nacidas en Valladolid proceden de la contemplación de estos espectáculos porque, además se mantuvieron contactos con los propios actores y directores de las compañías visitantes. Una etapa fundamental de la que nació el famoso 'Ubu, Rey' que reveló estupendos actores propios que se incorporaron a la vida artística.
La labor de Carmelo fue seguida después por Quintana, que también trajo espectáculos insospechados por lo que hubo una relación de continuidad muy importante hasta llegar a la Muestra Internacional de Teatro. Desde la presencia de Laurie Anderson o Syberberg y los estrenos de la Fura dels Baus, todo un florilegio de espectáculos de altísima categoría ocuparon los teatros de Valladolid, e incluso la calle, como una especie de preludio de lo que luego sería el TAC. Fue la Muestra acusada de elitista, error fundamental, de los que confunden la alta calidad con productos artísticos imposibles de ser captados por un público general. En la segunda etapa de la Muestra, todavía recuerdo el famoso 'Crimen y Castigo' del Taganca soviético dirigido por el extraordinario Yuri Liubimov. Fueron tiempos sensacionales para que pudiéramos contemplar a grandes artistas nacionales y extranjeros.
Y llegamos de nuevo al libro sobre Javier Martínez. Discutido, incluso por mí, el cambio de una Muestra Internacional por un festival de calle, ha sabido imponerse desde que comenzó, partiendo de las fiestas de Carnaval. Unido el Festival a la programación que realizó y que realiza Javier en la Sala Ambigú o en el LAVA la recesión de los espectáculos presentados es muy notable, con algunos montajes que nos revelaron un circo nuevo o grupos de danza que rompían la línea general. Javier en el libro habla sobre sí mismo, sobre sus problemas y sobre el teatro. Echamos en falta, nada más, una historia de ese Festival, como de los anteriores, y de la programación realizada durante tantos años. Es el gran problema de la memoria. Las nuevas generaciones no conocerán los logros que supusieron estas nuevas formas de teatro que se asomaban a la ciudad. Por ello, considerar a Valladolid como ciudad del teatro no es injusto, pero debíamos saber, con más detalle, lo que ocurrió, sus consecuencias y sus enseñanzas. Ahora nos espera el TAC número 20 y tenemos esperanzas en que, de nuevo, en algún momento, se nos sacuda la imaginación y meternos en un mundo nuevo que utiliza las armas técnicas y psicológicas de la escena, la que nos ha acompañado siempre en esta ciudad.
El cine y el teatro son la expresión de un arte singular que evoluciona continuamente. Por ello no queda sino esperar ese TAC, esperar los espectáculos que vendrán desde otras líneas y felicitar a aquellos que tuvieron la fe y el trabajo suficiente para hacernos participar directamente de la vida artística.
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