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Estrado en los interiores de la Casa Cervantes. Henar Sastre
La casa donde Cervantes vio nacer El Quijote

La casa donde Cervantes vio nacer El Quijote

La vivienda vallisoletana de la calle Rastro es la única de la que hay certeza que la habitó el escritor

Vidal Arranz

Valladolid

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Sábado, 25 de agosto 2018, 13:50

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Gracias a Miguel de Cervantes Saavedra, Valladolid ocupa un lugar principal en el Atlas imaginario de las Mitologías Literarias. Y es que la vivienda de la calle Rastro, que desde 1948 funciona como Museo dedicado al escritor, es la única de España de la que existe certeza absoluta de que fue habitada por él. Y aunque su breve estancia en la ciudad le dio para escribir un par de novelas ejemplares, y, desde luego, no El Quijote, como se creyó durante un tiempo, aquí fue donde Cervantes obtuvo los permisos para la publicación de su obra principal, y aquí fue donde la vio nacer, y donde pudo ojear los primeros ejemplares impresos.

De todas estas historias relacionadas con el escritor, y de algunas otras más, da cuenta la Casa Museo Cervantes de Valladolid. El edificio ocupa hoy un bloque de viviendas que en tiempos de Cervantes equivalían a cuatro portales. El escritor vivió en el número 14(en sus tiempos numerado como 9) encima de una tabernilla que en el año 1916 fue reconvertida en biblioteca, y que todavía lo es. La estructura de la vivienda se conserva en lo sustancial y, sin duda, emocionará a los devotos del escritor pisar la escalera que conduce a su vivienda y que él debió subir y bajar tantas veces. O recorrer las estancias de su residencia. En cambio, de los muebles que usó y los objetos que le acompañaron no queda nada. Como es lógico, dado que el autor de El Quijote era entonces un inquilino que en Valladolid residió dos años, entre 1604 y 1606, y que debió llevarse consigo sus pertenencias al abandonar la ciudad. Pertenencias que tampoco serían muchas dada la precariedad económica que siempre le acompañó, como una segunda piel.

Patio interior de la casa museo.
Patio interior de la casa museo. Henar Sastre

Y eso que cuando Cervantes llegó a Valladolid, atraído por el fugaz traslado de la Corte del rey Felipe III, tenía 57 años y era, para la época, un hombre de edad. Pese a ello, carecía de autonomía económica y, de hecho, vivía con dos de sus hermanas, Andrea y Magdalena, que casi con toda seguridad eran las que proporcionaban los ingresos mayores, y los más regulares, a la casa. En aquella 'comuna' familiar convivían también Isabel, la hija natural de Cervantes, fruto de una relación previa a su matrimonio; Constanza, su sobrina; y la sirvienta María de Ceballos. No así su mujer, Catalina de Salazar, con la que no mantenía una convivencia regular, aunque seguramente lo visitó alguna vez.

Cervantes aportaba a la casa los ingresos derivados de sus actividades literarias –por la edición de El Quijote obtuvo 1.600 reales, que le pagó su editor y librero Francisco de Robles– y, quizás, también del juego. Sus hermanas, en cambio, aportaban el dinero derivado de sus trabajos de costura y de lavandería –cuyas facturas elaboraba de su propia mano el autor de las 'Novelas Ejemplares'– y también los obtenidos por otros medios más singulares.

Busto del Marqués de la Vega-Inclán, en el patio interior.
Busto del Marqués de la Vega-Inclán, en el patio interior. Henar Sastre

Para no generar más suspicacias de las debidas, aclararemos que 'las Cervantas', pues así se las conocía, eran litigantes profesionales de su propio honor: esto es buscaban pretendientes, mantenían relaciones con ellos bajo promesa de boda, y cuando el individuo incumplía su palabra, le demandaban ante los tribunales y obtenían compensaciones económicas nada despreciables. José Delfín Val, en su imprescindible libro 'Cervantes en Valladolid', acredita que su sobrina Constanza obtuvo 1.140 reales por un pleito matrimonial (cifra próxima a la que obtuvo el escritor por su Quijote), mientras la hermana pequeña Magdalena sacaba a otro pretendiente otros 300 ducados, equivalentes a unos 3.000 reales. Eso, además de los obsequios que recibían de los pretendientes que las cortejaban, incluso si la relación no culminaba en promesa matrimonial.

Tenemos certeza absoluta de que la vivienda del Rastro la habitó Cervantes, gracias a un desagradable proceso judicial en el que se vio envuelto. Los Cervantes y sus vecinos tuvieron que dar cuentas del asesinato de Gaspar de Ezpeleta, un caballero que fue apuñalado el 27 de junio de 1605 justo delante de la vivienda del escritor. Los residentes, incluido don Miguel, acudieron en auxilio del apuñalado, que finalmente moriría, por lo que fueron detenidos e interrogados, si bien, finalmente, puestos en libertad. Aquel proceso, sin embargo, proporciona a la historia de la literatura cervantina datos jugosísimos sobre Cervantes, sus vecinos y sus costumbres sociales. «El proceso revela la vida en la casa», explica Vanessa Poyán, conservadora del Museo.

Proceso Ezpeleta

También aporta el proceso datos sobre la vivienda y sus objetos, así como otros documentos nos aportan otras informaciones complementarias. Con todo ello, el Museo Cervantes ha realizado una recreación del interior de la vivienda que, si bien no es seguro que responda del todo a la realidad, brinda una razonable y documentada aproximación. El tipo de muebles, desde las sillas, las tinajas, los cojines, las alfombras, las cocinas, los bargueños o los escritorios, son de la época y se corresponden con los de una casa tipo. Otros objetos, como el cuadro de Felipe III, el rey que decidió llevar la Corte a Valladolid, aportan contexto al recorrido. Todo ello alimentará la curiosidad del visitante, pero seguramente sean los suelos rugosos y desnivelados, las puertas anormalmente bajas para nuestros usos, y otros detalles similares los que le aporten sensaciones capaces de hacerle viajar en el tiempo.

El proceso Ezpeleta, descubierto en los archivos a finales del siglo XVIII, fue esencial no sólo para identificar la casa de Cervantes en Valladolid, sino para estimular su conservación, pues seguramente, sin la evidencia de que el escritor había vivido allí, habría sido derribada. Pero, además, hay que citar al menos a tres personas como padres espirituales del museo actual. El primero, Mariano Pérez Mínguez, que, en 1875, toma la iniciativa de decorar la casa con muebles de época y convertirla en sede de una sociedad cervantina. Aún más importante fue el papel jugado por el vallisoletano Benigno Vega, marqués de la Vega Inclán, que era el responsable nacional del turismo del Alfonso XIII y que abandera la iniciativa de comprar, primero, la casa propia de Cervantes –lo que se hace con recursos particulares del rey– luego las dos colindantes, que financia su amigo el hispanista Archer Huntington, presidente de la Hispanic Society of América –al que el museo rinde homenaje con un busto en el patio interior– y finalmente el cuarto portal del bloque, que financia él mismo. El papel crucial de Benigno Vega es recordado con un busto en el exterior del edificio.

Recibidor de la Casa Cervantes, con un cuadro de Felipe III.
Recibidor de la Casa Cervantes, con un cuadro de Felipe III. Henar Sastre

Entre otros objetos relevantes cabe destacar los cuatro grabados que recrean escenas de El Quijote y que, inicialmente, formaron parte de la estatua dedicada a Cervantes, que hoy se encuentra en la Plaza de la Universidad. Pero no menos significativa es la escultura que puede verse elevada en la pared del patio exterior del museo: la portada de la Iglesia del Hospital de la Resurrección, hoy desaparecido, y edificio crucial en la historia de la relación literaria entre Cervantes y Valladolid pues aparece expresamente citado en la novela ejemplar 'El coloquio de los perros', una de las dos que con más certeza los expertos creen que escribió durante su estancia en la ciudad.

También es relevante el desnivel que la calle ostenta actualmente respecto a su entorno y que está provocado por la canalización de la Esgueva. En tiempos de Cervantes, el río, que recibía desechos de un matadero próximo, lo que le confería un peculiar color rojizo, discurría por la vecina Miguel Íscar y debía aportar unos molestos frío, humedad y mal olor a Cervantes y sus vecinos. Una precariedad que el museo también documenta y explica, aunque hoy, ennoblecido el entorno justamente a mayor gloria del escritor, resulte difícil de imaginar.

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